Julián y Sofía suben la majestuosa escalera de nuevo. La tensión entre ellos ha cambiado: ya no es la electricidad del enfrentamiento, sino la fricción de dos metales que se unen para un propósito común.
Julián se detiene frente a la puerta del dormitorio principal.
—Tu madre es dura, ella está diseñada para resistir amenazas externas, pero la amenaza interna, la culpa. Esa es la grieta por la que debemos entrar.
—¿Tú crees que ella sea de sentir culpas?— cuestiona Sofía, con amargura —ella cree en mantener una imagen impecable.
—Ella cree en lo que tú crees; y si tú, la hija perfecta, la rechazas, es más que seguro que su mundo se destruye— responde sacando la cuerda del picaporte de Richard y la utiliza para sellar la puerta de Eleanor.
—Ella es tu arma, ahora necesito que seas cruel, ¿me entendiste?— demanda mirándola a los ojos y ella asiente.
—Eleanor— llama Julián tocando a la puerta —Sofía está aquí y quiere hablar contigo— lo que se escucha del otro lado de la puerta es silencio, entonces él vuelvea tocar.
—¡No te acerques a ella, monstruo!— dice la mujer con voz temblorosa y él sonríe, pero sin alegría.
—Ábreme, Eleanor, o voy a tirar esta puerta abajo, y cuando lo haga, tu joyero irá directo a la chimenea— la amenaza con un tono de voz autoritario, pero sentir en riesgo de destrucción de su propiedad surte efecto y no pasó mucho tiempo en que se escucha la llave girar en la cerradura.
La mujer está parada en medio del lujoso dormitorio, parece que hubiera envejecido treinta (30) años,. Lleva un camisón de seda que contrasta grotescamente con su rostro demacrado. Al ver a su hija, su expresión se transforma en un alivio desesperado.
—¡Sofía! Cariño, dile que se vaya. ¡Dile que llame a la policía!— el invasor entra primero y se apoya en el marco, sin expresión alguna.
—No— responde la chica, dando un paso adelante. Sus palabras son frías y cortantes, y la madre se congela —no voy a decirle que se vaya.
—¿Qué estás diciendo, Sofía?— Eleanor parpadea, incapaz de comprender la traición.
—Estoy diciendo que estoy cansada de la mentira, mamá. Estoy cansada de Lucía, del suicidio y de los juegos de encubrimiento que destruyeron a esta familia.
Eleanor se vuelve hacia Julián, aterrada, pero con la rabia corriendo por las venas ante la traición de su propia hija.
—¡Tú la has envenenado!— lo señala con él dedo índice en un movimiento repetido que parece un tic.
—Él no me envenenó, tú me abriste los ojos— dice mirándola fijamente a los ojos, mientras se acerca a su madre, invadiendo su espacio personal —el día que dijiste en la cena que yo era tu única hija, tú borraste a Lucía y lo hiciste por mediocre, porque no podías soportar el hecho de que ella te superara.
—¡Eso no es cierto! ¡Lucía estaba enferma! ¡sabes que ella tenía problemas mentales!
—No, tú la volviste loca— Sofía se acerca aún más, obligando a Eleanor a retroceder hasta la cama —tú constantemente le dijiste que se callara, que sus sueños no eran "dignos" de los Vane. Y cuando ella se enamoró de Julián, tú te interpusiste porque él era un don nadie.
Sofía aprieta los dientes, revelando su secreto más oscuro.
—¿Las auto lesiones, mamá? mi hermana no se cortaba porque estaba "loca", se cortaba porque eras tú quien la volvía loca y esa era la única manera que tenía de sentir algo que no fuera el vacío que tú le imponías.
Eleanor se desploma sobre la cama, sus sollozos ahora son secos y agonizantes.
—Ella se iba, Eleanor— dice Julián, entrando en la conversación con una voz baja y peligrosa —el diario lo prueba. Ella iba a dejar de ser tu propiedad y cuando Richard la amenazó con arruinarme la vida, ella eligió la bañera.
Julián camina hasta el gran ventanal y corre la cortina de seda. La tormenta es un caos furioso afuera y el cielo es una negrura absoluta.
—Pero tú, Eleanor, no pudiste dejarla ir. —Julián se gira —en el cementerio, después del funeral. Tú enterraste su bolsa en la maceta junto a su lápida. ¿Por qué no la quemaste? ¿Por qué la dejaste tan cerca?
Eleanor levanta la cabeza, tiene los ojos inyectados en sangre. Mira a Sofía, y la traición de su hija le duele más que la amenaza de muerte de Julián.
—Yo no quería que estuviera sola— continúa hablando con la voz en apenas un hilo. Esta es la confesión más humana que Sofía le ha escuchado en años —ella iba a huir y yo— titubea —yo no lo podía permitir y después hizo eso y tampoco quería que estuviera sola, abandonada en la tierra. La bolsa con sus cosas le daría compañía.
—¿Dónde exactamente las dejaste, Eleanor?— Julián no cede, ni siente piedad —dime ¿en cuál de las macetas que pusieron después está?, dame un detalle que solo tú sepas.
—Es la Clavelina Americana, la maceta grande— contesta respirando hondo y aceptando su derrota —Ella reposa en la tumba más nueva del panteón Vane, por supuesto, pero es la única que tiene una placa de bronce pequeña en la base, con un verso de Robert Frost. Yo se lo puse.
Julián asiente por la información tan precisa y verificable, el estuvo ahí, pero no iba a dejarse ver, por lo que no se acercó lo suficiente.