La Mansión Vane huele a cera pulida y lirios moribundos, el aroma de una tragedia perfectamente gestionada. Apenas ha pasado una semana desde el entierro, y la casa ya respira la normalidad que Eleanor ha impuesto y a Sofía le repugna.
Camina por el pasillo del ala oeste. Sus pies descalzos sobre el mármol frío son el único sonido, se detiene frente a la puerta de la habitación de su hermana. Está impecable, recién pintada, sin una sola marca, detrás de ella no encontrará a Lucía, ahora es la puerta de una habitación que ya no existe.
El dolor no es una punzada, es un bloque de hielo sólido en su pecho que le impide respirar profundamente. Ella siente la ausencia de esa ligereza excéntrica que compensaba el peso de la casa, pero no puede llorar; el silencio de esta mansión lo prohíbe.
Escucha las voces amortiguadas desde el salón de abajo, es la voz de su madre, alta, cristalina.
“—...sí, la recaudación de la gala de primavera será récord, Richard. Hay que adelantar a los Hamilton. ¡Oh, no! No es momento para tristezas. La vida continúa, querida—” la frialdad de su progenitora es como una bofetada. La rabia arde bajo su piel, contrastando con el hielo en su pecho. Sabe que para sus padres, el dolor es una debilidad, una mala inversión social. La tristeza que ellos provocaron en Lucía fue la que la mató, y ahora Eleanor prohíbe que la tristeza sobreviva en la casa. El duelo es un lujo que los Vane no se pueden permitir.
Sofía apoya la frente contra la madera fría de la puerta sellada, siente el pánico, el terror de ser la siguiente en ser "archivada." Si se queda, su dolor se pudrirá y la consumirá, convertida en otra hija fría y funcional.
Sabe que en el despacho de Richard, él revisa las acciones y planea la adquisición de una nueva empresa, tratando a la muerte de su propia hija como una variable económica ya resuelta. La vida de Sofía ya está trazada: heredar la fachada, heredar el control, heredar el silencio; pero no. Esto se acabó.
El frío del mármol bajo sus pies es su catalizador. Se aleja de la puerta de Lucía, gira y mira la inmensidad del pasillo. La rabia se filtra en una resolución clara, absoluta. No puede vengar a Lucía, pero puede salvarse a sí misma.
—Voy a mudarme. me voy a mi apartamento en la ciudad. Ya no vivo aquí, en este museo de frivolidades— dice para sí misma con determinación, se dirige a su habitación y comienza a empacar, no lo hace con cuidado, toma una maleta, arroja la ropa, su computadora y documentos, mientras en su mente repite una y otra vez la misma frase, la única verdad que le queda: “Me voy, debo irme". Necesita encontrar una manera de respirar sin el aire enrarecido de los Vane. Está dispuesta a buscar la verdad de Lucía antes de que ellos la entierren para siempre bajo una capa de frivolidad y mármol pulido. La decisión es urgente, visceral. Se muda a la única vida que no le pertenece a los Vane...
Pasa el verano y llega el otoño, la mansión Vane está tan pulcra, con una rutina tan firme como silenciosa sobre Lucía, que parece que ella nunca hubiera existido.
Las hojas caen y la primera nieve vuelve a cubrir el mundo. Julián ya no es Julián, el mecánico enamorado, ese al que el padre de su novia quería acabar, ahora es un actor a punto de salir al escenario más importante de su vida.
Finalmente llega el día para el que se preparó, es 24 de diciembre. La ventisca es perfecta, un muro blanco se ha formado y pareciera que borra el mundo, cortando carreteras y señales telefónicas.
Sonríe viendo la naturaleza a su favor. —Si Dios existe, está de mi lado—hace una pausa pensando —o quizás es el Diablo...
En la mansión, este año la decoración navideña es más ostentosa que nunca. El árbol era más grande, las luces más brillantes.
Sofía solo los visita durante las fiestas, a veces hace el intento tímido de mencionar a su hermana, pero siempre sus palabras son cortadas, como ahora.
—Mamá, ¿no crees que deberíamos— hace una pausa buscando fuerzas para su osadía —poner una de las viejas bolas que le gustaban a Lucía en el árbol?
Eleanor, que revisaba la lista de invitados para la cena de Nochevieja, levantó la mirada con una expresión de leve molestia.
—Sofía, no seas nostálgica, Lucía es pasado y estamos en el presente; además, este año la temática es plata y oro, esas viejas baratijas que le gustaban a ella simplemente no encajan con la estética...