Era un día soleado y Dante se sentía feliz.
Llevaba saliendo con Elizabeth por más de dos semanas y todo iba excelente. Los dos congeniaban realmente bien y sentía, que tal vez, ella por fin era la chica indicada para él.
Él nunca había sido una persona de muchos amigos o salidas. Por esa razón, era que realmente no había entablado muchas relaciones en su vida, ya que nunca había vivido en ese tipo de ambiente donde conoces personas, besas chicas y luego, pasa algo más.
No.
Él venía de una familia conservadora donde era realmente difícil poder ser como se busca ser y recordaba lo difícil que había sido para todos ellos cuando les dijo que quería independizarse, estudiar y trabajar. Tiempos aquellos que le habían dado dolores de cabeza, pero que ahora, recordaba con cariño.
Ahora bien, para conocer a Elizabeth, él había decidido comenzar a vivir aquello de las citas a ciegas. No conocía mucho al respecto, y se había llevado una que otra sorpresa, pero le divertía. Se sentía bien y, además, salía de casa. Era un hombre muy hogareño últimamente y quería vivir nuevas cosas, sin necesidad de volverse loco.
Cuando había visto aquella chica, se había sentido hipnotizado. Su belleza era fuera de este planeta y su forma de ser era una combinación perfecta. A él le había encantado Elizabeth Martins y por eso había decidido que quería seguir viéndose con ella.
Después de su primera cita, él continuó escribiéndole. Unas veces hablaban de cosas estúpidas y otras, de cosas realmente profundas. Como filosofía, astronomía o juegos animados.
Los dos eran grandes fans de las películas japonesas y luego de reconocerlo (con cierta vergüenza), comenzaron a verse por videollamada para compartir aquel tipo de películas.
Ahora, se encontraba con Elizabeth en su pecho dormida. Su respiración era tranquila y acompasada. Y Dante tenía miedo. Porque sentía que estaba comenzando a sentir cosas muy rápido y tal vez, ella no las sintiera.
Un tono de llamada le sacó de sus pensamientos y observó cómo en la mesa de centro de su habitación, el celular de Elizabeth comenzaba a vibrar, con la canción sonando cada vez más alto.
Dante no tuvo que despertarle porque de un salto, Elizabeth despertó y corrió a su celular sin siquiera voltear a mirar a Dante. Su respiración se paralizó un segundo y contestó, sin más remedio.
— ¿Hola? —Elizabeth pasó una mano por su cabello—. Si, ¿qué pasa?
Su voz comenzó a bajar y luego volteó a mirar al muchacho que la observaba intrigado.
— Dante, iré afuera —explicó mientras se dirigía fuera de la habitación.
— Tranquila…
Algunos minutos pasaron. Tal vez treinta o cuarenta, cuando volvió, con su rostro serio. Sus ojos seguían viéndose cansados y parecía que había sido agotador para ella recibir aquella llamada.
— ¿Estás bien?
— Si —trató de sonreír la castaña, pero no lo logró—. Solamente que debo salir ahorita un momento.
— ¿Y eso?
— A ayudar un amigo.
— Entiendo… —Dante asintió y trató de mirar su celular, pero se dio cuenta que no era cierto que entendiera. Sentía que algo había sucedido, pero se encontraba en ese momento donde no sabes si puedes reclamarle o no.
Él pensó que volverían a acurrucarse juntos, pero Elizabeth asintió y tomó su chaqueta.
— Volveré mañana. La pasé muy bien.
— Pero-
Y con una sonrisa rápida la chica se despidió y salió del departamento.
Ese día Dante había comenzado a dudar del lugar donde ella se dirigía y hasta llegó a pensar que tal vez era una mujer casada con doble vida y que él era el otro.
Y continuó pensándolo durante varios días.
Los días en los que ella hacía lo mismo.
Tal vez por eso siempre que le decía que, si quería quedarse con él, ella tenía alguna excusa para decir que no. Y eso también lo llevaba al punto de antes, que no estaban todavía en una relación formal como para decirle algo a ella, o pedirle una explicación. Se sentía en el limbo de las relaciones.
Hasta que un día, él decidió que era el momento de que comenzaran una relación.
— Eli… —Llamó a la chica que se encontraba preparando desayuno en la cocina.
— Dime.
— ¿Te sientes feliz conmigo?
Elizabeth volteó a mirarlo y rió con gracia.
— Por supuesto. Si no me sintiera feliz, no estaría aquí contigo.
Dante sonrió y asintió: — Tienes razón en eso.
Nuevamente el silencio reinó en el lugar y solo se escuchaba el cuchillo que tenía Elizabeth en sus manos.
— ¿Te gustaría tener una relación conmigo?
Después de hacer esa pregunta tan ñona, Dante se golpeó la frente. Esa pregunta había estado muy mal formulada. ¿Cómo le iba a pedir a alguien ser su novia de esa forma?
Un gruñido salió de los labios de Elizabeth y comenzó a gritar mientras tapaba su dedo. Se había cortado apenas había escuchado a Dante hacerle esa pregunta.
Ella no sabía qué sentir. En realidad, el corazón quería salirse de su pecho y el dolor no era muy agudo porque de alguna forma solo pensaba en esas palabras.
Si, si quería.
Pero primero tenía que ir a urgencias a que suturaran su herida.
☼☼☼
Luego de una hora, Elizabeth se encontraba rumbo al departamento de Dante en completo silencio. Ella estaba esperando que él volviera a repetirle la pregunta, ya que después de ese incidente, había sido muy difícil que ella pudiese responder. Y más aún, después de que tuvieran que suturarle la herida y casi que volverle a pegar el dedo a su mano.
Se había cortado bastante porque dejó de manejarse por un segundo luego de la pregunta. Se sentía bien, aunque tenía algunos analgésicos y así no sentía dolor.
— Mhm, Dante… —Comenzó la chica, cansada de que él no le dijese nada.
— ¿Qué?
— ¿No tienes nada que decirme?
— Mhm…
Dante se sentía idiota.
Ella lo hacía sentir así.
— ¿De lo que te pregunté?
— Si… —Le miró con atención la castaña.
— Ah, pues claro. Yo solo quería saber si te gustaría salir conmigo.
Elizabeth rodó los ojos: —Ya estamos saliendo.
Dante soltó un suspiro pesado y parqueó a un lado de la carretera, donde pudiera platicar con ella sin ningún problema o infracción.
— Lo siento, Eli. Soy un idiota en estas cosas —sonrió con vergüenza—. Yo quiero que seamos una pareja. Que estemos juntos, pero de verdad.
— ¿Por qué es tan difícil para ti decirme eso?
— Porque me pones así —se encogió de hombros—. Me vuelves un estúpido.
La risa de la muchacha inundó el vehículo y pronto se encontró abalanzándose encima de su ahora novio. Ella había estado esperando por quien daba el primer paso. Ella precisamente, lo había hablado con una amiga suya, para ser la que le propusiera aquello a Dante.
— ¿Debería hacerlo yo? —Cuestionó, mientras arreglaba una blusa y la metía en la lavadora.
— ¿Por qué tú? Él fue el de la idea que comenzaran a salir y es al que siempre se le salen los te quiero. Él debería pedírtelo.
— Pero estamos en una relación moderna. Podría hacerlo yo —suspiró Elizabeth, sentándose junto a su amiga, la cuál rodó los ojos ante esa respuesta.
— ¿Y eso qué? Espera a ver cuánto tiempo aguanta. Si ves que definitivamente es un idiota para pedírtelo, lo haces tu y ya.
Y esa idea le había gustado. Dante ya le había contado que él no era muy bueno para las relaciones, entonces quería verlo dar lo mejor de sí. Ella podía decirlo en cualquier momento y no le daba vergüenza de nada. Pero él, no.
Por eso apreciaba tanto ese momento. Porque había tenido que esperar casi un mes más para escucharlo decir aquellas palabras.
— Estaba esperando esto hace mucho, Dante —murmuró acercándose cada vez más al muchacho—. Te demoraste demasiado.
— ¿En serio?
— Si. A todo sí.
Y en aquel momento su relación comenzó a tener formalidad. Elizabeth sabía que había algunas cosas que no podía decirle todavía a Dante, pero que con el pasar del tiempo se encargaría de hacer. De eso estaba segura. No quería esconderle nada a él, porque era un chico diferente. No había conocido a nadie como él y por esa misma razón, quería protegerlo y amarlo.
Aquella noche tuvo que escribirle a su jefe que había tenido un accidente y que estaba hospitalizada. No podía trabajar ese día y esperaba que Paulo la dejara de molestar por algunos días, para tener tranquilidad y paz con su nuevo novio. Y claro, también esperaba que no se enterara que estaba con él.
☼☼☼
— ¿Te gustaría pedir algún domicilio, amor? —Dante cuestionó, mientras observaba la aplicación de domicilios en su celular.
Era viernes y los dos habían estado juntos allí desde que se habían vuelto novios.
— La verdad, no. Quisiera que cenáramos algo aquí.
— ¿Cómo qué?
— Pasta…
Dante asintió y caminó hacia la cocina para comenzar a preparar una deliciosa cena. Antes de que pudiese llegar al lugar, unos golpes retumbaron en todo el departamento, haciendo que los dos se voltearan a ver confundidos y se dirigieran a la puerta.
Del otro lado, no había nada. Solamente una piedra en el suelo con varios números. Por la cabeza de dante pasó que tal vez podía ser un número de teléfono, pero eran muy pocos.
La verdad era algo completamente diferente y no sabía qué podía significar.
Por otro lado, Elizabeth sentía como su frente comenzaba a sudar.
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Ella sabía lo que significaban esos números y tenía miedo. Se había desaparecido algunos días de su jefe, y al parecer él se cobraría esa desaparición.
— Amor —susurró—, ¿por qué no vas preparando algo y yo voy al supermercado a comprar unas cosas?
— Yo te puedo acompañar… —Dante se ofreció y la castaña bufó dentro de sí. Necesitaba escaparse un momento si quería evitar cualquier inconveniente con su jefe. Y menos quería tener problemas ya que tenía otra persona a quien proteger.
— No te preocupes, no demoro —sonrió besándolo castamente—. No demoro.
Acto seguido tomó su celular y su cartera y salió del departamento. Como siempre lo hacía. Se iba algunas horas y luego volvía creyendo que Dante estaba seguro de que ella solamente estaba en el supermercado. Tal vez lo que ella no recordaba era que ellos dos ya habían ido varias veces a mercar y por mucho, podían demorarse cuarenta minutos. No horas.
Elizabeth corrió escaleras abajo ya que los ascensores demoraban demasiado y prendió su celular, Siempre trataba de dejarlo así.
Al hacerlo, varias llamadas perdidas aparecieron en su pantalla inicial y maldijo en voz baja, mientras temblaba y trataba de llamar a aquel número.
— Jefe…
— ¿Dónde estabas?
— Jefe, perdón. Estuve en el hospital.
— Nosotros preguntamos por ti —la cortó el hombre extranjero al otro lado de la línea—. No me digas estupideces.
— Corté mi dedo y tuve que estar en reposo estos días, perdón.
— Tendrás un castigo. Ven ahora mismo.
— Si, sí.
Como si de una urgencia se tratara, Elizabeth tomó un taxi hasta el lugar donde siempre se encontraba con aquel hombre y rezó, esperando que no fuera a sucederle nada malo. Ella solamente había querido descansar un poco, pero eso claramente él no lo entendía. Ni lo iba a hacer. Él era un hombre que sólo los veía como máquinas de dinero. Nada más.
Cuando comenzó a acercarse al lugar, le dijo al conductor que la dejara algo lejos para que no pensaran que trabajaba cerca de ahí y le escribió un mensaje a Dante, diciéndole que debía demorarse un poco más, pero que estaría en casa lo más pronto posible.
Caminó algunos pasos y el frío caló entre sus huesos, haciendo que apretara las manos tratando de darse algo de calor con esa acción. Solamente había salido con una chaqueta y sus jeans. Eso no la protegía del frío tan denso que había aquella noche.
— ¡Lisa! —Escuchó como gritaron y volteó a mirar con rapidez a su espalda, viendo a su jefe.
— Bu-buenas noches —susurró y observó el suelo.
— No demoraste nada. Así me gusta.
— Si señor.
— ¿Es por ese idiota que te desapareciste? Sabes que no puedes hacerlo.
Elizabeth negó varias veces con la cabeza, tratando de dar a entender que no era por él.
— Yo tuve un accidente y tuve que ir al doctor. Él me dijo que reposara.
— Por estos días me deben dos mil más.
— ¡¿Qué?! —Exclamó la chica sintiendo sus ojos llorosos—. Ya debo lo suficiente para ser una maldita esclava por otros años.
De un momento a otro, su cuerpo tocó el frío de la pared y un puño se estrelló en su pómulo.
— ¿Qué me estás diciendo, maldita? ¿Quién demonios te crees para hablarme así?
En ese momento la castaña se sintió pequeña en manos de aquel hombre y se hizo una bola en el suelo, esperando que no volviera a golpearla.
Cosa que no pasó.
Con cuidado, Elizabeth subió la cabeza y lo observó delante de ella con los brazos cruzados.
— Sigues siendo la misma niña de la primera vez. Esto es patético. No sé por qué no aceptas lo que ya te ofrecimos.
— No —ella con cuidado se levantó del suelo para darle cara a Paulo—. No. Yo pagaré todo.
— Estás cargando deudas de alguien a quién ni siquiera le importas. No seas estúpida.
— No importa. Es mi madre.
Paulo se mantuvo en silencio y sus ojos azules la miraron con firmeza. Aquella chica había sufrido mucho trabajando para él y ni así era capaz de irse. ¿Por qué quería seguir ayudando a su madre drogadicta?
— Está bien. Te estaré llamando y no vuelvas a desaparecerte.
— No te preocupes.
— Ah, por cierto —Paulo se volteó y le miró sobre el hombro—. Si lo vuelves a hacer esa piedra ya no estará frente a su puerta… sino en su cabeza.
Elizabeth asintió y se alejó del lugar.
Sabía que tenía que comenzar otra vez a aceptar todo lo que le dijera ese hombre. Lo odiaba como no se tenía idea, pero era el único que le había dado dinero para estudiar algo. Por eso era por lo que debía tanto además del que su madre ya debía.
Su madre era una mujer alcohólica que nunca se había preocupado por ella. En eso tenía completamente la razón y más allá de dolerle (había aprendido a vivir con eso), le daba rabia que ella tuviera que pasar por todo eso gracias a ese hombre. Él era quien le vendía las cosas que ella consumía y era tan dependiente de eso que ya era muy difícil alejarla. Ella había tratado de muchas formas hacerlo, pero le era imposible. Ella siempre recaía y volvía a cometer algún error solamente por consumir un poco más.
No le dolía que nunca le hubiese importado ella como hija. Le dolía el hecho de ver hasta dónde podían llegar las drogas en el cuerpo de una persona para acabarla de así. Ella había soñado toda su vida con una imagen materna, pero lastimosamente ni siquiera eso había tenido.
Su infancia había sido tratar de estudiar en el colegio público de su barrio y en las noches, ayudar a Paulo con sus encomiendas para bajar poco a poco la deuda que tenían.
Claramente ya no se debía lo mismo que al principio se debía, pero cuando tuvo que ir a la universidad, ningún banco quiso prestarle a una chica hija de una drogadicta y sin padre. Así que, la única persona que realmente le dio todo el dinero fue Paulo. Él le prometió que se lo prestaría sin intereses y hasta ese momento, era cierto. Ella estaba pagando su deuda neta y era algo que le tranquilizaba.
No quería pensar en su vida si le cobrara interés sobre interés.
Eran las once de la noche y ella había salido del apartamento a las ocho treinta. Sabía que Dante estaría furioso porque no era la primera vez que ella hacía algo como eso, pero no podía evitarlo. Era su vida, la de su madre y ahora la de él, que corrían peligro.
Y si, tal vez había sido egoísta en comenzar una relación sabiendo que estaba metida en algunos problemas ilegales, pero estaba cansada de condicionar sus sentimientos. Ella no sabía lo que era un novio, lo que era una cita, lo que era hacer el amor.
Ella quería vivir todo con una persona especial y sentía que Dante era esa persona que siempre había esperado y buscado. Él era el indicado y nada iba a hacer que eso cambiara.
— Amor… —murmuró la chica entrando en el departamento de su novio.
— Aquí estoy, Elizabeth.
La chica suspiró y se dirigió al cuarto. No sabía qué le diría y sabía que no podía decirle nada de Paulo. Pero tal vez si podía decirle algo de la verdad.
Aunque un poco tergiversada.
— Ya sé que me demoré, pero esto tiene una explicación —rápidamente habló, antes de dejarlo comenzar.
— Te escucho.
— Tuve que ir donde mi madre.
Dante se sentó en su cama y cruzó los brazos. Ese no era un tema que hubiesen tocado alguna vez.
— Nunca habíamos hablado de tu madre.
— Lo sé. Por estar resolviendo algunas cosas de ella, es que he tenido que irme de esta manera.
— ¿Por qué no me lo habías dicho? —Inquirió el muchacho sin entenderlo. Estaban saliendo, era claro que ella podía confiar en él para lo que fuera. No tenía ningún problema.
— Porque no quería incomodarte, cariño —sonrió Eli y se acercó a su pareja—. Entiendo que acabamos de comenzar esta relación, pero realmente quiero que comencemos con el pie derecho. Por eso decidí ser sincera contigo.
Dante sonrió y sintió que realmente estaba siendo sincera con él. Y eso lo enamoraba. Aún más.
— Pensé que eras una mujer casada —rió y la atrajo a su pecho.
— ¿Que tenía dos vidas?
— Algo así.
Elizabeth rió y sintió como Dante tocó su rostro. Inmediatamente gimió por el dolor que comenzó a sentir en su pómulo. Había olvidado completamente lo que había sucedido una hora antes.
Y eso también era lo que le encantaba de estar con él. Que le hacía olvidarse de su asquerosa vida sin siquiera desearlo. Solo sucedía.
— ¿Te duele? Siento algo hinchado tu pómulo —Se sobresaltó Dante—. ¿Estás bien? ¿Te pasó algo?
— Si, me caí, pero no pensé que hubiese sido tan fuerte el golpe. Lo lamento.
El muchacho asintió y respiro aliviado. No quería que nada le sucediera a su novia. Así que caminó rápidamente a la cocina y llevó algo que ponerle en el pómulo para que el siguiente día no estuviese hinchado.
En aquel momento, quiso sorprenderla y la vio textear en su celular rápidamente mientras él volvía al cuarto. Eso también era raro. Ella no acostumbraba a textear mucho estando en su departamento. Por el contrario, a ella le encantaba apagar su teléfono y disfrutar el momento con él. Abrazados y mirando alguna película.
Cuando Dante se acercó un poco más por detrás de su pareja, pudo ver la clave de su novia.
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El mismo número que tenía la piedra que habían dejado en la puerta.
Dante sintió como los cabellos de su nuca se erizaron y tragó saliva con fuerza. Tanto así que Elizabeth le escuchó y saltó en su lugar, bloqueando nuevamente su celular.
— ¡Me asustaste, mi amor!
— Perdón. Solamente estaba trayendo algo para tu pómulo. No quería asustarte.
— No te preocupes —Eli se levantó y le abrazó por la cintura—. Ahora ven conmigo y vamos a dormir un poco.
— Está bien —sonrió Dante—. Pero antes de eso, quisiera preguntarte algo.
— Dime.
— ¿Por qué tu clave es la misma que estaba en la piedra de la entrada?
Dante observó como el rostro de Elizabeth se fruncía un poco y su respiración de aceleraba.
¿Por qué respondía así?
— ¿Tienes algo que ver en la situación de más temprano con la piedra?