Elizabeth se encontraba sentada en aquel sofá grande de color gris en el apartamento de su novio. Se sentía tan feliz de haber encontrado una persona como él y suspiró observándolo cómo se movía en la cocina, donde realizaba el desayuno de los dos. Estaban recién despiertos después de una agradable noche de películas, hacer el amor y muchos dulces.
Se había enamorado.
— ¿Qué me ves? —Inquirió Dante dándose cuenta de que tenía dos ojos atentos a sus movimientos.
— Como cocinas. Eres hermoso, ¿lo sabías?
— Claramente.
Una risa salió de los labios de Elizabeth y se levantó para abrazar a su novio. No llevaban mucho tiempo, pero de igual forma no necesitaba más para saber que él era el hombre que había estado buscando durante tanto tiempo.
— Me encantas.
Le volteó y besó castamente en los labios para nuevamente dejarle cocinar y ella dedicarse a lavar los platos mientras tanto.
La vida de Elizabeth nunca había sido algo tranquila. Desde pequeña había tenido que sobrevivir. Su madre era una mujer drogadicta que por unos pocos billetes prestaba a su hija para vender drogas a hombres que necesitaban de una menor de edad para no ser encarcelados.
No sentía rencor por ella. Por el contrario, esperaba poco a poco salir de todo eso y hacer lo mismo con su madre. Ella quería ayudarla y para eso, tenía que comenzar a tener una vida mejor. Luego de graduarse de mercadeo de la universidad, ese pensamiento había inundado su mente.
Apenas tenía 22 años. Demasiado joven para todo lo que había tenido que pasar.
— ¿Elizabeth?
La joven saltó en su lugar y miró a Dante. Había quedado tan absorta en sus pensamientos que el agua continuaba corriendo cuando había terminado de lavar lo que debía.
— Lo siento, amor. Estaba pensado.
Dante frunció el ceño —. ¿En qué?
La tensión hizo presencia en el cuerpo de Elizabeth y solamente se encogió de hombros. No sabía cómo decirle que tenía problemas y que no era la persona que al principio conoció. No era que fuese una asesina, pero tampoco había sido una persona buena. Ni lo era.
— Uhm- nosotros. Quiero ser feliz contigo para siempre, Dante.
El ceño de Dante se debilitó y en cambio una sonrisa fue puesta en sus labios.
— Te adoro.
— Yo a ti, mi amor.
***
La frente de Elizabeth sudaba al igual que las palmas de sus manos. Eran las 2 de la madrugada y se encontraba esperando a su jefe fuera de una discoteca en el sur de la ciudad.
Una sudadera se amoldaba a su cuerpo y como era normal, toda su vestimenta era negra. Ya sabía qué era lo que debía de hacer porque estaba en eso desde hacía muchos años. Ni siquiera recordaba cuál había sido su edad en el primer encargo que tuvo.
— Martins, hola.
La susodicha se volteó al escuchar aquel acento tan claro. El acento italiano no podía esconderse.
— Paulo… ¿qué debo hacer?
— Lo de siempre. Pero esta vez es otro nivel… debes ir acompañada.
— ¿Cómo?
Paulo sonrió mientras le decía a uno de los hombres con los que estaba que llamara a alguien. Elizabeth se tensó. No entendía qué era lo que iba a suceder, tal vez podrían matarle y ella no sabría cómo defenderse.
Un hombre apareció y le dio un apretón de manos.
— Soy Liam. Te acompañaré hoy.
— ¿Qué debemos hacer?
Liam iba a hablar pero Paulo le interrumpió, con una sonrisa aún más grande.
— Hoy vas a hacer más. Hay un chico que no quiere pagar lo que ha consumido desde hace un mes. Es hora de cobrar.
La chica dio dos pasos atrás y puso las palmas de sus manos frente a ella mientras negaba varias veces. Ella no era una asesina. Ella solamente se encargaba de vender lo que su jefe le daba. Nada más.
— No mataré a nadie.
Liam rió y miró al italiano a su lado. ¿Acaso ese chico era estúpido?
— No lo harás tú. Lo haré yo.
— No-no quiero…
El rostro de Paulo cambió y sacó un arma de fuego de su chaqueta. Su cuerpo se acercó lentamente a la jovencita que desde los 10 años había trabajado para él y de un golpe la empujó a la pared más cercana para amenazarle. Él podía volarle la cabeza en ese momento si quería, pero no lo iba a hacer.
No hasta que ella y su madre le pagaran todo lo que le debían.
— Tu no dices qué quieres hacer o qué no. Yo mando y vas con Liam.
Los ojos de Elizabeth comenzaron a sentirse vidriosos y asintió. El agarre en su cuerpo comenzó a debilitarse y se alejó prontamente. No podía llorar. Cada vez que se había roto frente a su jefe se había ganado una paliza grande.
Para el señor Chiesa ninguno de sus trabajadores podía ser débil. Para él llorar era sinónimo de debilidad.
— ¡No seas puta! ¿¡Vas a llorar!? —Gritó soltando una carcajada—. No seas una mierda sentimental.
Elizabeth apretó los puños y volvió a asentir. Estaba tan cansada de todo.
De su vida.
Así comenzó su madrugada. Minutos más tarde se encontraba en el auto con el recién conocido llamado Liam. Su vista estaba dirigida al exterior y veía cómo comenzaban a entrar a un lugar humilde. Eso le daba tristeza. ¿Cómo tenían el corazón de jugar con la salud de personas de escasos recursos? Así como había pasado con ella, estaba sucediendo con muchas personas más.
— No eres de este mundo, ¿no? —Preguntó Liam. Se notaba que su acompañante no era igual que ellos. Pero no quería ser tan directo. Estaban a punto de cometer un crimen.
— No.
— ¿Por qué estás aquí? —Nuevamente preguntó, esta vez mucho más intrigado.
— Yo… —suspiró la chica mirándole rápidamente—… debo mucho dinero.
Liam soltó un suspiró y continuó su camino. Se había sentido identificado de cierto modo.
Él había conocido a Paulo Chiesa cuando tenía 18 años. No tenía familia, le habían abandonado desde bebé y su vida había sido pasar en hogares de paso hasta que consideraron que podía vivir por sí mismo y nuevamente había quedado solo, sin ninguna clase de apoyo. Su relación había comenzado en un bar. Y al parecer Paulo poseía un modus operandi bastante conocido. Buscaba personas con problemas emocionales a los cuales j***r metiendo en su mundo de drogas y asesinatos.
Lastimosamente a Liam le había gustado. Le había encantado el poder que sentía al empuñar un arma y el miedo que profesaba añadido a su físico.
— Llegamos —murmuró apenas observó una pequeña casa con las luces prendidas.
No le habían dicho a Elizabeth que definitivamente iba a presenciar un asesinato. Sabían que como era una persona joven y con miedo, era mejor llevarle pensando que simplemente cobraría unos cuantos gramos de cocaína y listo.
— Necesito que estés junto a mí, ¿entiendes?
Elizabeth tragó saliva sintiendo su corazón querer salirse de su pecho. Estaba aterrada. No sabía si saldría bien de aquella situación.
— Está bien.
— Golpearás y preguntarás por Edwin, apenas te des cuenta que es éste hombre —le mostró la foto de un hombre moreno—, me harás una seña con tu mano para yo aparecer.
— ¿Y qué le digo?
— Que llevas su dosis diaria.
Posteriormente los dos salieron del auto y caminaron directamente a la casa. Elizabeth se acomodó y se atapó la mitad del rostro con una bandana y al estar frente a la puerta golpeó 3 veces, mientras Liam observaba detrás de un árbol todos los movimientos que hacía.
Unos ruidos se escucharon desde adentro y nuevamente los ojos de Elizabeth se sintieron vidriosos.
— ¿Sí? —Una señora mayor abrió y le miró atenta. Era muy tarde.
— Bu-buenas noches, ¿se encuentra Edwin?
La señora frunció el ceño y asintió, pidiendo que esperara un momento a que le llamara.
Elizabeth por su parte, sintió su corazón romperse. No quería hacer aquello.
— ¿Hola?
Un hombre mediano apareció y se quedó atento a la respuesta, mientras miraba varias veces para dentro de su casa.
— Traigo tu dosis.
Elizabeth después de hablar quedó fría en su lugar. No quería hacer ninguna señal.
Y no lo iba a hacer.
Del otro lado, Liam observaba detenidamente. Había visto al hombre salir y su acompañante no le había hecho ningún gesto. Se había dado cuenta que ella no lo iba a hacer e iba a dañar todo el plan.
— Pequeña hija de perra.
Así que, a paso apresurado se dirigió hacia la casa donde se encontraban las dos personas intercambiando unas palabras y desenfundó su arma de fuego para descargarla en la persona que había ido a buscar.
Edwin cayó al suelo de golpe por la cantidad de disparos que recibió y Liam tomó a Elizabeth del brazo para comenzar a correr a su auto. Sentía la adrenalina a tope mientras los gritos a sus espaldas se escuchaban con más fuerza. Era la señora que había visto el cuerpo y pedía ayuda a todo pulmón.
Liam prendió el auto e inmediatamente salió de aquel lugar, sin decir palabra.
Al igual que Elizabeth.
Ella se encontraba fría. No sentía su cuerpo. Solamente podía escuchar los disparos en su cabeza mientras se alejaba de la escena. ¿A dónde había llegado?
Ella le había alcanzado a decir que corría peligro a Edwin, pero no había podido hacer mucho.
¿Dónde iba a parar?