Capitulo 4

1223 Words
—¡Punto! ¡Rojo! —gritó el árbitro mientras el oponente de Wyatt conectaba un poderoso jab a su mejilla. Ambos combatientes se retiraron un momento para recomponerse. Wyatt se tomó un instante para revisar su protector bucal. Al hacerlo, notó la señal reveladora de sangre en el vinilo azul de su guante de sparring. Encorvó los hombros y adoptó una postura de combate, saludando al árbitro con la cabeza. Su oponente, un hombre que parecía exactamente el contador que en realidad era, simplemente hizo un gesto de "vamos" (ya fuera en un intento de ahorrar fuerzas o porque consideraba que entrenar con Wyatt estaba por debajo de su casi seguro estatus de cinturón n***o en varias disciplinas). Decidiendo cambiar de táctica, Wyatt giró las caderas para colocar su mano dominante detrás de él. Sintiendo que un roundhouse o un uppercut se avecinaba, su oponente bajó aún más la postura y levantó la guardia. Wyatt se regocijó en silencio y, actuando como si el hombre que tenía delante pudiera prepararse, desató una patada rápida hacia su barbilla. La clara ventaja de altura de Wyatt jugó a su favor y su golpe conectó con precisión. —¡Punto! ¡Azul! —gritó el árbitro—. ¡Buen cambio! —En efecto —añadió el contador, moviendo la mandíbula y probablemente agradeciendo a su protector bucal el hecho de que ninguno de sus dientes había sido dañado. —El siguiente punto lo toman ustedes —les informó el árbitro. Se enfrentaron de nuevo y se prepararon para una batalla interminable. Ambos combatientes habían agotado sus tácticas de sorpresa. El punto final, y de hecho el encuentro, se ganaría con pura habilidad. Wyatt percibió un pequeño cambio en la postura de su oponente y, por lo tanto, pudo bloquear la patada de gancho giratoria abalanzándose sobre él y recibiendo la mayor parte del golpe en su hombro. Las reglas de su sesión de entrenamiento le impidieron a Wyatt continuar y levantar al hombre físicamente, así que hizo lo siguiente mejor: empujarlo por debajo de la rodilla para voltearlo. Para ser un contador, su oponente demostró una aplomo notable. Rodando con la voltereta en lugar de resistirse a la fuerza superior de Wyatt, el hombre le asestó un martillazo en la cara mientras aún estaba en el aire. Wyatt no vio venir el golpe y, por suerte, su oponente no apuntó bien y el impacto le llegó al cuello. Avanzando antes de que su rival pudiera ponerse de pie, Wyatt intentó una vez más una patada rápida. Sin embargo, su golpe pasó inofensivo, mientras el contador rodaba para alejarse antes de incorporarse con sorprendente rapidez. Wyatt mantuvo el impulso y atacó con el puño. Sin embargo, antes de que su golpe pudiera conectar, Wyatt sintió un golpe atronador en la barbilla. Sus pasos vacilaron y cayó torpemente al suelo, sin estar del todo seguro de dónde había surgido el golpe final. —¡Punto! ¡Rojo! —anunció el árbitro emocionado. Wyatt escuchó algunos vítores apagados provenientes del espacio tenuemente iluminado fuera del ring, pero estaba completamente concentrado en ponerse de pie sin volver a estrellarse. Sintió una mano en el hombro y alzó la vista para ver al contador ofreciéndose a ayudarlo. —Buen partido —comentó su antiguo oponente—. Esa patada rápida fue una belleza. —Gracias —respondió Wyatt, frotándose la barbilla con cuidado. —Solo recuerda nunca sobreextenderte. Me dominaste en esa última ronda hasta que perdiste el equilibrio. Wyatt asintió en señal de gratitud y se quitó uno de sus guanteletes para estrecharle la mano al hombre antes de verlo dirigirse a las duchas. —¿Crees que alguno de sus clientes de Wall Street sabe que podría patearlos si lo hacen enojar? —murmuró el árbitro conspirativamente. —Espero que no —bromeó Wyatt—. Sería mucho mejor si finalmente lo hubieran presionado demasiado y simplemente se hubiera quitado el abrigo con naturalidad antes de empezar a dar patadas con calma. Definitivamente puedo verlo cerrando suavemente la puerta tras él, en una habitación llena de cuerpos destrozados, después de gritar algo sobre deducciones o contabilidad por partida doble. —Tal vez podrías decírselo, aunque solo sea para evitar que mi mejor luchador termine en la cárcel solo porque el imbécil equivocado decidió ser un idiota con él. —¿Disculpe? —preguntó Wyatt con cuidado. El árbitro miró furtivamente a su alrededor antes de decir en voz baja: —Nunca les diría nada a los demás, aunque sospecho que la mayoría también te reconoce. Supongo que es una regla no escrita. Lo único que importa es tu habilidad. No para quién trabajas. Ni quién es tu padre. —Mierda —siseó Wyatt. —No eres el único que va a los barrios bajos solo para sudar haciendo algo más que lo que sea que esté haciendo spinning, o fingiendo que no estás mirando a la rubia tetona que tienes a tu lado en la elíptica. Aquí vienen corredores de bolsa y dueños de hoteles, igual que tú. —Elíptica —corrigió Wyatt—. Ya nadie usa cintas de correr. —Como sea. La cuestión es que hay un montón de tipos por ahí... y chicas también, supongo... que prefieren descargar adrenalina mientras hacen ejercicio. Todos son bienvenidos aquí, siempre que sepan pelear. Al fin y al cabo, no soy una escuela. Wyatt meneó la cabeza con incredulidad, recordando con claridad el primer día que visitó el anodino gimnasio de Harlem. Ese día, el hombre que tenía enfrente le dejó meridianamente claro que su club solo tenía una regla: nada de quejas. Si te unías y tenías el valor de subir al ring, lo que sucediera después era tu única responsabilidad. Prometió que, como árbitro, haría todo lo posible para evitar que alguien sufriera daños permanentes, pero Wyatt ya había visto bastantes heridas que requerían atención médica urgente durante su tiempo en el club. Ese peligro, y el crisol asociado de la educación forzada en la capacidad de lucha, era precisamente la razón por la que volvía cuatro mañanas a la semana. Había despedido a cuatro terapeutas por señalar que sus esfuerzos, cada vez más arriesgados, por encontrar algo que le interesara lo llevaban a la ruina, pero eso no significaba que necesariamente creyera que estaban equivocados. Su ira contra casi todos los miembros de la profesión médica era mucho más profunda. En cualquier caso, tenía poco interés en alejarse de algo que esperaba con entusiasmo una y otra vez, incluso si eso le provocaba algún que otro ojo morado... o un dolor en el mentón. *** —¿Qué carajo hace aquí? —le susurró ferozmente una mujer escultural a la recepcionista que acababa de preguntarle a Wyatt si necesitaba algo... por cuarta vez desde su llegada veinte minutos antes. —¿Tiene una cita? —respondió temerosamente la recepcionista. La mujer, poco divertida pero bastante llamativa, miró brevemente a Wyatt antes de preguntar: —¿Cómo... tiene una cita? Estoy segura de que habría visto su nombre en mi agenda y la habría cancelado. —Se hizo con el apellido de mi madre —dijo Wyatt al ponerse de pie—. Ella también es parte de la razón por la que estoy aquí. Extendió la mano y añadió: —La Sra. Shelley, supongo.
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