Capítulo 1: Prisionera del Silencio
Elena se despertó temprano, como lo hacia cada mañana. La luz del amanecer se filtraba por las rendijas de la persiana, pintando rayas doradas en la pared. Se levantó con cuidado, tratando de no hacer ruido. No quería despertar a su esposo, Andrés, quien aún dormía en un costado de la cama.
Elena se arrastró hacia el espejo del tocador, sintiendo el frío mármol bajo sus pies temblorosos. viéndose al espejo su reflejo le devolvió la mirada, una imagen desoladora de una mujer atrapada en su propia piel. Sus ojos grises, antes llenos de vida y esperanza, ahora parecían opacos y sin brillo, como si hubieran perdido toda conexión con el mundo que la rodeaba. El cabello castaño caía en mechones desordenados alrededor de su rostro pálido y demacrado, un recordatorio constante de las penurias que su esposo la hace pasar día con dia. Con un suspiro, Elena pasó sus delgados dedos por su delgado cuello sintiendo así el escosor de los moretones causado por Andrés en uno de sus arrebatos, siguió bajando sus manos hasta detenerse en sus cotillas las cuales podía delinear y contar cada una de ellas debido a su mala alimentación. "pensando irónicamente si su esposo pensaba que sus costillas podrían contar como un plato sustancioso. Después de todo, no parecía muy dispuesto a proporcionarle el alimento que tanto necesitaba, al menos de que ella estuviera dispuesta a ganárselo con favores que luego se convertían en 'deudas'."
La falta de comida era evidente en su figura esquelética, pero no era solo la falta de alimento lo que la consumía. Era el constante temor, la ansiedad que la mantenía despierta por las noches, preguntándose qué nuevo tormento le esperaba al día siguiente.
Recordó cómo había llegado a este punto, cómo había caído en las garras de Andrés. En la preparatoria, él era su maestro de historia, un hombre encantador que había visto en ella a una presa fácil. Vulnerable y necesitada de afecto, Elena había caído en sus mentiras y promesas vacías. Él la había cortejado con halagos y regalos, pero una vez que estuvieron casados, reveló su verdadero rostro: el de un monstruo que se alimentaba del miedo y la sumisión de su esposa.
Diez años de matrimonio con Andrés habían dejado cicatrices físicas y emocionales en Elena. Cada día era una batalla por la supervivencia, una lucha silenciosa contra un enemigo que parecía invencible. Las paredes de su casa eran testigos mudos de los abusos que sufría a manos de su esposo. La frialdad de Andrés se cernía sobre ella como una sombra, oscureciendo cada momento de su existencia. A pesar de todo, Elena se negaba a rendirse. Había una chispa de esperanza dentro de ella, una determinación feroz de encontrar una salida de este infierno que era su vida. Con un suspiro, Elena apartó la mirada del espejo y se prometió a sí misma que encontraría una forma de escapar de esta pesadilla, cueste lo que cueste. Aunque no sabía cómo, estaba decidida a luchar por su libertad, incluso si eso significaba enfrentarse al mismísimo demonio.
