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Latidos Corazón de Espinas Libro 3

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Blurb

Isabella descubre lo impensable: su esposo la ha engañado desde el principio. Sus ausencias y mentiras revelan la verdad sobre su relación. Herida en el alma y en el cuerpo, es abandonada para morir en los jardines de Ashcombe Hall.

Pero el destino tiene otros planes.

Una figura oscura emerge de las sombras: Viktor Vodrak, un vampiro ancestral, la encuentra aún con vida y la transforma.

Isabella renace bajo una luna sangrienta, convertida en algo nuevo, poderoso… y maldito.

El corazón se llena de espinas. El amor ha muerto. Solo queda la sed de venganza.

Todos los Derechos Reservados

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1
El Regreso de París El carruaje avanzó por el sendero de grava húmeda que conducía a Ashcombe Hall. El cielo, encapotado y gris, se reflejaba en los ventanales altos de la mansión como una advertencia silente. Rowan bajó del coche con paso firme, su abrigo de lana oscura cayendo sobre los hombros como una capa de autoridad y respeto. La imagen del esposo redimido, próspero y fiel estaba perfectamente diseñada. Cada gesto, cada palabra que había practicado en su mente durante el trayecto, lo acompañaría como un guion. Nada podía delatar la noche anterior, los labios que había besado, las sábanas ajenas, ni el deseo que lo había consumido. El mayordomo lo recibió con una reverencia medida. Los criados bajaron las maletas. La niebla se arrastraba por los jardines y la figura de Isabella apareció en lo alto de la escalinata, envuelta en una capa azul marino. La silueta de una esposa amorosa, paciente, y aún esperanzada. - Mi señor. - dijo ella con suavidad cuando él subió los peldaños y tomó su mano enguantada. - Mi lady. - respondió Rowan, inclinándose para besarle los nudillos con afecto contenido. El roce de sus labios fue breve, casi reverente. Fingido. Isabella notó un aroma nuevo en su abrigo: especias orientales, y un perfume dulzón que no era suyo. Pero se forzó a pensar que era parte del equipaje, o quizá del hotel. No dijo nada. No aún. Un viaje en barco con más personas siempre dejaba la ropa impregnada de olores. - El viaje fue productivo. - dijo él al entrar con ella al vestíbulo - El marqués está satisfecho. El contrato se cerró sin contratiempos. - Me alegra saberlo. Has trabajado muy duro para lograrlo. Su voz era suave, pero cargada de intención. Rowan no respondió de inmediato, solo le dedicó una sonrisa y colocó una mano en la parte baja de su espalda, guiándola hacia el salón donde esperaba un té caliente. - Y tú también. - añadió entonces - El Baile de Primavera fue un éxito absoluto, según me han dicho. La abuela no deja de elogiar tu tacto y organización. Isabella desvió la mirada, ocultando el rubor que no sabía si era por el halago... o por la incomodidad de recibirlo. - Las damas solo querían un motivo para vestir sus mejores joyas y hablar de lo bien que sus esposos negocian en el extranjero. La sonrisa de Rowan se mantuvo firme, pero en su interior la incomodidad creció. Ella no preguntaba directamente, no exigía, no reclamaba. Pero sus palabras siempre llevaban un filo. Como cuchillas envainadas. - Te extrañé. - dijo ella al cabo de un momento, sentada en el diván, sirviendo el té con movimientos medidos. - Y yo a ti. - respondió él sin parpadear. Una mentira más. Una más para sostener la ilusión. Esa noche, Rowan se aseguró de mantener el rol a la perfección. Conversó durante la cena, elogió el menú, preguntó por los jardines y le ofreció su brazo cuando subieron juntos la escalinata. Besó su frente antes de retirarse a su estudio y la vio entrar sola en su dormitorio, como había hecho tantas otras veces. Una vez en su escritorio, extrajo una carta del interior de su abrigo. El papel olía a jazmín. “Mi cuerpo aún recuerda el tuyo, Rowan. Ven cuando vuelvas. Sabré esperar.” - M. Guardó la carta en una caja cerrada con llave, bajo una carpeta de documentos. Luego sirvió una copa de brandy y observó su reflejo en el cristal de la ventana. Se vio a sí mismo como lo veía el mundo: conde respetado, marido entregado, hombre reformado. Pero dentro, una voz no callaba: Ella no es Madeleine. Nunca lo será. Y, sin embargo, debía continuar fingiendo. Por el título. Por el negocio. Por el poder. Por todo aquello que aún podía ganar. El Almuerzo El comedor sur estaba bañado por la luz del mediodía. Las ventanas, altas y enmarcadas por cortinas azul marino, dejaban entrar una brisa suave que agitaba el aroma de la comida recién servida: cordero en salsa de vino, raíces horneadas con mantequilla y pan fresco. Era una mesa para tres, íntima, alejada del boato de los banquetes. Isabella ocupaba su lugar habitual a la derecha de Lady Honoria, y Rowan estaba al otro lado, con su servilleta cuidadosamente plegada sobre las rodillas. La porcelana fina y el silencio inicial acompañaban el primer plato. Lady Honoria, con su bastón apoyado cerca y su peinado perfecto como cada día, dio el primer bocado con la mirada puesta en Rowan. - Me ha llegado carta del marqués de Everleigh esta mañana. - dijo con tono casual, rompiendo la quietud como quien lanza una piedra a un estanque - Dice que ha sido un viaje fructífero. Que manejaste los acuerdos con más gracia y firmeza de la que esperaba. Rowan levantó la vista, sorprendido. Ladeó apenas la cabeza, modulando la reacción. Su abuela rara vez ofrecía elogios sin propósito o sin recelo. Pero no había sarcasmo en su tono. - ¿De verdad lo ha dicho? - preguntó, dejando la copa de vino antes de beber. Lady Honoria asintió con una sonrisa contenida, los ojos agudos como siempre, aunque esa mañana parecían menos severos. - Eres joven, pero no tonto. Lo que hiciste en París habla bien no solo de ti, sino de Ashcombe. Estás empezando a comprender qué se necesita para ser cabeza de una casa con historia, no solo un título que se hereda como un abrigo viejo. Rowan se apoyó un poco hacia atrás, entrecerrando los ojos. No estaba seguro de si el elogio era real... o una forma elegante de recordarle que siempre lo estaba observando. - Me honra saber que no he decepcionado. Confieso que dudaba que Everleigh estuviera del todo satisfecho. - Puede que no lo estuviera. - repuso Honoria, cortando el cordero con la precisión de una cirujana - Pero la percepción es más importante que la verdad. Y has cultivado la percepción correcta. Londres ya murmura tu nombre con respeto. Isabella, que había permanecido en silencio hasta entonces, sonrió levemente. - He escuchado lo mismo en las reuniones de caridad. Las damas repiten lo mucho que valoran la seriedad con la que tomas tus asuntos. Rowan miró a su esposa un instante. Le sostuvo la mirada. Bella como siempre. Inocente aún. Aún creyente. - Mi esposa también ha sido parte de ello. - añadió él, devolviendo la cortesía, aún sabiendo que no era más que parte del juego. Lady Honoria dejó los cubiertos sobre el plato y lo miró con intensidad. - No subestimes lo que ella ha hecho por tu imagen. No hay redención más poderosa para un hombre de mala fama que una buena mujer que lo defienda en los salones. El silencio se impuso por un segundo. Rowan bajó la vista. Lo sabía. Cada paso que daba estaba cimentado sobre un equilibrio precario. - Lo sé, abuela. - dijo finalmente - Y lo agradezco. Pero mientras Isabella sonreía, tomando la copa de agua con delicadeza, él sintió una punzada interna. Como un eco molesto. “Ella no es Madeleine.” Y, sin embargo, todo el mundo se comportaba como si Isabella fuera el centro luminoso de su universo. Rowan sonrió. Jugaba su papel. Y por ahora, ganaba.

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