El Despertar del Vínculo
Perspectiva de Viktor - Noche siguiente, en el hotel de la delegación
Viktor se encontraba en su habitación, de pie frente a la ventana. El cielo sobre Londres estaba nublado, espeso. La ciudad entera parecía contener el aliento.
Y él también.
No podía dormir.
Desde el momento en que la tocó y su sangre rozó su piel, algo se había desatado dentro de él.
Primero fue un estremecimiento en el pecho. Luego un hormigueo bajo la piel, como electricidad. Pero lo más devastador fue el impulso. El anhelo. Esa urgencia feroz de volver a verla. De protegerla. De tenerla.
No había elegido esto.
No había buscado a su Consorte.
Y sin embargo… ahí estaba.
El corte leve en su dedo, aquella noche en el palacio, despertó el eco dormido en su sangre.
El hombre, Viktor Vodrak, nieto del último rey de los clanes del norte, estaba marcado.
El vínculo estaba en marcha.
Y no podía - ni debía - alejarse de ella.
“Su compañera, la ruina o la redención del linaje.”
Cerró los ojos con fuerza. Quiso razonar, reprimir, contener. Pero el nombre de ella se aferraba a sus pensamientos con una dulzura cruel.
Isabella.
La sangre del viento.
Su alma resonaba con la suya.
Y eso significaba que tarde o temprano… él tendría que elegir: amor o linaje. Ella o su deber.
La Sangre Despierta
Hotel privado de la delegación extranjera en Londres, habitación de Viktor Vodrak.
La lluvia golpeaba con suavidad los cristales de la ventana, un ritmo constante que en cualquier otro momento habría resultado calmante. Pero no esta noche.
Viktor permanecía de pie frente al fuego, el abrigo aún sobre sus hombros, el cabello húmedo por la bruma londinense. No había hablado desde que regresaron del Palacio.
Markel, su ayudante, lo observaba desde la sombra. No se acercó aún. Había servido a la casa Vodrak por más de tres siglos. Había visto a Viktor crecer, luchar, liderar y sostener el hielo ancestral del linaje con una voluntad inquebrantable. Pero esto, esto era distinto.
- No duermes. No comes. Y no niegas, como sueles hacerlo, cuando estás inquieto. - dijo Markel en voz baja.
Viktor no respondió.
- Fue ella, ¿Verdad?
Viktor cerró los ojos un instante. El rostro de Isabella apareció con una claridad que dolía. Su voz, su aroma. Su sangre.
- No debí tocarla. - murmuró.
Markel se acercó lentamente, su andar impecable, con ese aire antiguo y preciso que tenían los de su especie. Se detuvo junto al fuego.
- ¿Lo has confirmado?
Viktor apretó la mandíbula. El silencio fue respuesta suficiente.
- Entonces es ella. La sangre del viento.
Markel inspiró con suavidad, como si acabara de pronunciar un secreto sagrado.
- ¿Qué posibilidades hay, Markel? ¿Una entre mil? - replicó Viktor, girando hacia él con un brillo oscuro en los ojos - He estado en guerras, he sobrevivido a la caída del norte, he rechazado a reinas y ¿Ahora? ¿Ahora debo rendirme a una humana... casada?
- No una humana. - corrigió Markel, con respeto - Ella. La sangre del viento no es un simple mortal. Es la llamada, la llave. El eco perdido que fue sellado por los ancestros.
Viktor retrocedió un paso.
- No me hables en acertijos. Dímelo claro.
Markel asintió.
- La Sangre del Viento no nace en nuestro clan, pero su existencia marca el despertar del heredero destinado. Ella no fue creada por nosotros, pero es el hilo que completa el tapiz de nuestra línea. Su sangre no solo te reconoce: te elige. Y una vez marcado… no puedes huir.
Viktor bajó la cabeza, con el rostro entre las sombras. Su voz salió áspera:
- ¿Y si lo hago? ¿Si la ignoro? ¿Si la dejo atrás?
- Morirás lentamente. No por la falta de ella… sino por la traición al vínculo. No es una adicción, Viktor. Es algo más profundo. Una necesidad primitiva y antigua. Ella despierta en ti lo que ha estado dormido desde la fundación del clan. El instinto del rey. Del guardián. Del consorte verdadero.
El silencio se volvió espeso.
- ¿Y si se lo lleva otro? - preguntó Viktor, apenas audible.
Markel lo miró con gravedad.
- Entonces, tu alma se quebrará. Y el vínculo se volverá ruina.
Hubo un largo instante en que Viktor no dijo nada. Luego, como si necesitara reafirmar su voluntad, se dio la vuelta hacia el ventanal.
- No puedo tenerla. Está casada. Su esposo es un Lord inglés respetado. Esto podría arrastrarla al escándalo… o al peligro.
- La Sangre del Viento no elige con lógica. - dijo Markel - Y tampoco el vínculo. Esto no es una cuestión de querer. Es de destino. Si no puedes tenerla, protegerla, o al menos mantenerte cerca… la llamarás igual. Aun contra tu voluntad.
Viktor se llevó una mano al pecho. Había una presión allí, constante, sutil, como una cuerda invisible que tiraba hacia una dirección ineludible.
Isabella.
Su nombre ardía como un juramento no pronunciado.
- Tienes que decidir, Viktor. - dijo Markel con voz grave - ¿La protegerás desde las sombras… o permitirás que te arrastre al centro de una guerra que aún no entendemos?
Viktor alzó la mirada hacia el cielo cubierto.
La respuesta no podía llegar todavía.
Aún no.
Pero el vínculo ya había comenzado.
Y eso… no tenía vuelta atrás.
Máscara de Hielo
Salón de recepciones de la Embajada Austriaca en Londres
Habían pasado dos noches después del baile en palacio. Evento privado con miembros clave de la nobleza inglesa y extranjera.
Las lámparas de gas titilaban con calidez dorada, haciendo brillar las molduras del techo y los botones de los uniformes. La música era tenue, y los murmullos de conversación se deslizaban como una corriente sutil entre los salones.
Viktor se mantenía de pie junto al embajador, ataviado con el uniforme de gala del ejército imperial, con las condecoraciones perfectamente dispuestas sobre su pecho. Era, a ojos del mundo, un perfecto noble extranjero: frío, refinado, atento a los códigos, de sonrisa cortés y conversación mesurada.
Pero su mente… estaba en otro lugar.
- Lord Ashcombe y su esposa acaban de llegar. - anunció uno de los asistentes del embajador.
Viktor sintió un leve tirón en el pecho. El lazo. Como un hilo que vibraba al reconocer su presencia. No necesitaba verla para saber que estaba allí.
Endureció la expresión.
- Muéstrame a quién debo saludar primero. - respondió, ignorando la mención.
Fue presentado a tres miembros de la Cámara de los Comunes, intercambió saludos con un diplomático francés, respondió preguntas con la precisión de un espadachín veterano. Cada palabra, medida. Cada sonrisa, exacta.
Pero en el fondo, su oído cazaba un solo sonido: la voz de ella.
La escuchó reír, apenas un murmullo entre las notas del piano.
- Señor Vodrak. - dijo un barón inglés con tono cordial - ¿Su familia siempre ha tenido un rol militar en el Imperio?
- Desde antes de que Austria se llamara Austria. - respondió con calma - Mi linaje remonta sus orígenes a los protectores de las rutas del norte. Aún hoy, nuestras tierras están en las montañas. Y allí seguimos.
Markel, a pocos pasos detrás de él, lo observaba con los ojos entrecerrados. No decía nada, pero lo conocía demasiado bien. Sabía que Viktor estaba forzando cada gesto, cada palabra.
En determinado momento, el flujo de invitados comenzó a girar en dirección a un salón lateral, donde se ofrecía una cata de licores importados. Viktor se excusó con cortesía y se mantuvo en el centro del salón principal, con la excusa de conversar con el agregado político de Prusia.
Y entonces la vio.
Isabella.
Vestía un tono verde oscuro, con encajes marfil que resaltaban el brillo pálido de su piel. El cabello recogido en un moño suave, con unos rizos sueltos que caían con delicadeza. Se reía con una joven vizcondesa y su esposo, y su expresión era serena.
Pero cuando sus ojos se encontraron, el lazo volvió a tensarse. Como si el mundo hiciera un alto apenas perceptible.
Viktor desvió la mirada de inmediato.
No. No debe notarlo. No debo ceder.
Su postura permaneció recta. Su expresión, neutra. Pero dentro, su pulso comenzaba a salirse de ritmo.
- ¿Se encuentra bien, señor Vodrak? - preguntó el agregado prusiano.
- Perfectamente. - dijo Viktor y bebió un sorbo de vino sin saborearlo.
Markel se le acercó en cuanto la conversación terminó.
- Maestro, debe alejarse.
- Estoy intentando hacerlo. - replicó entre dientes - ¿No lo ves?
Markel no respondió. Sabía que ese esfuerzo era como contener el deshielo de un glaciar con las manos desnudas.
- Ella no sabe lo que es. Ni lo que su sangre significa. No tiene idea de lo que lleva en su interior. - murmuró Viktor.
- No. Y tú no puedes decírselo. - advirtió el sirviente.
- ¿Y qué haré cuando ya no pueda resistir? ¿Cuando el vínculo me arrastre hasta sus puertas?
- La pregunta es: ¿Qué harás cuando ella te llame sin saberlo?
Viktor se tensó. Porque sabía que Markel tenía razón.
Y aunque esa noche no se acercó a ella…
La distancia era apenas una ilusión.