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Fracturas Silenciosas La copa de brandy reposaba en su mano, intacta. Rowan observaba la pista de baile desde su sitio en la galería lateral, donde los miembros de la Cámara de los Lores comentaban entre sí, riendo y haciendo apuestas silenciosas sobre el próximo ministro en caer en desgracia. Sus ojos, sin embargo, no seguían la conversación. Estaban clavados en Isabella. La música del salón real envolvía a los asistentes en un vals de compases perfectos. El piso pulido brillaba bajo los candelabros, reflejando las sombras danzantes como un mar ondulante de seda, bordados y cintas. Todo era impecable. Y, al centro, Isabella giraba con el general Viktor Vodrak. Había algo en esa imagen que le raspaba por dentro. Rowan no era un hombre dado a celos inútiles. Había crecido aprendiendo que los vínculos se forjaban con sangre, deber y legado. El afecto era una moneda escasa y rara vez útil en los asuntos de hombres. Pero allí estaba, su esposa… luciendo más serena, más centrada, más viva, de lo que la había visto en semanas. Quizá meses. Vodrak no era cualquier invitado. Había escuchado rumores. Un general condecorado, con sangre noble, favorito de la corte vienesa. Alto, de presencia dominante, carismático. Y, ahora, bailando con su esposa mientras todos observaban. ¿Había él bailado con Isabella esa noche? No. ¿La había buscado? No. Rowan se llevó la copa a los labios, pero el brandy ya no le ofrecía consuelo. ¿Por qué se sentía como si algo se deslizara fuera de su alcance? Madelaine, con su risa ahogada y sus labios ardientes, estaba aún fresca en su memoria. Su perfume, su voz. Todo en ella era deseo, sí… pero también caos. Una distracción peligrosa. Una sombra que, durante el viaje, le pareció imposible resistir. Y ahora, en este salón brillante, esa decisión comenzaba a pesarle. Porque lo que veía ante él no era simplemente su esposa cumpliendo su papel. Isabella reía. Reía con naturalidad, con una luz en los ojos que él no le había provocado desde… no podía recordar cuándo. Y eso lo desconcertó. No se trataba de amor. No. Rowan no creía en esas promesas edulcoradas. Pero sí creía en el control, en la estrategia. En mantener a cada pieza en su sitio. Isabella era su aliada, su escudo. La mujer que sostenía la fachada de Ashcombe, que lo había posicionado nuevamente en el centro del poder con su encanto e inteligencia social. Y, sin embargo, al verla girar en brazos de otro hombre, se sintió como un extraño. Lady Honoria no tardó en acercarse, su bastón sonando levemente al chocar contra el mármol. - ¿Disfrutando de la música, querido? - preguntó con su sonrisa afilada. Rowan apenas giró el rostro. No podía apartar la mirada de la pista. - Tu esposa está robando el centro de atención. Ese vestido azul marino fue una excelente elección. - Fue suyo. - murmuró él. - Ya lo sé. - replicó la anciana - Y ese general la mira como si hubiera encontrado algo más que música. Rowan apretó la mandíbula. No respondió. - ¿No vas a intervenir? – le preguntó. - Sería descortés. El hombre es parte de la delegación austriaca. - Tú nunca has sido particularmente cortés, muchacho. Rowan dejó la copa, aún sin beber. La música comenzó a menguar y los bailarines se separaron. Viktor inclinó la cabeza ante Isabella y ella hizo una reverencia impecable. Nadie en el salón podría acusarlos de impropiedad. Y, sin embargo, Rowan sintió que había perdido una batalla invisible. La Despedida Del Centinela El camino de regreso hacia donde esperaba Lord Ashcombe pareció más largo de lo habitual. Isabella mantenía la vista al frente, los labios apretados en una sonrisa social que no llegaba del todo a sus ojos. El pañuelo aún cubría su mano, sujetado con discreción. Viktor caminaba a su lado, sin tocarla, sin invadir su espacio, pero su sola presencia era… sólida. Como si la tierra bajo sus pies se afirmara con cada paso que él daba. - Lamento haber causado molestias esta noche. - dijo él en voz baja, con un tono íntimo que no traspasaba la burbuja que formaban en medio del salón abarrotado - Pero agradezco el honor de haber bailado con usted, lady Ashcombe. La joven giró el rostro hacia él con una leve inclinación. - No hubo molestia alguna, general Vodrak. Ha sido usted… muy amable. Sus ojos se cruzaron solo un instante. Y bastó. Había algo en él que no lograba explicarse. No era solo su altura o su porte marcial. Era su energía, el modo en que su voz parecía nacer de un lugar más hondo que el pecho. Un eco antiguo, contenido, sereno, pero vigilante. Como si observara más de lo que decía. Como si supiera más de lo que mostraba. Cuando estuvieron a unos pasos de distancia, Viktor se detuvo primero. Isabella también lo hizo. Frente a ellos, Rowan aguardaba con una copa aún en la mano, la mirada cuidadosamente vacía, demasiado vacía para ser natural. El conde de Ashcombe los observó como si evaluara un informe, no una escena social. Cuando Isabella regresó a su lado, con el rostro levemente sonrojado por el ejercicio, Rowan intentó sonreír. Lo intentó de verdad. - Parece que el general ha quedado encantado con su pareja. - dijo él con tono ligero, como quien comenta el clima. - Es un excelente bailarín. - respondió Isabella, bajando la mirada con recato. - ¿El primero de la velada? La joven asintió con un leve gesto. - Hubiera sido un honor abrir la pista contigo, pero… pensé que preferías conversar con tus colegas. Fue un golpe suave. Un reproche disfrazado de cortesía. Rowan alzó una ceja, más por costumbre que por sorpresa. Le tendió el brazo y ella lo aceptó. - La próxima será mía, entonces. - le dijo en voz baja. Isabella asintió. Pero algo en su mirada había cambiado. Viktor Vodrak se inclinó con precisión militar, no sin elegancia. Su voz, al hablar, fue tan medida como su gesto: - Lord Ashcombe. Ha sido un placer conocer a su distinguida esposa. Espero que los compromisos diplomáticos nos permitan cruzar palabras en un contexto más relajado. Rowan alzó una ceja, ladeando apenas la cabeza. Su sonrisa fue cortés, pero dura. - General Vodrak. El gusto ha sido nuestro, por supuesto. Inglaterra agradece su participación en estas gestiones. Viktor hizo una leve reverencia a Lady Honoria, que los había alcanzado en ese momento y luego se giró hacia Isabella una vez más. No la tocó, no dijo su nombre. Solo una inclinación de cabeza, un gesto galante, con significado solo para ellos dos. Luego se marchó, su figura perdiéndose entre los invitados, tan recta como una lanza alzada. Isabella soltó el aire que no se había dado cuenta que retenía. - ¿Estás bien? - preguntó Rowan en voz baja, mientras ella retomaba su lugar a su lado. - Claro. - dijo ella, sonriendo con gentileza - Solo fue una rozadura. Su medalla tenía un borde afilado. El conde bajó la mirada hacia su mano vendada. Su ceño se frunció imperceptiblemente. - Debes tener más cuidado. Las galanterías extranjeras a veces vienen acompañadas de accidentes innecesarios. No hubo burla, pero tampoco simpatía. Isabella lo miró un instante. La copa que él aún sostenía estaba medio vacía. No sabía si era la primera… o la tercera. Tampoco importaba. Se mantuvo serena. - Gracias por permitirme el primer baile, milord. - dijo ella, con tono impecable. Rowan la observó con detenimiento. - Ha valido la pena. Has causado una excelente impresión. Isabella se giró hacia Lady Honoria para evitar sostenerle la mirada más de lo debido. Por dentro, sentía que la noche había cambiado algo. No sabía qué. No lo podía nombrar. Pero la forma en que el general austríaco la había escoltado no fue simplemente caballerosa. Fue protección. Fue reconocimiento. Y Rowan… no lo había visto. O quizás sí. Como si el equilibrio entre ellos se hubiera inclinado, apenas, hacia otro lugar.
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