Estar frente a esa entrada, a la entrada de la casa de él, de Juan Carlos Castagnino, quien había regresado recientemente de crear aquel mural en la finca de Don Torcuato, la tenían tiritando de emoción y felicidad. Los nervios le empezaron a comer las entrañas y debió retorcerse las manos para saber que eso era real, que no estaba soñando con aquello. Miró al italiano que, de pie a su lado, la contemplaba con una enorme sonrisa en los labios. Le devolvió el gesto como pudo y, juntos, se acercaron a aquella enorme puerta de madera para golpear, anunciando su presencia. Días atrás Vitali había aparecido por la casa de Cristina y le contó que conoció a aquel importante hombre por casualidad, en un almuerzo con unos amigos que lo conocían. Él le había hablado de las habilidades artísticas

