LA PROPUESTA ANHELADA

1332 Words
❧ AILSA ☙ Todo pasó tan rápido que siento que mi corazón apenas puede seguir el ritmo de los latidos. Era como si las palabras de Lachlan todavía vibraran en el aire, flotando y envolviéndome. —¿Puedo ir al baño? —le pregunté, con voz trémula, aunque intenté sonar casual. Lo necesitaba con urgencia; no porque tuviera que hacer algo físico, sino porque sentía que mi cabeza iba a explotar si no me tomaba un momento para mí. ¡Me ha pedido ser su novia! Él asintió sin decir una palabra. Su mandíbula estaba tensa, como si contuviera algo importante, algo enorme. Su mano en mi cintura me guio por el pasillo hacia el tocador. Sus dedos eran firmes y cálidos, pero había algo eléctrico en el contacto, algo que me hacía sentir que iba a derretirme allí mismo. Justo cuando llegamos a la puerta, se detuvo. Me volví hacia él, esperando que dijera algo, pero su silencio solo aumentó mi nerviosismo. Entonces, con su tono grave y contenido, dejó caer la bomba: —Te espero aquí. Cuando salgas, tengo una sorpresa para ti. Entré al baño y cerré la puerta detrás de mí, apoyándome contra ella mientras intentaba recuperar el aliento. Miré mi reflejo en el espejo, mis ojos brillaban con una mezcla de incredulidad y emoción. ¿Realmente había sucedido? ¿Lachlan Stewart, el hombre que siempre había mantenido una distancia fría y calculada, me había pedido ser su novia? Me acerqué al lavabo y dejé correr el agua fría, salpicándome el rostro en un intento de calmarme. Necesitaba pensar con claridad, pero mi mente estaba en un torbellino. Las palabras de Lachlan resonaban en mi cabeza, y no podía evitar sonreír. Había soñado con este momento durante tanto tiempo, y ahora que estaba aquí, no sabía cómo manejarlo. Mis ojos se abrieron de par en par, pero mi boca no pudo formar palabras. Solo asentí, como si de repente hubiera olvidado cómo se hablaba. Mis piernas parecían de gelatina, pero logré entrar al tocador. En el instante en que estuve sola, la tensión explotó como una presa rota. —¡Lo logré! —grité, presionando mi mano contra la boca para amortiguar el sonido. Mi corazón seguía latiendo, desbocado, como si quisiera salir de mi pecho y correr hacia él, hacia Lachlan, hacia ese hombre que acababa de cambiarlo todo. Tiré mi cartera al suelo y empecé a saltar como una loca, incapaz de contener la euforia que se desbordaba dentro de mí. Mi mirada se posó en el espejo, y allí estaba yo: mi cabello ligeramente desordenado por la emoción, mis mejillas rojas como un tomate y mis ojos brillando como si hubiera robado todas las estrellas del cielo. Tomé un respiro profundo y me obligué a calmarme. Este era el momento que había estado esperando, y no podía dejar que el miedo o la duda me detuvieran. Me miré una vez más en el espejo, viendo a una mujer decidida y lista para enfrentar lo que viniera. Salí del baño con una nueva determinación, lista para enfrentar a Lachlan y todo lo que nuestra relación pudiera traer. Sin embargo, la emoción no me dejaba salir, estaba tan feliz que no podía controlar tanta felicidad. —¡Ailsa, lo has conseguido! —exclamé en voz alta, tan fuerte que me sorprendió que nadie tocara la puerta para comprobar si estaba bien. Aunque eso no me importaba. Con ambas manos me di un par de cachetadas. No para lastimarme, sino para comprobar que todo esto no era un sueño, que no estaba en una de mis tantas fantasías nocturnas donde Lachlan hacía cosas así: mirarme con esos ojos que parecen capaces de desentrañar mi alma, besarme como si el tiempo se detuviera y, luego, ofrecerme todo lo que siempre había soñado. El ardor en mis mejillas me lo confirmó. Esto era real. Era real. —Él quiere ser mi novio —lo dije en voz baja, apenas un susurro, pero la frase tenía un peso que casi no podía soportar. Luego, como un torrente, me invadió la siguiente idea, la que había estado tratando de evitar desde que sus palabras insinuaron algo más grande, algo más significativo. —¡Me propuso matrimonio! —Lo dije de golpe, como si al nombrarlo pudiera hacer que fuera aún más cierto. Y luego… luego no pude evitarlo. Me puse a gritar como loca otra vez, dando vueltas, saltando, riendo y llorando al mismo tiempo. Me acerqué al espejo, apoyando ambas manos contra el mármol frío del lavabo. Necesitaba calmarme, respirar, controlar la locura que amenazaba con desbordarme. Me miré de nuevo, directamente a los ojos. —Tranquila, Ailsa. Tienes que respirar, guardar la calma y salir de aquí —tomé aire profundamente, dejando que mis pulmones se llenaran hasta el borde, pero mis manos temblaban, y mis labios se curvaban en una sonrisa que no podía controlar. Quería gritarle al mundo, quería llamar a mis conocidos, a mi madre, incluso a esa profesora de la universidad que dijo que mi vida sería “ordinaria”. Quería despertar al universo entero con la noticia. Pero sabía que eso sería una pérdida de tiempo. Lachlan estaba afuera, esperándome. Y si algo había aprendido de él en todo este tiempo es que cuando Lachlan decía que tenía una sorpresa, no se trataba de cualquier cosa. Tomé otra profunda inhalación y exhalé lentamente, intentando serenar mi mente. A pesar de que mis mejillas ardían y la euforia pulsaba en mis venas, logré pensar con mayor claridad. Reacomodé mi cabello, todavía algo revuelto por la emoción, y verifiqué que mi maquillaje siguiera perfecto. No deseaba que Lachlan notara algún indicio de mi breve descomposición emocional en el baño. Me erguí, tomé aire una vez más y me repetí: ¡Sal de aquí y disfruta de lo que venga! Con eso, solté el seguro de la puerta y la abrí. Allí estaba él, apoyado contra la pared del pasillo, con los brazos cruzados y esa media sonrisa que siempre hacía que mi corazón se detuviera por un segundo. Salí del baño, todavía sintiendo mi corazón martillear contra mi pecho. La expresión de Lachlan era una mezcla de expectación y algo más suave, una emoción que no había visto antes en él. Me acerqué a él, mi mente todavía tratando de procesar lo que acababa de suceder. —Perdón por la espera —dije, tratando de sonar casual, aunque por dentro era un torbellino de emociones. —¿Todo bien? —preguntó, con ese tono suyo tan tranquilo, como si no tuviera idea de la revolución que acababa de causar en mi interior. —Sí, todo bien —mi voz salió más firme de lo que esperaba, aunque todavía podía sentir el temblor en mis piernas. Lachlan sonrió ligeramente, esa sonrisa que siempre tenía el poder de hacerme sentir débil en las rodillas. Me tomó de la mano, y ese simple gesto hizo que todas mis dudas se desvanecieran. Sabía que él también estaba sintiendo algo profundo, algo que no se había permitido sentir antes. El calor de su mano, era como una leve antesala de lo que vendría después. Es firme su agarre, reconfortante, pero al mismo tiempo, despertaba algo dentro de mí que no podía describir del todo. —Ven —dijo antes de llevarme hacia la terraza privada del restaurante —. No te preocupes, Ailsa. Entiendo que es mucho para asimilar —su voz baja y tranquilizadora. Cuando salimos al aire libre, todo estaba preparado: luces cálidas colgaban sobre nosotros, iluminando la mesa elegantemente puesta en el centro de la terraza. Pero no era solo la mesa o el ambiente lo que me dejó sin aliento. Era la manera en que Lachlan me miraba, como si yo fuera la única persona en el mundo. Se acercó a mí, todavía sosteniendo mi mano, y la llevó a sus labios. Su mirada no se apartó de la mía mientras susurraba. —No quiero esperar más.
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