Ailsa, aunque desilusionada, comprendió la importancia de sus palabras. Sabía que Lachlan estaba siendo más honesto que nunca, y eso le daba un cierto grado de paz.
—Gracias, Lachlan. Aprecio tu honestidad y tu amistad. Tal vez es hora de que ambos encontremos nuestro propio camino —dijo Ailsa, sintiendo una nueva sensación de liberación mezclada con el dolor de dejar ir su sueño.
Lachlan asintió, aliviado, de haber podido hablar con claridad.
—Eres una persona increíble, Ailsa. Mereces ser feliz, y espero que encuentres a alguien que te valore como mereces —dijo Lachlan, con una pequeña sonrisa.
Ailsa le devolvió la sonrisa, sintiéndose más ligera a pesar del dolor.
—Y tú también, Lachlan. Espero que encuentres lo que estás buscando.
Con esa despedida, se levantaron y se abrazaron brevemente, sellando una nueva etapa en su relación. Ailsa salió del café, sintiéndose más fuerte y decidida a seguir adelante con su vida.
Esa noche, Ailsa reflexionó sobre todo lo que había ocurrido. Sabía que era hora de dejar atrás el pasado y enfocarse en su propio bienestar. Decidió que iba a dedicarse a su carrera de diseño gráfico con aún más pasión, y abrirse a nuevas oportunidades y personas.
Con el apoyo de sus amigos, especialmente de Alasdair, Ailsa estaba lista para comenzar un nuevo capítulo en su vida, uno en el que ella sería la protagonista de su propia historia de amor y éxito. Y aunque Lachlan siempre tendría un lugar especial en su corazón, ella estaba decidida a no dejar que su pasado definiera su futuro.
Esa noche marcó un nuevo comienzo para Ailsa. Con el apoyo de Megan y Alasdair, decidió enfocarse en su propia felicidad y en construir una vida que la hiciera sentir completa. Y aunque Lachlan siempre tendría un lugar en su corazón, estaba lista para dejar el pasado atrás y abrirse a nuevas posibilidades.
Los años no perdonan a nadie, y aunque a veces parecen pasar rápidamente y otras veces lentamente, siempre nos alcanzan. Ailsa MacGregor había experimentado esto de primera mano. A sus 28 años, había logrado muchas cosas en su vida: tenía dinero, estatus, y una carrera exitosa como diseñadora gráfica. Sin embargo, el amor seguía siendo una asignatura pendiente, especialmente el amor de Lachlan, quien había sido su obsesión desde su adolescencia.
Un mensaje entrante en su teléfono la desubicó una vez más. Su pulso se aceleró al ver el nombre de Lachlan en la pantalla. Durante años, él había mantenido su distancia, siendo frío y calculador, enfocado en sus propios logros y metas. Pero algo en ese mensaje parecía diferente. Su corazón palpitó con la misma intensidad de siempre, pero ahora había algo nuevo. Alasdair había estado allí todo el tiempo, ofreciéndole su amor incondicional y su lealtad sin límites, pero lo que realmente la quemaba por dentro era la idea de poseer a Lachlan, de ver en sus ojos el reconocimiento de un amor que siempre había sido solo suyo.
Sin pensarlo, comenzó a escribir una respuesta, su mente llena de pensamientos conflictivos. ¿Qué significaba ese mensaje? ¿Era simplemente un gesto de cortesía o algo más? Si le preguntaran, ella diría que ya no lo deseaba, que se había cansado de esperar que alguien tan inaccesible como él la viera. Pero no era cierto. Nada de lo que estaba sintiendo era mentira. Quería más. Mucho más.
Mientras ella dudaba sobre qué escribir, una figura apareció en la puerta de la oficina. Alasdair. Él siempre llegaba en el momento perfecto, como si pudiera leer su mente, como si supiera cuándo más lo necesitaba. Estaba allí, en su camiseta gris y sus jeans, con la misma sonrisa cálida que siempre tenía.
—¿Todo bien? —preguntó, acercándose a su escritorio sin esperar una respuesta directa. Sabía que había algo más detrás de sus ojos. Ailsa intentó esconder la ansiedad que sentía, pero él conocía esos pequeños gestos. El sutil temblor de sus manos, la forma en que su respiración se volvía más rápida, su mirada perdida.
—Sí… todo bien —respondió, forzando una sonrisa.
Alasdair no la creyó.
—¿Otra vez con él? —la pregunta era un susurro, pero había tanto de fondo en su voz que Ailsa lo miró sorprendida. Había tantas cosas que ella nunca le había dicho a Alasdair. Había años de historia, de sentimientos callados, de amor oculto. Pero Alasdair siempre había estado allí, esperando—. ¿Qué pasaría si un día te dieras cuenta de que él no está hecho para ti? —preguntó Alasdair, casi como si leyera su mente. Ailsa lo miró, sintiendo una extraña punzada en el pecho. Era un sentimiento que había reprimido por años: la idea de que, tal vez, nunca sería suficiente para Lachlan.
—Quizás lo sea —murmuró ella, sin alzar la vista.
Alasdair dejó escapar un suspiro. Quería gritarle que la amaba, quería tomarla en sus brazos y decirle que nunca la dejaría ir, pero se contuvo.
—Ailsa, yo… siempre estaré aquí. Si algún día te das cuenta de que no puedes seguir, que no eres feliz… lo sabrás. Lo sabrás, porque seré el único que esté allí para ti. El único.
Ella lo miró fijamente, sorprendida por la intensidad de su declaración. Había tanto en esas palabras que la hicieron sentir vulnerabilidad, y, sin embargo, una parte de ella se sintió protegida. ¿Era eso lo que realmente necesitaba? ¿El amor que siempre había estado frente a ella, o el amor imposible de Lachlan?
Con el teléfono vibrando en su mano, con el mensaje aun sin enviar, Ailsa se levantó de su silla.
—Voy a salir esta noche —dijo, más para sí misma que para él—. Con Lachlan.
Alasdair asintió lentamente, sus ojos llenos de preocupación y algo más, una tristeza que intentaba ocultar.
—Está bien, Ailsa. Solo prométeme una cosa. Si las cosas no salen como esperas, recuerda que siempre tendrás a alguien que te quiere y te valora tal como eres —dijo Alasdair, su voz cargada de sinceridad y un poco de decepción.
Ailsa sintió un nudo en la garganta, pero asintió. Sabía que Alasdair siempre había sido su roca, y esa noche, mientras se preparaba para encontrarse con Lachlan, no podía evitar pensar en sus palabras.
Alasdair no respondió. Solo la miró, con una mezcla de amor y resignación. Sabía lo que significaba esa decisión. Y, aunque su corazón se rompiera en pedazos, estaría allí para ella. Siempre lo estaría. Aunque su corazón no soportaba la indiferencia de la mujer que amaba, que siempre corría a los brazos de otro. ¿Será que es momento de rendirse? Esa pregunta se le formuló en ese instante. Con sus 24 años, Alasdair también había sido marcado por el destino de la tecnología. Ingeniero de software, tenía una mente aguda para la programación y la resolución de problemas, pero lo que realmente lo hacía único era su capacidad de conectar con la gente. Mientras que Lachlan parecía ser un hombre destinado a seguir su propio camino sin mirar atrás, Alasdair era el tipo que siempre se quedaba en el mismo lugar para asegurarse de que los demás no cayeran.
En cambio, la vida de Lachlan Stewart había sido concebida para el éxito. Hijo de una familia acomodada en Glasgow, siempre supo que lo único que importaba era destacar, ser el mejor en todo lo que hiciera. A la gente le encantaba su carisma natural, esa capacidad que tenía para atraer todas las miradas sin siquiera intentarlo. Con 24 años logró ser un consultor financiero respetado, conocido en círculos de élite por su habilidad para analizar y predecir movimientos de mercado. Su mente calculadora y su enfoque implacable hacia el trabajo le habían asegurado un lugar privilegiado en la cima. Pero mientras la riqueza y el poder fluían en su vida, algo siempre estuvo ausente: la cercanía humana.