UN AMOR NO CORRESPONDIDO

1202 Words
Lachlan no permitía que nadie se le acercara demasiado, especialmente a las mujeres. Podía tener relaciones, podía jugar con ellas como con piezas de ajedrez, pero nunca dejaba que nadie tocara ese muro invisible que había levantado alrededor de su corazón. Y Ailsa… Ailsa había sido la excepción. Desde los días en la universidad, ella había sido la única que había logrado hacerle tambalear esa pared de la que tanto cuidaba. Pero nunca lo admitió, ni siquiera ante él mismo. Era más fácil centrarse en los números, en las transacciones financieras, en todo lo que era controlable, que enfrentarse a lo incontrolable que sentía cuando pensaba en ella. Lachlan Stewart se levantaba cada mañana antes del amanecer, cuando la ciudad aún dormía. Su rutina comenzaba con una carrera matutina por las calles desiertas de Escocia, un ritual que le permitía despejar su mente y prepararse para el día que tenía por delante. La disciplina y la constancia eran sus aliados más fieles, y nunca admitía que nada interfiriera con su rutina. Después de su carrera, Lachlan regresaba a su apartamento minimalista, donde cada objeto tenía su lugar y propósito. La simplicidad de su hogar reflejaba su enfoque en la vida: eliminar distracciones y centrarse en lo esencial. Tras una ducha rápida, se vestía con uno de sus trajes impecablemente cortados, símbolo de su éxito y profesionalismo. El desayuno era una comida rápida pero nutritiva, diseñada para darle la energía necesaria para enfrentar su jornada. Mientras comía, revisaba las noticias financieras y los informes de mercado, siempre buscando la próxima oportunidad, el próximo movimiento estratégico. Su mente analítica nunca descansaba, siempre estaba un paso adelante, anticipando cambios y adaptándose a ellos. Lachlan había salido del anonimato por sus propios esfuerzos. No había heredado su posición ni su riqueza; cada logro era fruto de su trabajo incansable y su determinación. En su oficina, era conocido por su ética de trabajo implacable y su capacidad para tomar decisiones difíciles con frialdad y precisión. Sus colegas lo respetaban, aunque muchos también lo temían. Sabían que Lachlan no toleraba la mediocridad y que siempre esperaba lo mejor de quienes trabajaban con él. A lo largo del día, Lachlan se sumergía en reuniones, análisis de datos y negociaciones. Su habilidad para leer a las personas y entender sus motivaciones le daba una ventaja en cualquier trato. Aunque su vida profesional era intensa, siempre encontraba tiempo para seguir aprendiendo y mejorando. Asistía a conferencias, leía libros sobre liderazgo y estrategia, y buscaba mentores que pudieran ofrecerle nuevas perspectivas. A pesar de su éxito, Lachlan llevaba una vida solitaria. Las relaciones personales eran complicadas para él, y prefería mantener a la gente a distancia. Sin embargo, había una persona que siempre estaba en su mente: Ailsa MacGregor. Ella era la única que había logrado romper su coraza, aunque él nunca lo admitiría. En los momentos de silencio, cuando el bullicio del día se desvanecía, sus pensamientos volvían a ella, a lo que podría haber sido. Al final del día, Lachlan regresaba a su apartamento, agotado pero satisfecho. Sabía que cada día era una batalla, y él estaba decidido a ganar. Mientras se preparaba para dormir, su mente ya estaba planeando el día siguiente, siempre buscando la próxima oportunidad para avanzar. ¿Por qué para Lachlan Stewart?, el éxito no era un destino, sino un viaje constante de superación y crecimiento. En ese momento en que el silencio es ensordecedor, se imaginaba a Ailsa MacGregor, con su espíritu libre y su sonrisa contagiosa. Había sido un soplo de aire fresco en la vida de él, aunque no quería reconocerlo. Ella no se dejaba intimidar por su éxito ni por su actitud distante. Al contrario, veía más allá de su fachada y reconocía la vulnerabilidad que él tanto se esforzaba por ocultar. Ailsa había sido una constante en su mente, pero a la vez, una ilusión. La veía, la deseaba, pero nunca la alcanzó. No de la manera que quería. Ella era diferente a todas las demás. Tal vez porque no pedía nada de él, ni tampoco se dejaba arrastrar por la corriente de su magnetismo. Ailsa era más que una mujer que podía conquistar con un par de sonrisas y gestos sutiles. Ella lo desafiaba, lo hacía sentir vulnerable, y eso era aterrador. Mientras tanto, Ailsa también luchaba con sus propios demonios. Desde los días en la universidad, había sentido una conexión especial con Lachlan, una atracción que iba más allá de lo físico y la riqueza. Pero a pesar de sus esfuerzos, nunca había logrado romper la barrera que él había erigido alrededor de su corazón. Ailsa era una talentosa diseñadora gráfica, y aunque su carrera iba en ascenso, siempre sentía que le faltaba algo. Ese algo era Lachlan. Sin embargo, con el tiempo, había aprendido a aceptar que algunas cosas simplemente no estaban destinadas a ser. Ailsa había rechazado a Alasdair, no porque no lo quisiera, sino porque su corazón se había enredado en el imán que representaba Lachlan. Ella veía en él un desafío, algo prohibido, algo que la hacía sentirse viva de una manera que nunca había experimentado antes. Alasdair era seguro, confiable, todo lo que un hombre decente podría ser, pero Lachlan… Lachlan era caos, y Ailsa nunca había sido buena en resistirse al caos. El amor de Alasdair por Ailsa era inquebrantable. Había confesado sus sentimientos por ella, aunque sabía que la posibilidad de ser correspondido era remota. Pero nunca se alejó. La había amado en silencio, esperando en las sombras, observando cómo ella se lanzaba a los brazos equivocados, cómo ella se perdía en su obsesión por alguien que nunca sería suyo. Pero él seguía ahí, esperando, porque sabía que algún día, cuando ella abriera los ojos, lo vería. Lo vería por lo que realmente era: la única persona en su vida que no la había dejado atrás. Ailsa, por su parte, se encontraba atrapada en un torbellino de emociones. Sabía que Alasdair era el hombre ideal, el que siempre había estado a su lado, el que la amaba incondicionalmente. No obstante, su corazón, testarudo y rebelde, seguía aferrado a la idea de Lachlan. Era como si una parte de ella se negase a aceptar la realidad, prefiriendo vivir en la fantasía de lo que podría haber sido. Alasdair, con su paciencia infinita, continuaba esperando. Tenía la certeza de que no podía forzar los sentimientos de Ailsa, pero también tenía la seguridad de que su amor por ella era superior a cualquier obstáculo. Cada día, observaba cómo ella luchaba con sus propios demonios, y aunque le dolía verla sufrir, no podía hacer más que estar ahí para ella, esperando el momento en que finalmente se diera cuenta de que él era el hombre que siempre había estado a su lado. La vida de Ailsa se convirtió en una constante batalla entre el corazón y la razón. Sabía que debía dejar ir a Lachlan, que debía abrirse a la posibilidad de ser feliz con Alasdair. Pero cada vez que intentaba hacerlo, algo dentro de ella se resistía, aferrándose a la esperanza de que algún día, Lachlan vería en ella lo que Alasdair siempre había visto. Y cuando ese día llegue, ella se aferraría a él.
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