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Katie, la Piedra Angular, Planeta Everis
Horas de preparación y días de seducción en los que coqueteé, batí las pestañas y fingí que mi alma era tan pura como mi cuerpo virgen.
Todo había sido en vano. Mi hermoso vestido de gala estaba desparramado en la suave alfombra de mi dormitorio dos pisos más abajo. Las horas invertidas en mi cabello y maquillaje no fueron nada más que una enorme decepción. Bryn me escoltó al baile, me dijo que lucía hermosa, bailó conmigo y me abrazó. Me atormentó con su cuerpo, su esencia y el fuego de su mirada, aquel que se permitía cuando pensaba que no estaba mirando. Pero cuando fue hora de llevar las cosas al siguiente nivel… Nada.
Otra vez.
—Idiota obstinado.
Las palabras eran apenas un susurro, pero eran tan ciertas como si las hubiera gritado desde la cima del Monte Everest en la Tierra.
El cazador de élite, Bryn de Everis, era solamente mío, incluso si aún no estaba listo para admitirlo. Compartíamos sueños y las palmas de nuestras manos se calentaban cada vez que nos acercábamos. ¿Qué más prueba quería?
Observé al hombre durmiendo profundamente en su cama a pocos pasos de distancia. Sí, era una locura estar en su habitación, incluso peor, recorriendo el piso de los hombres solteros de la Piedra Angular con solo un camisón. ¿Cómo era el dicho? Los tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. Y yo estaba desesperada, necesitada y… excitada.
Deslicé las delgadas tiras por encima de mis hombros y dejé que la tela cayera silenciosamente al suelo para quedar desnuda a la luz de las dos lunas. Eran hermosas. Una era un pequeño disco de plata en el cielo y contenía una prisión de la Colonia; la otra era de un color verde pálido, que según era el resultado de miles y miles de estructuras agrarias que habían sido construidas en ella. Ambas lunas brillaban e iluminaban el rostro de Bryn, que lucía demasiado hermoso para ser real.
Etéreo y místico. No era muy romántica, pero a medida que lo contemplaba dormir, cobrando vida bajo los resplandores y las sombras de la luna, lucía como alguien salido de un cuento de fantasía. Un vampiro. Un Dios.
Era demasiado perfecto para ser real.
Había entrado a hurtadillas en su habitación luego de que el baile hubiera acabado hace horas. Al igual que la danza… y ¿los sueños?
Esos también.
Me había cansado de intentar seducirlo en los sueños que compartíamos. No quería más sueños, quería hacerlo realidad. Quería tocarlo, probarlo y sentirlo.
Me acerqué de puntillas a un lado de la cama y miré a Bryn, el hombre que suscitaba mis ansias, mi deseo y mi pasión
Luego del baile, me dio un beso casto, me acompañó al conjunto de habitaciones que compartía con otras dos novias, Lexi y Dani, y me ordenó que me fuera a la cama. ¡Me lo ordenó! Como si fuera a mostrarme dócil y obediente cuando todo lo que quería era estar con él. Debajo de él. Quizás entonces lo dejaría estar al mando. Mis pezones se endurecieron, ya sea por la brisa fresca o la idea de Bryn siendo autoritario en la cama.
Ignoré su orden. No quería irme a la cama. No quería soñar. Incluso en los sueños era implacable y se negaba a tocarme. Habíamos compartido sueños desde que me habían trasladado a Everis y nuestra conexión había sido fuerte, al igual que mi amiga Lexi que compartía los sueños con su compañero marcado, Von.
Pero Von se comportaba como debía hacerlo un compañero. Tocaba a Lexi; la besaba; le daba placer y la hacía sentir especial, deseada y querida. Lexi había perdido sus virginidades una a una del modo sagrado de los everianos, el modo en que la oficiadora les había dicho a todas las novias interestelares cuando llegaron al sitio sagrado conocido como la Piedra Angular, donde se acogía a las novias recién llegadas del Programa de Novias Interestelares hasta que aceptaran la reclamación de sus compañeros.
Un cazador, un sensual compañero alienígena, se suponía que debía encontrarme, seducirme y reclamar mi cuerpo en la sagrada orden de tres. Se suponía que debía estar tan atraído hacia mí que no podría resistirse, que tendría la necesidad apremiante de tocarme. Primero reclamaría mi boca, luego mi culo y solo después de aceptar ser suya para siempre, reclamaría mi v****a, llenándome con su simiente. La idea hizo que mis paredes internas se contrajeran. Desde ese primer sueño, lo había deseado, pero, aun así, me dejó con las ganas.
«Idiota obstinado».
Nadie me había querido de una manera tan desesperada como Von quería (no, necesitaba) a Lexi. De la manera en la un everiano debía querer a su compañera. Solo la forma en la que la miraba hacía que mi pecho anhelara lo mismo de Bryn. Demonios, nadie me había querido en lo absoluto. No lo habían hecho mis padres, que siempre habían estado más interesados en su siguiente dosis o en su próxima fiesta, que de los dos hijos que habían traído al mundo. No lo había hecho mi hermano, que encontró su verdadera familia en un violento club de motociclistas; los policías solo dirían que había sido un negocio de drogas que había salido mal. No lo había hecho mi exnovio, que solo me quería por mis habilidades para abrir cerraduras y robar autos. No lo habían hecho la larga fila de familias de acogida, que no veían más que a una adolescente insolente y contaban los días para que la trabajadora social me encontrara otro sitio para vivir.
Había dejado todo eso atrás, en el pasado y a años luz de distancia. Estaba lista para intentarlo una vez más, para confiar, para abrir el corazón y arriesgarme. Esa había sido una decisión dolorosa, confiar era difícil. Afortunadamente, con Lexi y Dani, mis compañeras y nuevas mejores amigas, el riesgo había valido completamente la pena. Tenía amigas ahora, amigas de verdad. De hecho, había sido sencillo; ambas eran muy simpáticas, les caía bien y estaban igual de nerviosas por ser enviadas a un nuevo planeta. Era una nueva vida, donde nadie sabía nada de mí o de mi pasado. Podía empezar de cero y tratar de abrirme a la idea de un novio. No, un compañero.
¿Pero Bryn? Compartíamos sueños y mi marca quemaba cada vez que estaba cerca, lo que significaba que éramos compañeros marcados. Eso me daba un impulso adicional; una pequeña pizca de esperanza de que podía arriesgar mi corazón con él.
Pero no, lo dejó latiendo y sangrando. ¿Por qué? ¿Por qué estaba siendo tan… tan idiotamente obstinado al respecto? Quería odiarlo. Deseaba poder encogerme de hombros y seguir adelante, pero no importaba lo mucho que reprendiera a mi estúpido corazón, se negaba a escuchar.
Mío. Era la única palabra que salía de mi corazón cuando miraba a Bryn. No había creído las palabras de la oficiadora Treva, al menos no al principio; sin embargo, el primer sueño compartido había cambiado eso. Como si le hubieran dado a un interruptor, me concentré únicamente en hacer mío a Bryn. Nunca me había echado para atrás en nada y no iba a comenzar a hacerlo ahora, incluso si se trataba de un enorme y musculoso alienígena.
Si iba a mantener una distancia entre nosotros —demasiado lejos para acercarme a ese enorme pene suyo— estaba determinada a hacer algo al respecto. Todo lo que tenía que hacer era presionarlo. Él me deseaba, podía notarlo en sus ojos y en el bulto de sus pantalones uniformados. Compartíamos los sueños, tenía que estar sintiendo lo mismo que yo. Entonces, ¿por qué no me tocaba…?, ¿por qué no me reclamaba? Éramos compañeros marcados. Algo que todos en este estúpido planeta me habían dicho que era único y especial. Un obsequio. Un obsequio que él rechazó.
Bryn era mío, pero se negaba a tocarme a pesar de que compartíamos sueños, que la marca de mi mano ardía y que todo mi cuerpo lo deseaba. Había tomado un gran riesgo al venir a este planeta y escoger convertirme en una novia en vez de pudrirme en una prisión de tres a cinco años, solo para terminar de nuevo en la calle. Incluso me había arriesgado aún más al escuchar las promesas de Egara sobre empezar de cero y tener una nueva vida.
«El pasado es el pasado, Katherine. Puedes ser quién tú quieras ser, empezar de cero».
Todo eso había resultado ser una mierda. Claro, Lexi y Dani creían que era una princesa del medio oeste, una chica de campo de Wooster, Ohio, con una maldita aureola sobre mi cabeza, una mujer que iba todos los domingos a misa y se ofrecía cada semana como voluntaria en un refugio para desamparados. Me había reinventado y mantenía mis secretos.
Y, aun así, Ben no me quería.
Como un fantasma, me deslicé debajo de las sábanas y me acerqué a él. Temía que Bryn se despertara y me pidiera que me marchara, pero había estado en sus sueños tan seguido, que se sentía natural estar a su lado con mi piel desnuda contra sus cálidos músculos. Era perfecto.
Como si hubiese sentido mi presencia, se movió hacia mí y me acercó mientras me acomodaba sobre él y recostaba mi cabeza de su pecho. La esencia seductora que olía a almizcle y a hombre me envolvió y respiré en ella, lo respiré a él. Sentí los latidos de su corazón y la firme sensación de su pecho debajo de mi mejilla.
Cerré mis ojos para retener las lágrimas, porque sabía que la única manera de que me abrazara era durmiendo. Nuestra conexión era real, podía sentirla con cada fibra de mi cuerpo. Era real, pero no para siempre, ya que no me reclamaba. Y estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa para cambiar eso, incluso a forzarlo para descubrir la verdad. Mi compañero tenía secretos y estos debían ser la razón por la que seguía apartándome. Malditos secretos. Secretos que lo alejaban de mí.
Suficiente de esa mierda. Si él no me iba a reclamar, entonces yo lo reclamaría a él. Esa era la razón por la que estaba aquí, desnuda; para tomar el asunto con mis propias manos. No, para tomar su pene con mis propias manos y sentir que tan grande, caliente y duro era; para acariciarlo y luego llevarlo a mi boca. No tenía ni idea de qué estaba haciendo, pero iba a hacerlo, incluso si lo hacía con torpeza.
Dejé un camino de besos a medida que bajaba por su pecho; el puñado de vellos oscuros se sentía suave y mullido contra mis labios. Empujando las sábanas, me deslicé hacia abajo mientras el gemía en sueños y enredaba sus manos en mi cabello. Sabía por mi conversación con la oficiadora Treva que, para comenzar el proceso de unión, primero debía follar mi boca, deslizar su pene profundamente en mi garganta y marcarme allí antes de tocarme en cualquier otro lado.
Y si Bryn no me iba a dar lo que quería, entonces lo tomaría por la fuerza. Incluso con la escasa luz de la habitación, podía ver su m*****o y este comenzaba a crecer cada vez más frente a mis ojos
Había visto a personas teniendo sexo. Se veía de todo en calles y en la mala vida de los barrios urbanos. Esos encuentros, casuales y vacíos, me habían facilitado la tarea de decirle no a los hombres. No quería un polvo rápido en un callejón; no quería arrodillarme y darle a un hombre lo que quería solo para hacerlo feliz y estaba segurísima de que no entregaría mi cuerpo a cambio de drogas. Había visto a muchas personas tomar ese camino y terminar destruidas, con sus vidas apagándose como una vela en medio de un huracán. No, no había sido fácil fingir, disimular que era completamente virgen y que nunca me habían tocado. Mi v****a nunca había deseado a ningún hombre. Jamás.
Hasta que conocí a Bryn.
Ahora quería, e incluso deseaba ansiosamente, subir a su cama y chuparle el pene. No a cambio de un favor o dinero. No por un placer momentáneo o un sentimiento de valía fuera de lugar. No, él era mi compañero y lo estaba reclamando.
Sin embargo, esto no era la Tierra, era Everis; y si quería a Bryn, tendría que seguir las reglas. Y si eso significaba meter ese enorme y duro pene en mi boca, lamerlo como un cono de helado y saborear cada centímetro de él, entonces lo haría. Lo quería. Mi boca se hacía agua ante la necesidad de hacerlo. Mi cuerpo deseaba probar su sabor, la sensación de él contra mi lengua y lo mucho que estiraría mi boca.