Deber ser Alastair

1482 Words
POV Sadie McPherson El tiempo en la hacienda se había detenido, pero el nacimiento inminente de Lía Mirabella Bellucci nos obligó a la acción. Terminamos subiendo todos a un helicóptero que nos llevó rápidamente hasta la ciudad donde vivía la familia Fraser. La urgencia del parto no dejaba lugar a dudas ni a la cautela que la vida en la hacienda exigía. Gianna, aferrada a la vida y aterrada por dar a luz sin su madre adoptiva, se quedó en el hospital con Bianca, la enfermera, y uno de los escoltas. Andrea Bellini, el hombre de confianza del difunto Don Salvatore, y yo, fuimos enviados a la misión más delicada: buscar a la señora Fraser. El hospital bullicioso se sentía extraño después de la tranquilidad opresiva de la hacienda. Nos movimos rápido, la adrenalina era mi única anestesia. Cuando llamé a la puerta de la casa Fraser, mi corazón latía con la fuerza de un pájaro asustado. Estaba a punto de irrumpir en la vida de una familia que creía a su hija muerta. El primero en atender fue un joven bastante alto, delgado, de cabello castaño y los ojos azules más profundos, más intensos, que jamás había visto. Eran los mismos ojos que Gianna describía con tanto ahínco. Me detuve en seco. La realidad del momento, la urgencia de mi misión, se desdibujó por unos segundos ante su presencia. —¿Puedo ayudarla, señorita? —Me preguntó con una sonrisa amable, pero con una confusión perceptible. —Debes ser Alastair, ¿cierto? —Él asintió, su confusión se acentuaba—. Busco a la señora Elisse, debe venir conmigo porque... —¿Es Morna, no es cierto? —dijo, interrumpiéndome, como si lo supiera de antemano. No fue una pregunta, sino una afirmación cargada de una extraña certeza. Me limité a asentir, incapaz de articular una palabra coherente. —Entra y espera un momento, iré por mis padres. —Me hizo pasar a un vestíbulo acogedor, lleno de fotografías que ahora reconocía: fotos de Gianna, de él, de una familia que había perdido una parte de sí misma. Alastair no les dijo nada a los señores Fraser, no les dio la verdad de golpe. Simplemente los urgió a acompañarme al hospital, su tono impositivo dejando claro que no había tiempo para preguntas. La señora Elisse y el señor Fraser me miraban, perplejos, tratando de encontrar una explicación en mi rostro desconocido. El viaje fue silencioso, tenso. Al llegar al hospital, Alastair, guiado por mi indicación, nos dirigió directamente al ala de maternidad, específicamente a la sala de partos. Se detuvo en seco frente a la puerta donde Bianca y el escolta montaban guardia. —Morna está tras esta puerta, viva, pero nos necesita —dijo, mirando a sus padres, su voz apenas un susurro firme. —Y justo ahora no podemos descontrolarnos. —¿Qué locura estás diciendo, Al? —Exclamó su madre, Elisse, una mujer elegante y con semblante amable y unos lindos ojos marrones, mientras su padre lucía completamente perplejo. El terror comenzaba a filtrarse en sus expresiones. —Sabía que no era ella la de la explosión. Leí las actas de defunción, la descripción del cuerpo no encajaba con Morna. Después les explico cómo lo averigüé —les advirtió a ellos, suplicando control, y de nuevo se dirigió a mí, la urgencia en sus ojos penetrantes—. ¿Qué le pasa a mi hermana? —Es momento del parto y está asustada. Pidió por su mamá —Le dije a la señora Elisse, y vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Era la confirmación de lo que el corazón de una madre siempre supo: su hija estaba viva. Pero la señora Fraser era una mujer de una fortaleza admirable. Limpió sus lágrimas, se recompuso de manera admirable y, con una entereza sobresaliente, le dijo a su hijo y esposo que esperaran afuera mientras ella entraba a ayudar a Gia. Era la madre volviendo a su deber, dejando de lado el shock de la resurrección. Los tres permanecimos nerviosos en la sala de espera. El señor Fraser, el padre de Alastair y adoptivo de Gia, fue en algún punto por unos cafés. Necesitaba moverse. Su mirada se veía perdida a ratos, a veces muy feliz ante la idea de su hija viva, y otras muy melancólicas, asimilando el infierno por el que Gia había pasado. Mientras tanto, Alastair y yo nos quedamos a solas en el pequeño y silencioso corredor. —Lamento no haberme presentado correctamente contigo —dijo, extendiendo su mano hacia mí. Su sonrisa volvió, esa que había vislumbrado en su puerta, amable y desarmante. Su mirada me atravesaba, buscando algo en mi alma, y sentí que estaba siendo leída por completo. —Soy Alastair Fraser y es un gusto conocerte. Me sentí como un ciervo frente a unos faros, incapaz de moverme o hilar un pensamiento coherente. La simple formalidad, en medio de la crisis, se sentía inmensamente dulce. —El gusto es mío, Alastair —logré responder, tomando su mano. Su piel era cálida y suave—. Soy Sadie McPherson, soy amiga de Gianna. —Morna, para nosotros es Morna —aclaró con un ligero acento que yo asociaba al inglés británico mezclado con algo más, como el de Gia. —Sí, desde luego. Es que ella se presentó conmigo con su otro nombre. —¿Te sabes ya toda esa historia? —Su tono era de interés genuino. —Sí, ambas volvimos juntas de Italia desde... El accidente. Hemos tenido tiempo de conocernos, ella es una mujer increíble, pero la ha pasado bastante mal. —¿Cómo te involucraste tú en esto? —Para serte sincera, no lo sé. La primera vez que vi a Gia... A Morna fue cuando ambas viajábamos en un contenedor con más mujeres en nuestra misma situación. Ella fue muy amable y considerada conmigo porque yo estaba muy lastimada. Hice una pausa, la incomodidad de la revelación era palpable. Luego, decidí devolverle la pregunta. —¿Cómo supiste tú que tu hermana estaba viva? Alastair suspiró, recostándose en la pared. —Leí las actas de defunción y los informes forenses del accidente de Don Salvatore Bellucci. La descripción de ella no encajaba con mi hermana. Morna es más alta y más joven que el cadáver que recuperaron. Además, no había coincidencia de ADN con el cadáver de Don Salvatore, el padre biológico de Morna. —¿Ataste cabos así de sencillo? —pregunté, asombrada por su frialdad lógica. —Bueno, sí… No me gusta presumir, pero... —Lo sé, tu hermana dice que eres un genio. Eso lo hizo soltar una risa fresca y debo admitir que hermosa también. Hasta su cara se puso roja bajo esa barba tan masculina que tenía, un rubor que lo hacía ver más dulce y vulnerable. —No diría que soy un genio, solo que mi puntaje de IQ es mayor al promedio —aclaró con un guiño modesto. —Qué modesto eres, Alastair. —Me reí. Sentir la risa en mi pecho, después de tanto tiempo, fue una sensación embriagadora. —Puedes decirme Al. Los amigos de mis hermanos son mis amigos también. —De acuerdo, Al. Unos minutos después, el señor Fraser reapareció con un café para ambos. Su mirada seguía siendo una mezcla compleja de dolor y esperanza. —Sadie, ¿Por casualidad sabes qué va a ser? ¿Niño o niña? —preguntó Al, mordiéndose el labio inferior, las ansias haciéndole olvidar su calma habitual. —Es una niña —dije sonriendo, saboreando el secreto que Gianna y yo habíamos compartido. —Es mi primera sobrina entonces. ¿Ya tiene nombre? —Sí, pero, ¿no preferirías que Morna te lo diga? —lo tenté. —Oh, no. Las ansias son incontrolables —dijo dramáticamente, exagerando su sufrimiento lo que me hizo sonreír aún más. —De acuerdo, no queremos que sufras —cedí—. Su nombre es Lía Mirabella. —Suenan lindos —dijo, saboreando los nombres. Luego, me miró directamente, esa intensidad regresando a sus ojos—. Gracias, chica bonita. «Chica bonita». No pude evitar sonreír como tonta. Sentí que el rubor subía a mis propias mejillas. Alastair Fraser era encantador, guapo, con unos ojos hermosos y una sonrisa traviesa y contagiosa. Y le parecía una chica bonita. Después de todos los meses terribles y dolorosos que tuve que vivir, de la soledad y la amnesia, la chispa en sus ojos era algo que me hacía sentir revitalizada. Era la primera vez que un hombre me hacía sentir vista y no como una mercancía rota. En medio de un hospital, esperando el nacimiento de la hija de una mujer que creían muerta, el destino había decidido jugarme una carta inesperada: la promesa de una nueva historia que me hacía olvidar, aunque fuera por un momento, todo lo que no recordaba haber olvidado.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD