Capítulo dos.

4126 Words
—¿Lista para la aventura?—peguntó Adam cuando baje las escaleras. Asentí e hice una mueca de disgusto al ver como se metió una galleta entera en la boca. —Eres un cerdo. —Me han dicho cosas peores—dijo mientras tragaba con dificultad. Rodee los ojos. No podía creer que tenía veintiséis años. Aferré la mochila que llevaba al hombro con mejor fuerza al mismo tiempo que vi a la abuela entrar al living donde estábamos. Me dedicó una pequeña sonrisa dulce. Me dio la impresión de que Adam le había contado algo sobre nuestra salida. Y ella no era alguien que podía disimular fácilmente. —¿Ya se van? —En cuanto Adam terminé de triturar las galletas. Ambas volvimos la mirada a mi hermano, el cual seguía rebuscando en el paquete ya arrugado y vació de sus galletas preferidas. Casi que me reí. Nunca hubiera imaginado que siguiera prefiriendo esas. Mi abuela frunció el ceño y le proporciono un pequeño manotazo en el hombro. —¡Oye!—se quejó él con la boca llena. Fruncí los labios cuando un par de migas salpicaron hacía mi rostro. —¡Adam Mason Backer! ¿Qué te he dicho de hablar con la boca llena? —Ya no tengo doce, abuela. —Pues no parece—replico ella con una ceja alzada—¿Así conquistas a las chicas? Él frunció el ceño. —Claro que no—soltó a la defensiva. Entornó entonces los ojos hacía ella. Aún siendo más alto que la abuela, la segunda seguía intimidando—¿Cómo sabes de mis conquistas? Ella se encogió de hombros ahora y reprimió una sonrisita. —Tengo mis contactos. Me miró y guiñó un ojo. Se podía ver la diversión en sus ojos. Inflé las mejillas, intentando controlarme pero fue imposible cuando Adam puso cara de indignación y estallé en carcajadas. La abuela fue la siguiente mientras mi hermano se enfurruñaba. Tomó su mochila y me dedico una mirada de reojo. —Par de...—maldijo por lo bajo. Pasó por nuestro lado y gritó sobre el hombro—Venga, vamos o te dejaré que camines hasta allí tú sola. Se me borró toda sonrisa de la cara. —¡No serías capaz! —¿Quién es el que tiene las llaves del coche? Abrí la boca, indignada. La abuela volvió a reírse y me planto un beso en la mejilla. —¡Yo también sé manejar, idiota! Escuché su risa desde la puerta de entrada. —Bien, entonces espera a Elliot. Solté un quejido de protesta y con la mochila que pesaba bastante, di zancadas hacía el camino a la puerta de entrada. Mi abuela grito sobre nuestra pequeña discusión. —¡Disfruten el día! En cuanto nos subimos a su Jeep, todavía se reía de mi. Estaba realmente indignada, en serio. Maldito Adam. No le dirigí la palabra hasta que estiro su brazo y encendió el estéreo. En los altavoces comenzó a sonar State Of Grace de Taylor Swift. Giré como un resorte la cabeza hacía él. —¿Escuchas a Taylor?—pregunté sin poder ocultar mi estado de alucinación. Río y me miró de reojo, prestando atención a la carretera de arena. —¿Por qué?¿Acaso un hombre no puede escuchar esa clase de música? —No te veía de ese tipo. —¿Y de qué tipo me ves, hermanita? —No lo sé. Antes solías escuchar Imagine Dragons, The Killer, Nirvana... ¿Acaso te estas poniendo a la moda? —Espera. ¿Taylor Swift a la moda?¿De verdad?—preguntó, sin poder creérselo. Asentí y sacudió la cabeza en negativa—Como se nota que nunca han escuchado música de verdad. —Esto—señalé hacía la pantalla que revelaba el nombre de la canción—, es música también, Adam. ¿Es menos valida porque es mujer? Soltó una carcajada, reflejando así toda su dentadura. Me acomodé los pequeños mechones que se me habían salido del moño que llevaba en la cabeza con una sonrisa también. —Es la playlist de Sarah—explicó todavía con un tono divertido—La pone siempre que la llevo a la escuela. Está obsesionada con ella. Me mordí el labio, conteniendo la felicidad que me daba que uno de mis hermanos también tuviera los mismos gustos de música que yo. No era que no me gustaran las bandas que escuchaban mis hermanos, porque mentiría entonces, pero las letras de Taylor siempre conseguían hacerme sentir identificada. De mujer a mujer. Y que a Sarah le gustara era un buen comienzo para nuestro encuentro. —Aún así no la has cambiado. —Pues... Admito que no me disgusta. Carcajee mientras me inclinaba hacía la pantalla y apretaba el botón para cambiar. —Eres demasiado obvio—aseguré. Cruel Summer entonces sonó. Le di una mirada de reojo y él comenzó a tamborilear los dedos contra el volante al ritmo de la canción—Entonces... ¿Qué hay de las chicas? Me dio una breve mirada divertida. —¿Qué chicas? —Las chicas con las que sales, Adam. —Oh...—volví a verlo, está vez con curiosidad. Se pasó una mano por los mechones que le caían en la frente y escondió una sonrisa. Abrí la boca de par en par. Me giré por completo en el siento. Si no hubiera sido porque tenía puesto el cinturón de seguridad, hubiera caído hacía el costado. —¡Estás con alguien! —Yo no he dicho eso. —¡No lo negaste! —¡No me diste tiempo a hacerlo!—contraataco. —Bien, te doy la oportunidad de hacerlo en tres segundos—indique sin perder la sonrisa. Esta se intensificó cuando pasó el tiempo y él solo sonrió—¡Si que eres maldito! —Rose—dijo—Se llama Rose. Me acomodé bien en el asiento de nuevo. Vi como rodeábamos el cartel de bienvenida a Mar de las Pampas para ir hacía la carretera que nos llevaba al centro de la ciudad. Un pequeño sentimiento de emoción se me instaló en el pecho cuando pasamos por el establo, el cual nos conocía desde pequeños ya que andábamos en caballo en las vacaciones de verano. No podía creer que siguiera allí. Luego de eso, seguimos el camino donde había médanos y pastizales a nuestros costados. Volver a mi lugar también se sentía increíble. Tantas cosas que recordaba, tantas que seguían ahí tal cual a cuando me había ido... Tantas cosas que llevaban nuestras huellas y que, aunque pasasen los años, parecían querer perdurar. Costaba admitir hacía mi misma que no podía tenerle un rencor absoluto a esta ciudad. A la gente que habitaba allí. A los lugares donde pasaba mi mayor tiempo. No era justo. Porque fueron momentos felices y fueron antes de que sucediera lo que sucedió; antes de eso, yo era feliz aquí. Y el frescor que me daba en la cara mientras Adam conducía, el familiar olor que me inundó apenas baje del avión, lo cálido que eran los rayos del sol... Era lo que había extrañado. Necesitado. Ni las mejores playas de Mallorca se comparaban a esto. Porque ese no era mi lugar. Ni Mallorca, ni Madrid, ni ninguno de ellos era mi lugar. Mar de las Pampas si. Siempre lo sería. Y era de lo que me habían alejado por mucho tiempo. —¿Trabaja contigo?—le pregunté cuando me quité el cinturón. Él quitó las llaves del comando y el estéreo también se apagó. —Sus padres son dueños de Pinoch. Es gerenta en el que está cerca de casa. Abrí los ojos como platos, sorprendida. Los dueños de Pinoch tenían mucho dinero. Además de que tenían franquicias por todos lados. Sus chocolates eran increíbles y nosotros teníamos la oportunidad de tenerlos en la ciudad. —¿Es una broma?—dije sin salir de mi estado de sorpresa mientras bajaba y cerraba la puerta. Me adelanté a su paso con un breve trote. Negó con la cabeza, sin ocultar su sonrisa burlona—¡Ni siquiera sabía que tenían una hija! —Y no ibas a poder saberlo tampoco, Aps—aseguró e hizo que frunciera el ceño. Se puso los lentes de sol y acomodó la mochila en su espalda—Son tres hermanos. Rose, la mayor, Aron, el del medio y Kian, el menor. Los tres hicieron su nivel primario en Buenos Aires con sus abuelos paternos como tutores. Volvieron aquí cuando tú no estabas. Aplané los labios y desvié la mirada hacía delante. Hubo un breve momento de silencio, pero fue suficiente para hacer que mi cabeza empiece a procesar la información a toda velocidad. Y está me repetía todo el tiempo lo mismo: nunca has estado. Esforcé a mis emociones a no ponerse a flor de piel ahora mismo. Quería disfrutar de mi llegada. Quería disfrutar de tener la compañía de mi hermano... A veces era difícil poder tener un balance. Adam, como si supiera lo que estaba pensando, me rodeó por los hombros y me atrajo hacía él. Depositó un beso casto en lo alto de mi cabeza. —Pero ahora estás aquí—prosiguió, volviendo a hacer aparecer una sonrisa en su rostro bronceado. Inclinó la cabeza un poco hacía abajo para verme mejor—Y podrás conocerlos por ti misma. Me separé al tiempo que chocaba nuestras caderas de manera amistosa. Esboce una sonrisa y rodee los ojos. Sentí como la arena comenzaba a hundirse en mis dedos. Me había quitado las zapatillas en el coche. Era una agradable sensación. Miré hacía delante, donde ahora la subida a la playa se hacía visible. Entonces, una idea se me vino a la mente. —Oye—llamé su atención. Sus ojos verdes me observaron—¿Corres rápido? —¿Que...? —¡A que no me alcanzas!—grité al tiempo que me separaba de su cuerpo y empezaba a correr. —¡Maldita tramposa!—exclamó desde atrás. Era divertido ver que se había acordado. Corrí como si se me fuera la vida en ello colina arriba, en el camino se me hundían los pies pero no me importaba. En España hacía cardio, no era un trabajo difícil para mi. Y sabía que para Adam tampoco, porque desde pequeños siempre solía ganarme. No borré mis carcajadas hasta que llegué al camino de madera que te llevaba en bajada al mar y mantuve mi paso firme mientras iba cuesta abajo; escuchaba la risa y las maldiciones de mi hermano. Casi estaba llegando a la orilla del mar cuando él pasó por mi lado como si fuera un rayo y caía justo en la marca de sal que dejaba la ola rota en la arena mojada. Frené de un movimiento brusco. Los pies se me clavaron en la arena. —¡Eso no es justo!—protesté, sintiendo que me faltaba el aire. Di unas cuantas bocanadas, aspirando el olor a sal. Adam sonrió con triunfo y se levantó, enseñando sus pantalones de playa ahora todo mojado. Sonrío también. Mis piernas fallaron y me senté. Él me imito a los pocos segundos, ambos quedando de frente al inmenso mar color azul oscuro. Me dio un empujoncito en el hombro. —No me puedo creer que todavía te acuerdes. —¿Cómo iba a olvidarme de lo tramposo que eras? Río y negó con la cabeza. —¿Tramposo? ¡Me llevabas demasiada ventaja y aún así te he ganado!—dijo al tiempo que se volvía a levantar. Me ofreció su mano y la acepté. —¡Tienes el doble de piernas que yo! —Dices eso desde que tengo noción. Son puras excusas. —Cierra la maldita boca. Sonrío. Vi de reojo como hacía una especie de baile extraño. Alcé una ceja, con una sonrisa incrédula. —Te he ganado. Te he ganado—canturreo. Ambos comenzamos a caminar. —Si sigues cantando eso te meteré un puñado de arena en la boca tan linda que tienes. —Tu hermano mayor te ha ganado—siguió canturreando. Vi como parte de su traje estaba cubierto de arena. Me rodeó varias veces en circulos, sin borrar esa estúpida sonrisa orgullosa—¿De cuantas veces? Ah si, ninguna. Todas las carreras las he ganado yo. Lo empuje por el pecho en cuanto lo tuve enfrente. —Infantil. —Perdedora. —Tramposo. —Les tendré que decir a mis estudiantes ahora que mi hermana no es tan genial como esperaban que fueras. Les diré que corres fatal. Fruncí el ceño. —¡Yo no corro fatal! —Oh, claro que si. Hasta te falta el aire—me señaló burlón. —Hago cardio todos los días—justifiqué con indignación. Él río y negó con la cabeza, sin creerse del todo algo que en realidad era cierto. ¡Todas las mañanas salía a correr! —Pues no parece. Si te pongo a ti y a uno de mis niños, estoy seguro de que incluso uno de ellos te ganaría—objetó. Le di una mala mirada. —¿Me pondrás a correr con críos?¿De verdad? —Es parte del entrenamiento. Y a ti te falta—dijo, seguro de sus palabras. Pero no estaba teniendo en cuenta de que eso me parecía horrible. ¿Correr con niños? Ja. En sus sueños—Mira, ahí te están esperando. Y tenía razón. Al alzar la mirada, pude ver a un pequeño grupo de niños, todos vestidos con sus respectivos trajes y sus tablas. Algunos sonrieron al vernos a ambos. Otros fruncieron el ceño al verme. Y es que claro, no tenían ni puta idea quién era yo. Más atrás de ellos se alzaba un gran local, pintado de color azul, verde y blanco. No me fue demasiado difícil deducir que ese era la tienda de mi hermano. Abrí la boca, impresionada; era enorme. Y hermoso. Backer’s Surf llamaba toda la atención desde lo alto del local, en un cartel con varios colores. Había violeta, amarillo, rosa... Era genial. Y el ver que llevaba el apellido que compartíamos hizo que se me instalara un sentimiento de calidez en el pecho. Había gente. Vaya que si había. La música sonaba fuerte desde los parlantes que yacían afuera y las personas que rodeaban el lugar parecían igual de geniales que el lugar en si; todos con sus tablas y con sus trajes al cuerpo. —j***r, Adam...—apenas pude decir algo. Estaba anonadada con todo. Embelesada. Giré la cabeza hacía él unos segundos que nos paramos antes de llegar a los niños—Es... Es una jodida pasada. ¡Es increíble! —¿Te gusta? Parpadee, alucinando casi por lo que me estaba preguntando. Solté una especie de bufido combinado con risa. —¿Me estás tomando el pelo? ¡Claro que si me gusta! Es... Perfecto. —Backer’s Surf, te presento a mi hermanita. Hermanita—vi como se callaba y buscaba algo en su mochila. Escuche el sonido del manojo de unas llaves. Tomo entonces mi mano y las coloco ahí. Levanté la mirada, confusa. Él sonrió de oreja a oreja—, te presento a tu tienda. Me quedé de piedra en el lugar. La sonrisa que llevaba se borró de un tirón. Por un lado, miraba a Adam que no se le había borrado la sonrisa a pesar de que no salía de mi trance y por el otro, seguía mirando la tienda con fascinación. —¿Que...? Me sostuvo de los hombros. Obligó a que lo viera. —Que también es tuya. De ambos. —¿Mía? Pero si yo... —Quiero que trabajes conmigo, Aps. Que te quedes aquí, en casa, donde perteneces. Y quería hacer algo que siempre hemos disfrutado los dos—el surf. Sacudió la cabeza, se notaba la ilusión en su rostro—Así que compré esta chatarra y la hice una tienda. Hasta quise que estuviera lista para antes de que vinieras. Esas llaves son la muestra de que te pertenece. Es tuyo. Tragué saliva. Se me escocieron los ojos. En tanto tiempo que había estado fuera, tanto tiempo solo con mi madrina y con algunos amigos. Lejos de mis hermanos. Miré de nuevo las llaves, se amoldaban perfectamente a mi mano. —No tengo ni puta idea de esto, Adam—dije lentamente. —Mientras no lo prendas fuego o dejes que Elliot tome el control, podrás con ello. Sonreí. —¿Él lo sabe? Si se entera... —No es de estás cosas. Sabes que no le gusta—indico. Separó sus manos de mi y me observó—Esto es algo solo de nosotros dos. He pasado tanto tiempo sin ti y costó un jodido huevo que no estés aquí para mi o yo estar para ti. Quería hacer algo que valiera para los dos. Para la relación que siempre tuvimos—su mirada se intensificó—No quiero que dudes nunca más en si estás sola o no. No lo estás. Siempre me tendrás. Contuve la respiración. Se me hizo un remolino de sentimientos en el estomago y sabía perfectamente que no era solo por la ilsuión que me hacía que Adam hubiera querido hacer esto... para mi. Sino también por lo que significaban sus palabras. Por lo importante que eran para mi y lo que habían marcado durante toda mi vida. Y ahora me estaba regalando esto... Era demasiado. —Mierda, Adam...—lo maldecí en un hilo de voz. Asentí. Tenía un miedo que te cagas, de verdad. No sabía manejar una tienda. Está sería la primera vez y tenía claro que sería él quién iba a tener las riendas, pero de igual manera me hacía ilusión compartir algo—Gracias. Él pareció aliviado. La tensión que llevaba en los hombros se disipó y tuve la duda en mi mente de si estaba preocupado de que no aceptara. Estaba loco si pensaba eso. —No vas a llorar, ¿verdad? Porque si a eso le sumamos que corres fatal... —Jodete. Río y tiró de mi mano, que todavía tenía las llaves. —Venga, te los presentaré. Y eso hicimos los veinte minutos después. Eran seis niños en total. Las edades variaban, iban desde los cinco hasta los nueve; todos ellos demasiados pequeños. Mi sorpresa fue demasiado grande cuando vi como se metían al mar sin ninguna pizca de miedo. No pude evitar pensar en que, a esa edad, yo tampoco lo tenía. Era una de ellos cuando empecé a interesarme en las olas y en el deporte. Presté atención en como Adam daba la clase. Siempre sabía lo que hacía cuando íbamos a las olas, yo era más... Precavida. Él no. Iba y no le importaban los riesgos. Siempre había envidiado eso de su persona. No le importaban las consecuencias con tal de vivir la vida. Yo seguía teniendo miedo a enfrentarme a ella de otra manera que no fuera así... Reservada. Creo que esa es la palabra. —¿Porqué nunca vimos a tu hermana, Adam?—preguntó uno de los niños. Steven creo que era su nombre. El mas pequeño de todos. Su voz dulce e inocente hizo que mis labios tiraran hacía arriba en una pequeña sonrisa. Estábamos todos sentados en una ronda. Mi hermano los había hecho elongar y luego de unas cuantas instrucciones de cómo tienen que ser en el mar, los hizo sentarse. Creo que era una manera de poder llevarse mejor entre todos. Me gustaba. —Porque no vivía aquí—respondí yo por mi hermano. Dejé de jugar con un caracol y me centré en el pequeño rubio de ojos miel. Me observó con atención. Apenas había hablado con ellos. —¿Y donde vivías? —En otro país. —Woaw—dijo otro niño con sorpresa en sus ojos. Charly. Se inclinó más hacía mi, sin dejar de mirarme—¿Otro país?¿Cual? —España—me reí cuando todos contuvieron una exclamación de sorpresa—Estuve un tiempo en Sevilla y luego nos mudamos a Mallorca. Steven frunció los labios. —Todavía no vimos eso en la clase de historia—dijo, casi apenado. Ese niño era demasiado dulce para la agresividad de esas olas. Me dieron ganas de apretujarlo como hacía mi abuela conmigo. —Ya lo verán—aseguré suavemente—Tienen mucho que aprender todavía. —Eso mismo nos dice Adam—indicó Charly. Esbocé una sonrisa mientras veíamos a su profesor regresar con varias cajas de jugo. —¡Jugo para los grandes surfistas!—canturreo él, sonriendo. Dejó que los niños tomarán una y luego me entregó una a mi. Se sentó a mi lado y los miró—¿Y bien?¿Cómo les ha caído mi hermana pequeña? —¿Sarah no es la pequeña?—volvió a preguntar Steven. Vaya que si tenía curiosidad por todo. Adam asintió. —Tienes razón, si. Sarah es la más pequeña de la familia, pero en cuanto a edades April es la que le sigue. Miré al pequeño rubio. —¿Conoces a Sarah? —Van al mismo colegio—indicó Adam por él. El niño solo asintió, concentrado en su jugo—¿Te has olvidado de que somos un pueblo todavía, enana? Aquí todos se conocen con todos. Tenía razón. La extraña en realidad era yo. —Cierto—asentí—Es que... Es todo nuevo para mi. Todas estás personas. ¿El viejo Mikey? Adam soltó una carcajada estruendosa que hizo que su cuerpo cayera casi al costado. —¿Todavía te acuerdas de él? Murió hace unos años. ¿Tres? Si, creo que tres. Abrí los ojos como platos. —¿Murió? —Si, Aps, las personas mueren cuando son demasiado mayores. —Pero... ¡Si estaba bien cuando yo seguía aquí! —Bien como para irse al otro mundo—rebatió. Lo miré con mala cara—Tenía cáncer. Trague saliva. —Vaya—murmuré. Volví a hablar después de un breve silencio—Ni siquiera pude despedirme. —¿Qué...? ¡Si lo odiabas!—exclamó, perplejo. Tenía medio cuerpo girado hacía mi—¿Has olvidado las veces que te seguía con uno de sus bastones...? —Porque decía que le robaba los dulces—terminé de decir por él, farfullando. Él volvió a carcajear. Negué con la cabeza. Unos cuantos recuerdos se me vinieron a la cabeza en ese instante. —¡Y nunca había entrado a su casa! Viejo loco. —¿Ves? Lo odiabas. Era una relación demasiado toxica. —A ti te quería. —A mi me quieren todos. —Engreído. Se levantó de un salto y miro a los niños. No faltaba demasiado para que la clase terminara, así que les sonrió y se frotó las manos. Su mirada traviesa recayó en mi. Alcé una ceja. —Oigan, compañeros. ¿Y si jugamos? Oh, no. Supe enseguida lo que estaba tramando. Todos vociferaron contentos con la idea. Me preparé para lo que pasaría a continuación. Y, por como de divertido estaba mi hermano, sabía que no sería nada beneficiario para mi. —¿También jugarás con nosotros, April?—preguntó Steven. Tenía la mirada iluminada. Todos parecían estar demasiados contentos. Negué con la cabeza. —Yo pasó—aseguré rápidamente. Me levanté también y sacudí mis prendas llenas de arena. —¿Cómo que pasas? Pero si eres nuestra anfitriona—dijo Adam con su tono inocente. Odiaba esa voz que ponía. Maldito manipulador. Me tomó de los hombros y obligo a mis pies a ir hacía delante—Hazlo por los niños. ¿Verdad, grupo? —¡Si, April!—gritaron todos a la vez con entusiasmo—¡Juega con nosotros! —Por favor—sonó la voz dulce de Steven entre la pequeña multitud. Juntó ambas manos como si estuviera rezando. Tuve que tragar saliva. Su mirada era demasiado devastadora y encantadora a partes iguales. Iba a matar a Adam. De verdad, iba a hacerlo en cuanto los críos se fueran. Joder. ¿En qué me había metido? Así que suspiré pesadamente, asumiendo la derrota y me crucé de brazos. ¿Me arrepentiría más tarde de esto? Seguramente. —¿Cuál es el juego? Adam se asomó por mi hombro. Su sonrisa socarrona hizo que desconfiara. —Carreras. Los niños accedieron enseguida. Me puso peor el saber que no estaban cansados. ¿Tanta energía tenían para aceptar correr?¿Más de lo que ya habían corrido? Estamos en verano, April. Los niños no tienen clases. Cerré los ojos con fuerza e imploré que fueran tan buenos jugando como lo eran sentados.
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