Siempre pensé que el amor se sentía como fuego. Jamás imaginé que doliera como un disparo en el pecho.
Matthew Dearwood era invisible para todos, excepto para ella.
Cada mañana, mientras caminaba por los pasillos del Instituto Carrington, con la mochila colgando de un solo hombro, los anteojos deslizándose por el puente de su nariz y los hombros encorvados como si pidiera disculpas por existir, él sabía que los murmullos no eran halagos. "Rarito", "bicho raro", "el hacker", "el friki del club de ciencia"... todos esos nombres eran lanzados con una mezcla de burla y desprecio.
Él era delgado, casi frágil, de piel clara, con unos ojos azules tan intensos que parecía que podían ver a través del alma... si alguien se tomara el tiempo de mirar. Su cabello n***o caía rebelde sobre su frente y los anteojos de pasta negra le daban un aire más intelectual que torpe, aunque pocos lo notaban. No era alto, apenas rozaba el metro setenta en ese entonces, y su presencia no imponía... hasta que hablaba. Porque cuando Matt hablaba, su voz tenía un peso que desarmaba.
Y, aun así, había una persona que lo veía. Evi Jansen.
Evi era fuego contenido. Con su cabello cobrizo, su piel clara con pecas casi imperceptibles, y sus ojos café oscuros que brillaban con una inteligencia que intimidaba incluso a los profesores, era el tipo de chica que no necesitaba esforzarse para ser popular. Pero a diferencia del resto de su círculo, ella nunca humilló, nunca juzgó. Ella observaba, entendía, y sobre todo, sentía.
Desde el primer año, se sentaba junto a él en clase de biología. No porque le asignaran ese lugar, sino porque ella lo elegía. Y en cada recreo, en cada presentación, en cada momento que podían, se buscaban. Nadie entendía esa amistad. "Evi, podrías estar con cualquiera, ¿por qué con él?", solían decirle. Y ella siempre respondía lo mismo: "Porque con él no tengo que fingir nada".
Entre ellos había una complicidad silenciosa. Intercambiaban cómics, hablaban de teorías cuánticas y escuchaban música sentados bajo el árbol del patio trasero del instituto. Compartían secretos que nadie más conocía. Como el hecho de que Matt tenía insomnio por ansiedad, o que Evi se escapaba a veces por las noches solo para caminar y sentir que tenía el control de su vida.
Y aunque nunca lo decían en voz alta, ambos estaban enamorados. En silencio. En secreto. Con ese miedo típico de los adolescentes que prefieren conservar algo seguro a arriesgarlo todo por algo que podría romperse.
El día de la fiesta todo cambió.
Era la típica celebración de fin de semestre en casa de uno de los chicos populares. Matt no quería ir. Odiaba las multitudes, la música estridente, el alcohol que empapaba el aire. Pero Evi lo convenció. "Solo una hora. Si es horrible, nos vamos", le prometió. Y Matt, incapaz de negarse a ella, aceptó.
Vestía una camisa azul oscura y unos jeans limpios, sus lentes bien ajustados y el cabello peinado hacia atrás. Evi llevó un vestido n***o sencillo, que no era revelador, pero que dejaba ver sus clavículas y una parte de su alma. Al llegar, todos los miraron raro. ¡Ellos dos juntos! Como si un código social se estuviera rompiendo.
Entre risas, algo de cerveza y charlas superficiales, se escabulleron hacia la parte trasera de la casa, al jardín, donde había una vieja caseta de herramientas medio abandonada. Se sentaron allí, sobre un viejo colchón cubierto por una manta.
—Nunca me ha gustado este tipo de fiestas —dijo él, mirando sus zapatos.
—Lo sé. Pero a veces hay que romper esquemas, ¿no? —sonrió ella.
Hubo una pausa cómoda. Bebieron un poco más. Nada excesivo. Solo lo suficiente para soltar la lengua y bajar la guardia.
—Matt...
—¿Sí?
—¿Alguna vez has sentido que... hay cosas que deberías decir, pero el miedo te lo impide?
Él giró el rostro hacia ella. Su corazón se aceleró. Sabía a dónde iba esa conversación, pero se negaba a creerlo.
—Todos los días —respondí.
Ella se acercó un poco más.
—Yo también. Y hay algo que... ¡Demonios! Esto es difícil. —Río nerviosa.
Matt tragó saliva.
—Solo dílo. Lo que sea. No voy a reírme ni a juzgarte.
Evi respiró hondo. Luego lo miró directo a los ojos.
—Estoy enamorada de ti, Matt.
El mundo se detuvo. El viento dejó de soplar. El murmullo de la fiesta se desvaneció.
—Desde hace mucho tiempo. Pero tenía miedo de decírtelo porque... no quería perderte.
Matt no pudo hablar de inmediato. Su voz se negaba a salir. Pero en lugar de responder con palabras, la besó. Un beso torpe al principio, luego cada vez más profundo. Las emociones contenidas por años se liberaron en ese instante.
Se miraron. Se entendieron. Y sin necesidad de más palabras, se dejaron llevar.
La primera vez fue un caos emocional. Ninguno de los dos sabía del todo lo que hacía, pero se guiaban por el instinto, por el deseo, por el afecto. Hubo risas, tropiezos, suspiros, caricias torpes pero llenas de ternura.
Matt temblaba al desabotonar su vestido, y Evi lo guiaba con dulzura. Ella temía que algo pudiera salir mal, pero el solo hecho de estar con él la hacía sentir segura.
Fueron dos adolescentes intentando descifrar el lenguaje del cuerpo y el alma. El momento fue imperfectamente perfecto. Lento, cariñoso, sincero. Cuando todo terminó, se quedaron abrazados, en silencio. Matt acariciaba su cabello y Evi tenía los ojos cerrados, con una pequeña sonrisa.
—Esto cambia todo, ¿verdad? —preguntó él.
Evi asintió.
—Pero no quiero que lo cambie para mal.
Matt la besó en la frente.
—Nunca podría ser algo malo si es contigo.
La noche los envolvió. Afuera, el mundo seguía girando. Pero para ellos, en ese instante, sólo existía la certeza de que se habían elegido.
Lo que ninguno sabía era que esa noche sería la última que compartirían por muchos años. Que una simple decisión al amanecer cambiaría el rumbo de sus vidas para siempre.
Y que el corazón que ahora se sentía lleno... estaba a punto de romperse en mil pedaz