POV MATTHEW
Me despierto antes que el maldito sol. No porque me guste, sino porque mi cuerpo ya está programado como una jodida máquina.
5:00 a.m. en punto. Sin alarma. Sin piedad.
Me levanto. Piso frío. Silencio. Y en ese silencio, me pongo de pie como si el mundo esperara algo de mí. No lo hace. Pero igual me muevo. Es lo único que sé hacer.
Voy directo al gimnasio privado que tengo en casa. Minimalista. Todo n***o, acero y sudor. Empiezo con calistenia, luego pesas. Mi cuerpo se siente como una armadura que construyo día a día. Ya no soy ese enclenque de metro setenta. Ahora mido 1.98. Y tengo músculos. No de esos de gimnasio de i********:. No. Los míos son funcionales. Cortantes. Duros. Como mi carácter.
Mientras levanto pesas, mi mente repasa lo que viene.
De Jong Industries. Maldita negociación. Crucial. Delicada. Y no la delegaré a ningún idiota del departamento legal. La haré yo. Personalmente. Liam va conmigo, claro. Siempre va. Es el único cabrón que me tolera y que me conoce lo suficiente como para no joderme en medio de una junta.
Termino la rutina. Ducha fría. Traje italiano. Azul oscuro. Camisa blanca. Corbata fina. Reloj suizo que vale más que un auto promedio. Lentes rectos. Pelo peinado hacia atrás. Nadie ve lo que hay debajo. Solo ven al CEO de BengalSoft. El más joven de todos. El que aplastó a la competencia antes de cumplir 22.
Bajo al comedor. Jelena está allí. Semidesnuda. Tomando café como si fuera la dueña del lugar. Esa modelo rusa de piernas infinitas y cerebro vacío.
—Buenos días, Matvey —dice, estirándose como felina en celo.
La miro. Está buena. Jodidamente buena. Pero hueca. Me excita cuando la tengo encima, cuando gime como si estuviera en una película porno, pero más allá de eso, no hay nada. Cero sustancia. Cero cerebro.
—Deja la taza y vístete. Te llamo un chofer —le digo sin mirarla.
—¿No te quedas hoy? Pensé que...
—Pensaste mal.
No es grosería. Es eficiencia. Me importa una mierda si se ofende. Ya obtuve lo que quería anoche. Su cuerpo. Sus gemidos. Su lengua en mi abdomen. Fin del cuento.
Subo a la oficina en el piso 51. La vista desde ahí te hace sentir como un dios. La ciudad parece insignificante. Y así debe ser.
Liam ya está allí, recostado en el sofá con un café en la mano y esa sonrisa de idiota encantador que usa cuando está de buen humor.
—¿Te comiste otra rusa, querido CEO sin alma? —se burla sin siquiera levantar la vista de su tablet.
—No era rusa. Era un agujero con acento. —Me sirvo un whisky, aunque son las ocho de la mañana. Lo necesito más que cafeína.
—Dime que al menos te divertiste.
—¿Divertirme? Liam, follar es una función biológica. Como cagar. Solo que más húmeda.
Él ríe a carcajadas. Siempre se ríe cuando le digo cosas así. Me ayuda a mantenerme cuerdo. Es la única persona con la que no necesito fingir que me importa el mundo.
—¿Y Jelena sabe que para ti es solo una descarga hormonal?
—Le importa menos que a mí. Tiene una agenda de i********: que llenar. Me etiquetó en una historia anoche. La hice borrar esa mierda en cinco minutos.
—Eres un cabrón, Matt.
—Lo sé. Por eso soy millonario.
Nos reímos. Pero solo él se ríe de verdad. Yo nunca lo hago del todo.
Salimos del despacho hacia el área de diseño. Todos los empleados se levantan apenas me ven. Algunos bajan la cabeza. Otros fingen estar ocupados. Me temen. Me respetan. Me odian en silencio. Y eso me funciona.
La excelencia se logra con presión, no con abrazos. Y yo soy presión pura. Puedo despedir a alguien con una mirada. Puedo arruinar una carrera con una frase. Y lo saben.
—Buenos días, señor Dearwood —dice una asistente, con la voz temblorosa.
No respondo. Solo la miro. Ella traga saliva. Y sigue con lo suyo.
Volvemos al despacho. Liam cierra la puerta.
—Deberías sonreír, cabrón. La vas a matar de un infarto —me dice, dejándose caer otra vez en el sofá.
—Si no soporta una mirada, no merece este trabajo.
—Lo que no entiendo es por qué sigues haciéndote el Terminator con todos, y luego te vas a casa a leer cómics como si fueras Peter Parker.
Le lanzo una mirada.
—Cuidado con lo que dices. Podría matarte en la próxima junta.
Él sonríe.
—Tú y yo sabemos que debajo de ese Armani vive el mismo nerd que lloró con la muerte del Profesor X.
Me río, por primera vez en la mañana. No mucho. Solo un poco. Él tiene razón. Aún me gusta encerrarme por las noches, quitarme la corbata, tirarme en el sillón y leer revistas de tecnología como si fueran novelas de fantasía. Los nuevos lanzamientos de chips, los avances en IA, los artículos de MIT Tech Review… Esos son mis vicios reales. Eso y mis cómics.
—¿Tienes el nuevo número de Watchdogs? —pregunto.
—Te lo dejé en tu escritorio ayer. Edición limitada. Te debo cien dólares.
—Te los deposito al mediodía. —Tomo nota mental. Él sabe que lo haré.
A veces me pregunto por qué Liam sigue conmigo. No soy fácil. Soy una tormenta controlada. Pero él nunca me ha tratado como un monstruo. Me ve. Me recuerda quién era antes de convertirme en esto.
Suena una alerta en mi tablet. Reunión interna. Desarrollo. Quince minutos.
—¿Vienes? —le pregunto.
—Claro. Siempre es divertido verte destrozar a un becario por no entender cómo funciona un flujo binario.
Sonrío de nuevo. Vamos al campo de batalla.
Ahí, donde el verdadero Matt desaparece, y el CEO sin corazón toma el control.
POV EVI
Me despierto con los pies pequeños de Damian encima de mi estómago. Son las 6:15 de la mañana y, como todos los días, él ha terminado en mi cama. No me molesta. De hecho, me encanta. Su respiración aún es suave, y su cabello n***o está revuelto. Me recuerda que no importa cuán duro haya sido el día anterior, todo vale la pena.
Damian cumple seis años en dos semanas. Ya tiene esa actitud de niño grande que quiere hacerlo todo por sí solo, pero por las noches sigue buscando mis brazos para dormir. Y yo… yo no me resisto. Porque si algo tengo claro en esta vida es que él es mi centro. Mi prioridad absoluta.
Lo dejo dormir cinco minutos más mientras voy a la cocina a preparar su desayuno. Huevos revueltos con espinaca y tostadas de avena. Nada comprado, todo hecho por mí. A pesar de ser una de las mujeres más jóvenes y millonarias de Europa, jamás permitiría que otra persona críe a mi hijo. Puedo tener todo el dinero del mundo, pero mi amor por Damian no se delega.
Emma, mi tía, ya está despierta. Viste su bata de seda color esmeralda mientras hojea el periódico financiero con una taza de té. Desde que me adoptó legalmente, ha sido más que una madre. Es mi mentora. Mi roca.
—Dormiste poco otra vez, Evi —dice sin apartar la vista del diario.
—Como siempre, tía. Damian tenía pesadillas anoche.
—Y sin embargo aquí estás, cocinando como si tuvieras una cita con la Reina.
—Lo hago por mí. Y por él. Tú me enseñaste eso.
Emma sonríe. Me gusta pensar que está orgullosa de lo que he logrado, aunque rara vez lo dice en voz alta. Su forma de mostrar afecto es empujarme al límite, exigirme más, endurecerme.
A las 7:00 Damian ya está despierto. Baja corriendo las escaleras con sus pantuflas de dinosaurio, los ojos brillantes, y el cabello aún más despeinado.
—¡Mami, mami! ¡Hoy tengo natación! —grita emocionado.
—Y luego karate —le recuerdo mientras le acomodo el cuello del pijama.
—¡Y luego las clases con Monsieur Étienne! —agrega, con su acento francés perfecto.
—No te olvides del módulo de matemáticas de CerebrIQ.
Ese programa es como un Kumon de élite. Diseñado para niños superdotados. Damian se lo devora como si fueran cuentos. Y yo, aunque a veces me preocupa presionarlo, me aseguro de que siempre tenga tiempo para jugar. Para reírse. Para ser niño.
Después de desayunar, lo acompaño personalmente a su clase de natación, que es dentro del mismo complejo donde vivimos. Holanda me ha dado libertad, privacidad y estructura. El entorno perfecto para criar a Damian lejos del ruido de mi pasado.
Mientras él nada, reviso correos. Tres reuniones virtuales antes del mediodía. Un lanzamiento de prototipo. Una junta con el departamento legal. Y una preparación de agenda para un viaje próximo… uno importante. En una semana tengo reunión con BengalSoft. Una alianza estratégica. Crucial para expandirnos a América.
Carter me acompaña a la oficina. Él es mi sombra, mi amigo y a veces mi cable a tierra.
—Tienes cara de que no dormiste ni media mierda, jefa —dice mientras me pasa un smoothie verde que me obligó a tomar como parte de “mi bienestar integral”.
—Gracias por el detalle, doctor Lin.
—¿Soñaste con el ruso otra vez?
—No. Alex se fue ayer a Praga. Lo extrañé solo un poco... pero mi insomnio es crónico, no emocional.
Se ríe.
Mi relación con Alex es estable. Demasiado estable. El problema es que a veces lo veo más como una especie de contrato de paz emocional que como una pareja real. Lo quiero, sí. Lo admiro. Es atento, protector, incluso dulce con Damian. Pero... hay un espacio dentro de mí que él no ha tocado. Y sospecho que nunca lo hará.
En la oficina todos me saludan con respeto. No por miedo, sino por admiración. Me he ganado cada centímetro de este lugar. No heredé la empresa. La salvé. De Jong estaba al borde del colapso cuando Emma me puso al frente. Creé una nueva línea de tarjetas gráficas, revolucionamos el rendimiento, duplicamos la producción y triplicamos las ventas en Asia.
Pero no fue fácil.
Tuve que mirarle a los ojos a tipos de 50 años que me veían como una niña jugando a ser empresaria. Me tuve que tragar comentarios machistas, insinuaciones, burlas encubiertas. Y respondí con resultados. Con innovación. Con firmeza.
En la sala de juntas, doy las instrucciones para la próxima fase de distribución. Todos anotan. Todos asienten. Y cuando alguien intenta interrumpirme para cuestionar mis cifras, lo corrijo con una frialdad quirúrgica.
—Si no tienes datos que respalden lo que dices, por favor no vuelvas a hacerme perder tiempo, Dirk —digo con una sonrisa que congela el aire.
Luna me espera en mi despacho. Lleva puestos sus lentes de marco grueso y su tablet bajo el brazo.
—Tenemos las muestras del prototipo y la agenda de la reunión con BengalSoft.
—¿Detalles del CEO?
—Matthew Dearwood. 23 años. Fundó BengalSoft con su amigo Liam Rowe. Son una especie de dúo dinámico en la industria tech.
El nombre me hace fruncir el ceño un instante. Es familiar. Muy familiar. Pero no... no puede ser. ¿Matthew? ¿El mismo...? No. Es una coincidencia.
—¿Y qué tal es?
—Implacable, según los informes. Duro, exigente, pero extremadamente brillante. No da entrevistas. Poca vida pública. Se dice que es muy reservado.
—¿Familia?
—Nada relevante. Hijo de un abogado influyente en EE.UU., pero maneja su empresa como un titán. Lo llaman el CEO sin corazón.
—Interesante apodo.
—Tú tampoco tienes el corazón muy expuesto, Evi —se burla Luna, sentándose frente a mí.
Sonrío. Me conoce demasiado bien.
Al caer la tarde, recojo a Damian. Jugamos en el jardín, hacemos batallas de almohadas y le leo un cuento mientras se baña. Hoy eligió un cómic viejo de superhéroes. Está obsesionado con ellos.
—Mami... ¿mi papá también leía cómics? —pregunta de repente, sin levantar la vista.
Mi corazón se detiene por una milésima de segundo.
—Sí, cielo. Le gustaban mucho.
—¿Él era fuerte? ¿Como un héroe?
—Era... muy inteligente. Eso lo hacía fuerte.
Me mira. Sus ojos azules me atraviesan.
—¿Te hizo reír?
—Más de lo que puedes imaginar.
Damian sonríe, satisfecho, y se acurruca contra mi pecho. Lo abrazo fuerte. Huele a jabón y a inocencia. Emma lo observa desde la puerta. No dice nada. Pero sus ojos me dicen lo mismo de siempre:
"Algún día tendrás que decirle la verdad. A él. Y a ti misma."