Prólogo
Artemisa
Bajé del yate mojando mis botas. Caminé lentamente sintiendo el peso de estar en este lugar otra vez.
La isla donde estuve cautiva por días al lado de un hombre asqueroso y el causante que volviera a estar acá de nuevo yacía sobre mis pies.
Suspiré detallándola. Mis hombres habían construido una choza pequeña a un lado muy cerca al mar, en el centro de la isla los resto de lo que una vez fue una cabaña que muchos llamarían acogedora se encontraban esparcidos, chamuscados y la naturaleza se había apropiado de la mayoría. Mordí mi labio inferior con la suficiente fuerza para apaciguar el nudo en mi garganta, la suficiente fuerza para hacerme sangrar y saborear el líquido metálico y caliente al que ya me había acostumbrado, tanto a su color como su sabor, ya era algo común en mi vida.
— Artemisa — pestañee y tragué saliva para voltearme — ¿Estás bien? — sonreí sin ganas.
— Te odio Borgia — jadeo llevando una mano al pecho indignado, acto que me hizo soltar una carcajada mientras caminaba a la choza.
— Te pregunto si estás bien y me dices que me odias.
— Que me conozcas lo suficiente para preguntarme eso hace que te odie — me dio un leve empujó e inmediatamente se arrepintió.
Los hombres que estaban a nuestro lado apuntaron hacia él, Borgia subió las manos en son de paz y les di la señal a los chicos de bajar sus armas.
Volví a reírme y seguí caminando.
Tenía al personal más fiel, tan fiel que no permitían que nadie me tocara. Chicos rescatados de las calles, de las garras de algún pervertido, de la droga y de los peores demonios; esos eran mis hombres, mis guardaespaldas y protectores aunque no los necesitara, chicos que eran vulnerables y ahora son escudos de aleación de Vibranio y hierro.
— Reina — me interceptó uno de ellos — acá está el detonador, el prisionero está cargado y nos aseguramos de limpiar todas las huellas — asentí.
— Bien, quiero que te encargues de desalojar la isla, no quiero a nadie de ustedes rondando por acá.
— Pero … — ladee mi cabeza y con eso fue suficiente — entendido — miró hacia abajo apretando la mandíbula.
— No tienen de qué preocuparse — Luis puso su mano en el hombro del chico — yo estaré a su lado — él asintió y se marchó.
— Tu también deberías irte — negó.
— Más que su mano derecha era su hermano — asentí remojando mis labios — ¿Lista? — suspiré.
— Esperé un año para esto — asintió y entró.
Esperé por unos segundos apretando mi manos en puños y volviéndolas a desapretar, estaba fría y nerviosa, al fin de cuentas me iba a vengar, lo iba a vengar a él y a mi padre.
Con un último suspiró saque de mi cintura la pistola de oro, acaricié su empuñadura y traqueando mi cuello entré.
Luis pateo el cuerpo de Derek el cual se removió despertando lentamente, puso un banquito para mí y se hizo a un lado con su postura de chico rudo. Después de darle una mirada a la choza me senté apoyando mi cuerpo sobre mis piernas.
— ¿Qué — tosió y se removió — qué estoy? — levantó su mirada y se horrorizó al verme — Artemisa — su labio inferior empezó a temblar.
— Casi que no despiertas dormilón — sonreí sin mostrar mis dientes.
— Escúchame — empezó a removerse — yo … yo me arrepiento — pasó su mirada de Borgia a mí con su respiración descontrolada — pasé to … todo este año haciendo penitencia y juré jamás … jamás, jamás hacer daño a alguien — empezó a asentir a medida que yo asentía.
— Y dime algo Derek, ¿Tu penitencia me devolverá lo que una vez me quitaste? — ambos dejamos de movernos — sé que vengarme tampoco me los devolverá pero — me recosté en la silla — al menos sabré que cumplí el objetivo que me hice — abrió mucho más sus ojos.
— ¡Por favor! — intentó abalanzarse a mí pero Borgia lo impidió.
Con una ágil patada incrustó la punta de su bota militar en el mentón de Derek elevándolo hacia atrás, un sonido agudo me indicó que había desencajado su mandíbula y la sangre y la posición de esta me lo comprobó.
— No te atrevas a tocarla de nuevo maldita basura — lo tomó del cuello de su camisa — vas a sentir lo que Ethan sintió ese día, lo sentirás lenta y dolorosamente y vas a rematar tu fingida penitencia de mierda — lo escupió y lo soltó limpiándose las manos.
Este tiempo me enseño a dejar mi cara de asco y horror cada que escuchaba como un hueso se rompía; como sangre, baba y otro tipo de sustancias salían de cuerpos asustadizos. Luis Borgia, la antigua mano derecha del Rey n***o y mi actual mano derecha, había sido un excelente maestro junto a Alexander y para mi sorpresa, se convirtió en un amigo extremadamente importante.
— Bueno, ¿tienes una última palabra antes de conocer el significado de la palabra sufrimiento? — me puse de pie acomodando la silla en una esquina.
No importa si es el lugar más recóndito del mundo, mi orden me acompañará vaya a donde vaya.
— Si me matas … nunca sabrás dónde está tu amorcito — arrugué mi entrecejo.
— ¿Qué? — pero no me respondió sino que empezó a reírse como un demente poniéndome iracunda.
Borgia le iba a volver a pegar pero lo detuve.
— ¡Espera! ¿Sabes lo que es esto? — le mostré el detonador y ahí dejó de reírse — el mismo detonador que usaste en mi contra — se miró pero al no encontrar chaleco sus músculos se relajaron — no te preocupes, no estallarás en milisegundos, mejoré el diseño — me acuclillé para mirarlo mejor — esa tecnología Norcoreana ya estaba mandada a recoger y un chaleco bomba llama demasiado la atención, en cambio, mini chips regados por el cuerpo no se notan — volvió a poner cara de horror mirándose por todas partes — tranquilo — me puse de pie — el detonador sigue siendo digital así que nadie más explotará a diferencia de ti — hice un puchero al escucharlo lamentar — pensé que esto te seguiría dando risa — alcé mis hombros restándole importancia — en fin.
— ¡PÚDRETE ARTEMISA STEELE! — Borgia se río saliendo de la choza.
— Nos vemos en el infierno Derek Jordan — salí dejando unos terribles lamentos atrás.
Diez pasos si mucho y caí de rodillas llenado el aire de mis pulmones.
— Sabía que esto pasaría — Luis se agachó tomándome con sumo cuidado — ven, yo soltaré el detonador.
— No — me dejé guiar por Borgia — lo haré yo, tengo que hacerlo yo — le di una última mirada a los restos carbonizados de madera — por mi padre y por — acaricié el anillo en mi dedo corazón — por Ethan — asintió.
La chica fuerte e inquebrantable mucha veces fingía, de cierta forma seguía siendo yo, con cierto porcentaje de fragilidad y con mi mascara bien puesta.
Luis me ayudó a subirme en el yate y al encenderlo alejándonos unos metros solté el detonador. Cerré mis ojos al escuchar como sus gritos cada vez aumentaban. Primero un pie, luego el otro, su mano derecha y luego su izquierda, sus piernas, brazos y subiría por su abdomen y luego nada, igual que sus gritos. Yo había diseñado esta horrible muerte solo para este día, sabía su orden y eso me ponía enferma.
Volví abrir mis ojos al no escucharlo más y empecé a contar … 3 … 2 … 1.
Nos movimos un poco ante el movimiento brusco de las olas y al girarme el fuego me recordó a ese domingo frío de febrero, como todo se consumía en llamas hambrientas devorando todo a su paso.
— Terminó — asentí suspirando.
— Terminó.
Los yates de mis hombres se nos unieron con dirección a nuestro hogar.
Había cerrado un ciclo, nuevamente … o eso creía, pero cuando un ciclo acaba otro más fuerte y amenazador comienza.