Mi vecino se llama...

1263 Words
Sábado, 3, Junio, 2023.   Sabia que la hoja en blanco de Word me miraba esperando que empezara a escribir, sabía que por más que deseara que el capítulo se escribiera solo no se iba a cumplir sin hacer nada. Abro mis ojos y miro la pantalla de la laptop aun con esa bendita hoja en blanco, estaba sentada ahí frente a mi improvisado escritorio con un desorden en el pequeño apartamento. Era sábado y al vecino se le ocurrió hacer de las suyas otra vez, tenía sueño y no podía pensar bien con el estómago rugiendo por comida. Miro la ventana frente al escritorio, pensando si de verdad sirvo para ser escritora. — ¡Ya no puedo más, necesito salir! — me digo, porque vivo sola y no tengo casi amigos en este país. Me levanto observando que no era mentira que tenía un desastre pero como dice el dicho, ojos que no ven, corazón que no siente, así que camino y encojo una falda larga, una blusa de tirante combinada con una chaqueta de jean y unos botines. Estoy en Europa, aquí se viste a la moda y sin miedo, una de las razones que me di al ver la oportunidad de mi vida, aunque estoy lejos de mi familia, soy feliz viviendo aquí. Ya lista, observo mis ojeras y suspiro, mi rostro no puede arruinar mi look de hoy, un sombrero y pa la calle, me detengo y tomo el bolso ya que sin dinero no se puede hacer mucho afuera. Cierro la puerta y ya lista pa liberar mi mente me encuentro con el vecino tomando café en la entrada de su piso mientras lee en ropa interior dejando a la vista su cuerpo, su blanquecido cuerpo hecho por los dioses, no era tan musculoso y alto como mi Crush Henry Cavill, si el actor que hacía de Superman, pero tampoco era gordo, sino relleno con un poco de musculo porque tampoco es que estaba tan flaco el vecino. Pero no estoy aquí para ver, camino con paso apresurado, no quería verle después la mala noche que me hizo con su horrible melodía. — Hola vecina… — lo escucho saludarme y me detengo, los pelos se me erizaron y por mi mente pasa la madrugada aquella donde le toque la puerta en calzones. Trago saliva y me volteo un poco para saludarlo con la mano e irme de una. — ¿A dónde vas, vecina? — pregunta y me vuelvo a detener recordando aquella canción llamada vecina de un grupo argentino llamado “Sonus” que jamás se supo de ellos, suspiro y me volteo por completo. — Iré a dar un paseo, ya sabes, para tomar aire — digo en su idioma, me había costado medio año aprender el italiano como se debía, encima de que algunas personas me ayudaron a pronunciar bien y me enseñaron otras palabras para no hablar tan formal como te enseña Doulingo, ya saben esa app donde te enseñar idiomas. — Interesante, yo también daré un paseo, ¿te importa si voy contigo? — sonrío y niego, cuando entra a cambiarse me pego la frente por idiota. El vecino sale ya cambiado con un jean y una remera negra y uno deportivos, simple pero le quedaba bien pues, no voy a negarlo. — Por cierto, soy Rio. Mi vecino se llama Rio. Lo miro y no aguanto la risa, el chico se ríe sabiendo que su nombre es la causa de mi ataque de risa. — Perdón si te hice sentir mal, yo soy Mar — me mira y mira a otra parte ocultando su risa — Espero que seas dulce como los ríos. — Espero que no seas salada como el mar — nos reímos mientras bajábamos por la escalera de un tercer piso. — En serio… ¿Qué pensaban nuestros padres al ponernos esos nombres? — pregunta y niego. — No sé, nunca he tenido la curiosidad de preguntarle a mis padres pero tenemos suerte de no tener nombres más raros — asiente. — ¿A dónde iras? Su pregunta me detiene  y lo miro, se suponía que saldría a despegar mi mente. — Ahora no sé a dónde ir, solo iré a donde el viento me guie — sonrío y sigo caminando por las pequeñas calles de esta ciudad seguida de mi vecino. — No eres de aquí… — afirma y me sorprende un poco. — Exacto, vengo del espacio de un planeta llamado Marlandia donde todos se llaman Mar — se ríe y me regaño en mi mente por ser tan infantil, tengo 22 y aun soy un poco niña. — Eres graciosa, pero en serio, sé que no eres italiana — asiento viendo que llegamos a una calle llena de puestos de comida y frutas con vista al mar. — No soy italiana, ni europea, por desgracia soy latina pero mi tátara abuela era española pueda que tenga un poco de sangre europea — explico sabiendo que le cuento casi toda mi vida a un completo desconocido que es mi vecino. Observo las naranjas y huelo la fruta, la señora me muestra unas toronjas. — Dame 5 de cada una — saco la billetera del pequeño bolso y le entrego un billete y me da el vuelto con una bolsa con las naranjas y toronjas. — Gracias — sigo caminando y noto que esta callado. — ¿Algo que decir? — Eres un alma libre y transparente por lo que veo y transmites — me detengo mientras él seguía caminando. Yo un alma libre y transparente, ¿en serio? (…) Observo con detalle a mi vecino sentado frente a mí en una mesa de un pequeño café bien bonito que conseguimos al final de la calle de puestos de comida y frutas. El chico es pelinegro, blanco con ojos mieles y unas cuantas pecas en su nariz, podría jurar que también tiene lunares en su espalda, solo digo que puede tener no es porque quiera verle la espalda. — Llevas rato observándome y analizando… ¿acaso soy un posible candidato para una noche? — escupo el té helado que estaba tomando de un pitillo, lo escucho reírse mientras me limpio la boca con la manga de la chaqueta. — Para tu información, soy dibujante y escritora, que te vea solo es porque me pareces un buen material — levanta una ceja sin dejar de mirarme para luego reírse mirando a otro lado, sigo tomando hasta que llega el mesero con mi tarta de limón. — Así que te ganas la vida pintando y escribiendo — asiento a su afirmación — ¿Es posible eso? — vuelvo asentir comiendo la rica tarta. — Dios, esto es lo mejor que he comido este mes — exclamo y sigo comiendo, Rio solo me mira como una cosa rara. — En serio eres rara, ¿así son los latinos de raros? — trago antes de reírme porque si no me atoro con algún pedazo de la tarta — Y te ríes por todo. — No todos los latinos somos iguales, estamos divididos por países, estados, ciudades, pueblos y personas — niega y toma la taza con café que le dejaron cuando me trajeron la tarta — Cuéntame de ti, por lo que sé solo he hablado de mí. — Pues toco horrible el violín según una vecina — empiezo a toser. — ¿Sabes español? — pregunto tragando. — Claro que sé español — responde en español. Oh por Dios, y lo habla muy bien, Dios mío.
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