Leandro estiró la mano. Tocó su hombro con firmeza, pero con delicadeza. Su mirada no buscaba respuestas, solo sostenerla un poco más. —Respiras. Lloras. Te rompes. Pero no te apagas —dijo con voz baja—. No tú. Porque tú eres fuerte, Esmeralda. Y aunque ahora estés ardiendo por dentro… ese fuego va a volver a darte fuerza. Esmeralda cerró los ojos con fuerza. Sus labios temblaron. —¿Y si ya no queda nada? ¿Y si lo que se rompió no se puede volver a armar? —Entonces lo armamos con lo que haya. Con lo que quede. Pero no sola. No mientras yo esté aquí. Ella apretó la mandíbula. No respondió, pero su respiración empezó a calmarse. Como si por dentro, algo dejara de pelear con tanta rabia. Leandro no se movió. Se quedó ahí, junto a ella, sin invadir, sin presionar, pero sin permitirle ca

