—¡Tu ambición por el poder se llevó por delante la vida de nuestro hijo! Rafael no respiró. El alma se le cayó a los pies. Sintió como si le hubieran arrancado el corazón con una mano en llamas. No dijo nada. No podía. Las palabras se le atoraron en la garganta, junto con el dolor, junto con la rabia… junto con todo. Esmeralda se giró en la cama. Su cuerpo temblaba. La voz le salía rota, empapada de dolor, de furia, de pérdida. —¡Vete! ¡No te quiero ver! ¡Lárgate! Rafael dio un paso hacia ella. —Esmeralda, por favor… no me digas eso… —¡Que te vayas! Su grito hizo vibrar las paredes. Las manos se le crisparon, el pecho le subía y bajaba con violencia. Intentó incorporarse, pero apenas podía sostenerse. Aun así, lo hizo. Se incorporó con las últimas fuerzas, como si odiarlo le diera

