La oficina de Casimiro tenía ese aire espeso que precede a la tormenta. Vicente Altamirano entró con paso firme, saludando con una inclinación de cabeza, el rostro sereno, las manos cruzadas en la espalda. Llevaba la misma actitud de siempre: cortés, educada… peligrosa. —Tenemos que hablar —dijo sin rodeos. Casimiro alzó la vista desde su escritorio. No se levantó. —¿Y ahora qué? Vicente no rodeó el asunto. —Rafael renunció a la candidatura. Un silencio helado se extendió por la sala. Casimiro soltó el bolígrafo que tenía entre los dedos. Se reclinó con lentitud. —¿Cómo dices? —Lo que oíste. No piensa seguir. Después de lo del bebé… cambió. Se quebró. La mandíbula de Casimiro se tensó. Un tic le palpitó junto al ojo. —Invertí una fortuna en ese inútil. Le puse en bandeja de pla

