*TREVOR* Ante una crisis inminente, había dos tipos de hombres de negocios: los que decían que no iban a caer sin luchar y los que ni se molestaban en contemplar la posibilidad de fracasar. Yo pertenecía, sin duda, a la segunda categoría. Había forjado mi reputación de forma diferente a la de la mayoría de los ejecutivos de Estados Unidos. En lugar de confiar en mis conexiones familiares o de ir de copas con antiguos compañeros de internado para tratar de impresionarlos, me había concentrado en los números, me había obsesionado con los detalles y había tomado decisiones inteligentes. Me gustaba ganar dinero. Cuanto más, mejor. Y no me importaba gritarlo ante quien quisiera escucharme. En los diez últimos años, había hecho que la empresa pasara de ser una de tantas empresas emergentes en

