A toda marcha atravesé el tráfico, pude llegar a la escuela en cinco minutos. Estacioné la motocicleta y aparté el casco para poder ingresar. Ya la maestra de Eva estaba en la entrada del salón, al parecer había llegado a tiempo. Todavía algunas de las niñas; compañeras de Eva se divertían en el patio de juegos. Al parecer no había llegado tan tarde.
Leonard mi hermano mayor, tendría algunos asuntos que resolver en el banco conforme a un préstamo pendiente por pagar. Aún estábamos en eso de liquidar algunos saldos. Así que me había comprometido; tal cual pasa cada vez que se ocupa de ir por Eva.
Al darme cuenta que otros de los padres que iban seguramente a recoger a sus hijos se ponían a conversar con la maestra preferí asomarme a donde estaba Eva. Entre las cosas que llevaba en mi chaqueta no podría faltar un chocolate o un caramelo.
Las compañeras de Eva fueron las primeras en darse cuenta que inclinado observaba hacia ellas.
—¡Eva! Es tu papá. —Mencionó una sonriendo al señalarme.
Eva rápidamente dejó la resbaladilla tomó su mochila y corrió hacia mí. Dio un salto, la atrapé. Pero antes de hablarme con sus pequeñas manos revisaba mis bolsillos.
—¿Lo olvidaste? —Preguntó con el ceño fruncido al darse cuenta que los primeros bolsillos no hay había nada más que boletas o facturas.
—Claro que no. Revisa bien.
En uno de los bolsillos dentro del forro por la parte del pecho estaban los caramelos. Sonrió ampliamente y hasta entonces me rodeó con sus pequeños brazos el cuello.
—¡Sabía que no me decepcionarías!
Me eché a reír y le di un beso en la frente.
—¿Nos vamos?
Ella sonrió y asintió con la cabeza.
—Hola, buen día. —Saludó una voz no conocida amable y femenina.
Me volví de inmediato mirando a una mujer alta de cabellos cobrizos y ojos azulados profundos. Vestía formalmente y sonreía con amabilidad. Me asombré un tanto. La señora Ester era quien solía estar al pendiente de Eva, y la había visto al llegar. Así que no tenía idea de quien se trataba.
— ¿Tiene un momento? —Pregunto ella.
—Buenas tardes. Claro… Cariño, ¿por qué no vas un momento a jugar en al columpio? En seguida estoy contigo. ¿Bien?
Mostró una sonrisa, asintió y de un salto volvió al suelo. Velozmente se dirigió al patio de juegos dejándome su mochila.
La señorita al notar que estaba lejos. Se volvió a mí.
—Soy la maestra de Eva, la de intercambio. La profesora Ester Miller ahora me ha dejado a cargo.
—Oh, ya veo. Mucho gusto.
Pero ella siguió observándome, parecía que iniciábamos una conversación y por la manera en qué me observaba sabía que esto iba para algo serio.
—¿Usted es el padre de Eva?
—¿Algún problema con ella? —Pregunté sin evitar cambiar de ánimo al instante.
Ella lo negó con la cabeza, siguió siendo amable en su expresión.
—No lo consideraría un problema. Verá hoy en algunas actividades, en la clase de estructura social, hablamos sobre la familia. Ella parecía un poco triste. La escuché conversar con sus compañeritas. Aseguró algunas cosas. Sé que no me incumbe, pero… Es una niña y necesita de ambos padres y parece que no pasa tiempo con ellos.
Respiré hondo antes de poder hablar.
—No todas las familias se estructuran como lo pintan en los libros. La madre biológica de Eva y el padre son personas que quizá no merezcan existir. Tenían problemas de alcohol y la abandonaron cuando ella tenía un par de meses de haber nacido. Mi hermano la adoptó cuando estaba casado, pero su esposa resultó ser toda una sorpresa también. Oportunista es la palabra, desde hace más de cinco años están en disputa legal por varios asuntos y aunque estuvo con Eva cuando era un bebé, no le interesa nada que tenga que ver con ella. Tanto mi hermano y yo nos hacemos cargo. Es por eso que a ella no le gusta hablar de su madre y es normal que sienta triste al pensar en eso. Eva poco sabe verdaderamente de lo que le he explicado. Mi hermano se la pasa ocupado, es cierto, pero como ha notado quizá, estamos al pendiente de ella todo el tiempo y somos una familia y la amamos.
Mostró gran pesar en su mirada antes de cambiar de postura, tenía los brazos cruzados.
—¡Lo siento mucho! no era mi intensión ser…
—No se preocupe. ¿Algo más que quiera preguntar?
Lo negó con la cabeza. Parecía apenada.
—No. No. Entiendo muy bien. Gracias por contarme… Así yo podría tener considera…
La interrumpí de inmediato.
—Lo que le he explicado no es para que usted sienta compasión por ella. Eva es una niña feliz y nosotros la amamos. Trátela con el mismo respeto que hasta ahora. No está bien autocompadecerla, ella es fuerte y es una niña hábil y muy capaz.
Se mostró un tanto estupefacta, pero luego sonrió con admiración.
—Desde luego que sí. Le deseo un buen día, gracias por venir. El día de mañana debe traer un disfraz, si su padre puede acompañarla sería perfecto.
—Entiendo, gracias.
Se dio media vuelta. Me aproximé hacia donde Eva jugaba. Al verme dejó la resbaladilla. De los caramelos ya sólo existía la evidencia de ello, le quedaba un manchón rojo sobre su pequeña boca y mejillas. Ya era la única jugando ahí. Me incliné para abrazarla.
—Tío… ¿Qué te dijo la señorita Liv?
—Nada que deba preocuparte. ¿Hiciste travesuras?
Ella sonrió negándolo con la cabeza.
—No. Pero escuché decir en hora de receso a otra maestra algo. Creí que te había dicho eso.
La miré un poco desconcertado.
—¿Y qué fue eso que le dijo?
Jugueteó con la cadena sobre mi pecho, luego de un breve silencio sonrió.
—Que todos los papás del resto de mis compañeros nunca vienen solo sus mamás, pero que tú eres muy especial conmigo. Piensa que eres mi papi.
Hasta entonces pude sonreír de nuevo.
—Ya veo. Tal vez no lo soy tal cual, pero te amo y para mi eres más que una sobrina bella y malcriada…
Se echó a reír en cuanto la cargué llevándola a la motocicleta.
—¿Puedo preguntarte algo? —Inquirió en cuanto le ajusté el casco que llevaba para ella.
—Claro, Eva. Dime.
—¿No te parece linda la señorita Liv?
No pude más que quedar absorto.
—¿Eva qué clase de pregunta es esa?
Le hice cosquillas antes de subirme. Ella rio a carcajadas, pero luego se volvió a mí.
—Tío, tengo casi ocho años. Sé que todos tienen novia. ¿Por qué no tienes una? Muchas de mis amigas dicen que eres lindo. Una te mandó esto.
Me asombró tanto cuando de su suéter rosa, en uno de los bolsillos al frente desdobló un papel rojizo.
Al recibirlo noté un corazón.
—¡Vaya! Es lindo. ¿Y se puede saber por qué? San Valentín fue hace unos meses.
—¡Tío no seas tonto! Creo que le pareces lindo y ya. ¿Tendrás novia?
Me sentí un poco incómodo, luego no supe que decir. Guardé la nota.
—Eva, te digo algo. ¿Te gustaría que alguien me quitara el tiempo que tengo para jugar contigo?
Lo negó con la cabeza y se puso muy seria.
—No, no quiero. Tío Loren acepté recibir esa nota porque sé que tú me quieres mucho a mí y sé que si quieres una novia debe ser una mujer de tu edad, como la señorita Liv.
Encendí la motocicleta.
—Creo que tienes razón. Eres una niña muy inteligente. Pero por ahora ni la señorita Liv está en la lista.
Sonrió.
—De acuerdo. ¿Papá vendrá a comer?
—Sí, eso espero. Vamos que seguro ya ha de estar por llegar.
Conduje a velocidad moderada alcanzando la avenida de nuestro barrio. El cual era uno de clase social media, según muchos.
Al llegar a casa, miré que Leonard ya había llegado, el vehículo oscuro que solía usar cuando iba a otros asuntos estaba estacionado. Se bajó del automóvil yendo a recibir a Eva.
Ella sonrió ampliamente yendo hacia él en una carrera. En cuanto él la cargó ella lo abrazó.
—¡Mi adorada Eva! ¿Cómo vas en la escuela?
—Muy bien papá. ¡Mira! —Dijo bajándose dirigiéndose a su mochila, me la arrebató, de ahí sacó una hoja en blanco que tenía un dibujo.
—Somos tú, el tío Loren y yo. Mis compañeras dijeron que es raro que no tenga mami. Pero a mí no me importa porque ustedes son mi papi y mi mami. El tío Loren me peina, me lleva a jugar, vemos la tele, cocina para mí y tú me llevas de paseo y me das todo. ¡Te amo!
Leonard la abrazó, sobó sus cabellos. Del vehículo sacó una caja, en ella había una muñeca.
—Así es cariño. Te amamos, y me alegra que lo sepas. Es para ti.
—¡Papá es la que vimos el otro día!
—Sí mi amor, es tuya. ¿Qué tal si vas adentro y la sacas de esa fea caja?
Ella sonrió y entre saltos y risas ingresó a la casa. Leonard se aproximó a mí, hubo un largo abrazo. Luego se fijó en mí y noté en su mirada gran melancolía.
—No te lo digo seguido. Pero te agradezco mucho lo que haces por Eva.
—Es como mi hija, Leo. La amo tanto como tú. Sabes, la maestra me dijo lo mismo.
Leo inclinó la mirada metiendo las manos en sus bolsillos y reclinó la espalda en la carrocería del vehículo.
—Sé que necesita una figura materna, pero no confío en nadie. No sé qué pasará cuando tú…
Sonreí.
—En mi vida no deseo nada diferente, Leo. Estoy bien y no busco esposa.
También sonrió.
—No te culpo, tienes placer cada vez que quieres. Supongo que esa sería una ventaja de ser soltero. Oye, ¿cuándo me dirás dónde queda la empresa donde trabajas en las noches? Ya sé que eres un hombre de la vida oscura… Y que por dinero te desvistes.
Me eché a reír.
—En realidad es como cualquier otra, ya sabes, sirvo tragos. No tienes porqué ir.
—Sabes, lo he pensado y un día me gustaría ir contigo a beber algo. Pero no quiero verte desnudo.
—No te preocupes. Sería genial…
—Sí y de paso me presentas a tu jefe.
—¿Mi jefe?
Sonrió al verme tan ceñudo.
—No te quitaré tu empleo, pero a como están las cosas me interesa. Creo que me gustaría hablar con él, te va mejor que a mí y eso que hice una maestría en el extranjero. Ahora que lo recuerdo, gracias por apoyarme con mis estudios. Se supone que soy el mayor.
—Tonterías. Nada que agradecer.
Sonrió.
—¿Cómo vas en app? ¿Hay entregas por la tarde?
—Por ahora no, pero podría hacerme cargo luego. Ya que estás aquí debes saber que tengo algo que hacer luego de las cinco. Trataré de volver a las nueve o quizá un poco antes.
Volvió a sonreír.
—Ya veo. ¿Tienes una cita? ¿Irás a desvestirte?
—Algo así. Tiene que ver con mi trabajo. Pero, si salgo antes vendré por ustedes. Nos haría bien salir a comer algo.
Asintió.
—Claro, traje unas pizzas. ¿Me ayudas?
—Por supuesto.
Ambos sacamos las cajas ingresando a la casa para comer.