Armando, alias “el papi”, afinca su mentón en las rodillas. El poderoso efecto de “la piedra” lo invita a ponerse en cuclillas junto a una decena de adictos que día y noche no hacen otra cosa que drogarse en “El Hueco”; un antiguo y desmantelado comedor de la cárcel. Los que se reúnen allí son llamados “los desechables” por el resto de los reos, y este sitio es el último peldaño al cual ni los peores delincuentes quisieran caer.
El papi está esperando que llegue Elías, un evangélico que le recuerda mucho a su padre, y que todos los miércoles entra en la cárcel para predicar el Evangelio a los presos, y éstos le tienen aprecio porque los llama “privados de libertad”, les abraza, les grita cuando es necesario, y hasta se juega la vida en los conflictos internos.
Recuerda la vez que estaba muy drogado y activó su granada porque quería inmolarse como un talibán, pero no sin antes llevarse a un grupo de enemigos con él. Era miércoles y Elías estaba predicando, pero cuando vio lo que pasaba corrió tras él y se interpuso en su camino, le abrazó como un oso y empezó a orar en el pabellón de su oreja.
Todo el penal abrió un círculo de treinta metros alrededor de ellos y miraban estupefactos esperando el estallido de la granada… La oración de Elías tuvo un silencio de fondo muy parecido a la muerte, las tres mil trescientas sesenta orejas escuchaban al predicador:
- Señor: Heme aquí con mi hermano esperando la muerte, te pido perdón por todos mis pecados y si es tu voluntad, dale la oportunidad para que él se arrepienta de los suyos. No permitas que esta alma se pierda en el abismo sin fondo. Tú eres Dios Todopoderoso y Misericordioso, si tienes un propósito para nosotros dos, te pido un Milagro para que este hombre, y todos estos privados de libertad testifiquen tu Gloria y tu inmenso amor. Si es vida, dánosla en abundancia, en nombre de Jesús, para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, más tenga vida eterna…
Al terminar la oración, Elías se separó de él. Recuerda que dejó caer los brazos y la granada se soltó de sus manos. Toda la población se tiró al suelo. Nada sucedió. Abrieron poco a poco los ojos y el explosivo aún daba vueltas en su propio eje. De pronto soltó la pequeña cabeza metálica y se abrió como una flor, las esquirlas cayeron en derredor del núcleo dejando ver su contenido, y un inmenso rumor de asombro rompió el silencio de “La Cuarta”.
Hoy es miércoles y Elías no tarda en llegar. Se montará en lo que él llama “púlpito”, y no es más que un montón de escombros que usa como altar para predicar el Evangelio a “los desechables”, y éstos, tendrán el único momento respetable en la semana. Hoy se siente como aquel día que Dios lo salvó de la muerte, hoy es un día especial: Ahí viene Elías…