La primera transformación

1679 Words
Los chuzos giran como hélices en las manos del Papi, quien detiene uno de ellos apretándolo por la cuchilla y dejando el mango en dirección de Catire. Éste se encuentra decidiendo entre vaciarle encima la metralla o demostrar que no hay terreno ni situación donde puedan vencerle. ¡Coliseeeooo! –Grita el Pran aprovechando la situación-, y con esa palabra, una algarabía comienza en las filas de los reos, que lanzan sus propias "chancletas" a los peleadores. Elías toma a Martín por el brazo y lo lleva consigo. La luz de las bombillas que los presos ponen alrededor de la cancha proyecta sombras mortecinas sobre el pavimento, mientras Catire y el Papi toman unas chancletas y se las colocan en la mano izquierda a manera de guantes. Elías ve con tristeza que la mayoría se ha olvidado de Dios, y sus miradas sedientas de sangre brillan con el reflejo de los cuchillos. No les importa si el Señor desciende y resucita a los muertos –se lamenta Elías-, les parece mejor fabricar c*******s. Estas cosas que asquean a Elías, las cuales se ha cansado de ver, para Martín son nuevas y alucinantes: Catire aceptó el chuzo y los peleadores ejecutan una danza mortal que parece blindar los puntos vitales de cada peleador. Y en este armonioso vaivén, la diferencia entre la complexión física de los cuerpos se desvanece. Catire es un enorme animal lleno de músculos, pero ejecutando su defensa parece que sus tendones se hubieran suavizado para obtener la elasticidad que se necesita al esquivar puñaladas. En cambio, la fisonomía del Papi ha mutado en una compleja red de fibras que se estiran y recogen como en los felinos; sus músculos delgados forman trenzas que se dibujan bajo el sudor de la piel, y mientras Catire danza como el mar, el Papi quiebra sus movimientos de tal forma que desaparece en un sitio y aparece en otro. El Papi pone fin a los movimientos de estudio dando un golpe al piso con el pie derecho, la defensa de Catire se arma para esperar el ataque por ese flanco, sin advertir que se trataba de un engaño, ya que el Papi usa el pie como una catapulta para proyectarse sobre el flanco izquierdo, y pasando como una jabalina por el costado del hombre, desliza el chuzo sobre sus costillas con la pericia de un carnicero. La piel se separa sobre las dos caras de la navaja y puede verse el tejido graso y blanquecino bajo la membrana, el cual va tiñéndose de sangre hasta borbotear en la herida de treinta centímetros. Catire lleva la mano a su herida y ladea el torso en expresión de dolor. En el rostro del Papi se dibuja una sonrisa de satisfacción y retoma la guardia. Martín se sorprende de ver que Catire baja ambos brazos y en lugar de atacar aprieta con fuerza los músculos de la espalda y el pecho, acción que tensiona los abdominales oblicuos y la presión cierra la herida sangrante, dejándola como un fino rasguño en el costillar. El combate a cuchillo beneficia más al Papi que a Catire. El primero, delgado y escurridizo, se sirve de movimientos rápidos para atacar, y el segundo espera que su largo alcance y complexión le sirvan para prenderle y terminar la contienda en un solo movimiento. El Papi inicia otra ofensiva, pero es diferente a la primera. Se trata de amagar por la derecha y por la izquierda dos o tres veces, haciendo falsas tentativas de asalto que tensionan la defensa de Catire, éste no sabe por dónde entrará su contrincante, así que debe armarse ante cada amago. De vez en cuando, el felino lanza una cuchillada que es bloqueada y desviada por la "chancleta" de Catire, pero salta a la vista que se trata de una estrategia para cansarle y atacar cuando la resistencia del corpulento enemigo esté debilitada. Los ojos verdes de Catire siguen solamente el cuchillo de su adversario; sabe que el resto de éste le resulta inofensivo. Su estrategia es más lenta pero igual de peligrosa, en algún momento el lince cometerá un error, y toda su agilidad se verá envuelta en las garras del oso, quien no desperdiciará la oportunidad para destrozarle. Catire lanza su pica directo al pecho del Papi, quien se sienta en el suelo y hunde el chuzo en el muslo del Oso provocándole un inmenso dolor, y es tan insoportable que no logra detener el grito en consecuencia. El Papi levanta dos veces sus hombros y en lugar de retirarse como antes, la sed de sangre le invita a repetir el ataque, entonces saca su puñal de la pierna y lo hunde en el segundo muslo del quejumbroso asesino, el cual cae sobre sus rodillas. Aún en esta posición, Catire y el Papi son casi del mismo tamaño. El felino tiene al oso donde lo quiere; inmovilizado e indefenso, y un gesto de victoria le ilumina el rostro. - ¿Qué pasó: ya no eres el más maluco? - Ven y te echo un cuentico… -Responde Catire con ironía. Este era el momento de retirarse triunfante, había ganado "la cancha" que le pidió a Catire por las vidas de los varones, y si él era un instrumento de Dios en este asunto, no debía tomar la vida del Oso por cuanto éste ya no representaba un peligro. No todos los Coliseos que se llevan a cabo en la cárcel son a muerte, basta con que uno de los dos esté tan herido que no pueda seguir peleando, entonces el ganador le pone el pie en el pecho, o lo escupe, o le echa tierra en la boca… convirtiéndolo así en un sirviente para siempre. Pero la sonrisa socarrona de Catire y su aire de superioridad le molestan en gran medida, además Catire no sigue las reglas de la cárcel y si no lo mata puede que sea un enemigo muy peligroso que le robe la poca paz que puede tener un hombre en prisión. Y esa frase: "ven y te echo un cuentico" le revienta, le insulta y le provoca una suerte de piquiña en los dedos. "Perdónale la vida" escucha en su interior, pero es tanta la algarabía de los presos que no distingue la procedencia de esa voz… "Perdónalo" vuelve a escuchar; y gracias a Elías sabe que el Espíritu Santo le habla a las personas cuando le dejan entrar en sus corazones. Y eso era lo que había hecho hace algunas horas, cuando "manchó la rutina" y se puso a limpiar y a alabar a Dios con los evangélicos. Ahora escuchaba por primera vez una voz que con toda autoridad le ordenaba perdonar a su enemigo. Grandes cosas sucedían en el alma cicatrizada del Papi, y de alguna manera todos podían entender por qué se detenía, cuando lo que se esperaba de él era un desenlace mortal. Las dudas del felino indicaban que un cambio estaba operando en su espíritu, ya no era "Pedro Navaja", azote de barrio y el último rostro que vieran sus enemigos. Pero tampoco era un evangélico entregado a la piedad y a cargar su propia cruz, pues se sabía un depredador, y los depredadores se convierten en la víctima más codiciada cuando se hacen inofensivos. "Perdónalo como yo te perdoné" logra escuchar dentro de su corazón, más cuando está a punto de soltar el chuzo, el enemigo, que trabaja en forma contraria a la salvación, ejecuta su jugada. - ¿Sabes qué Papi?... No se me olvida nunca como chillaba tu mami… El hombre que ya se había calmado, el cual estaba a punto de abandonar la pelea, tensiona su cuerpo y aprieta el mango del chuzo con fuerza. La sonrisa malévola de Catire se parece a todas las sonrisas de los hombres que se acostaban en la hamaca de su madre, mientras los hijos la veían "trabajar" por un tabaco de m*******a y una harina de maíz para matar el hambre que le sobrevenía cuando estaba drogada. Se acuerda que a veces los "marranos" se quedaban a fumar con su mamá después de consumar el acto s****l, y ella se levantaba desnuda a amasar la harina mientras el puerco se paseaba frente a sus hermanas diciendo: "Cuando crezcan tendré un harén" y su mamá escuchaba todo esto con la parsimonia de quien ha perdido el interés por el futuro. Pero el hambre era tan grande, tan insoportable, que solo le interesaba aquella arepa que preparaba su mamá cuando estaba drogada. Esa arepa venía a ser la única atención que dispensaba a sus hijos, cada vez que venía un marrano con un tabaco y una harina de maíz. No importa que la arepa no tuviera relleno, todo es sabroso con hambre, además se encontraba preparado para cuando tal cosa sucedía; con frecuencia recolectaba ají picante de una planta que estaba en el patio y rellenaba con éste su trozo de arepa… De esta manera el picor y el ardor fueron su infancia. - ¡Varón! Así te dice Jehová –grita Elías-: "Mía es la venganza y la retribución". El Papi estaba resuelto a degollar al oso cuando escuchó esa voz, y era la misma voz que entraba todos los miércoles al área de "Los Desechables", anunciando que el Señor vendría a La Cuarta y les daría Salvación. Es un llamado con autoridad moral, que no se quebranta ni duda cuando habla de Dios, que manifiesta resolución y en su tono no cabe la hipocresía. El Diablo hiso su jugada y Dios la suya, el Enemigo tentó su mente pero el Señor le habló en su corazón, y luego usó al profeta para hablarle a sus oídos. Las cucarachas "morrocoyas" tienen su coraza porque es la única salida que tienen para sobrevivir a su entorno. La vida había sido mala con él, pero si Dios se tomaba el tiempo de hablarle, había que prestarle atención, porque Dios no le habla a cualquiera… - Dale las gracias a Dios… Por mí, te saco el tripero… ¡marrano! – dice el papi mientras se retira.
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