Trato
La decisión de mi padre de usarme como moneda de cambio era algo que jamás habría creído posible. Sí, era corrupto, corrupto en todo el sentido de la palabra, pero no pensé que llegara tan lejos.
—Tienes que salir con él.
—¿Por qué?
—Solo hazlo, Eliza. Es un asunto de negocios. No lo entenderías.
Me quedé paralizada. La cocina estaba iluminada por la luz del mediodía y olía a café recién hecho. Esperaba una charla sobre la universidad, sobre el futuro que yo misma había imaginado, y en cambio, me lanzó esa orden como si yo no fuera más que un peón en un tablero que ni siquiera conocía. Quise huir tan lejos como fuera posible, desaparecer y dejar que todo se resolviera sin mí, pero sabía que no podía.
Subí a mi habitación con pasos lentos, cerré la ventana. Afuera, los pájaros cantaban como si nada hubiera pasado, indiferentes a mi tormenta interior. Pero dentro de mi cabeza, el ruido era insoportable, cada pensamiento golpeaba con la fuerza de un tambor. Me senté en la cama, intentando ordenar mis ideas, mientras mis ojos se posaban en los carteles de mis bandas favoritas, los zapatos dispersos sobre el parqué y la pequeña maleta que siempre guardaba debajo de la cama para huir cuando todo se volvía insoportable.
Mi padre nunca había sido realmente un ejemplo. Su presencia era una sombra distante entre cenas de gala y reuniones secretas, y aunque nos dio todo lo material que podría desear, nunca me ofreció nada de lo que importa: seguridad, cariño, libertad. Cada instrucción suya, cada orden que ahora sentía como una cadena invisible, me recordaba que nunca había sido dueña de mi vida.
Mi mente empezó a divagar hacia recuerdos que solían excitarme y asustarme al mismo tiempo. Desde que recuerdo, había buscado el placer y explorado los límites de mi cuerpo. Experiencias intensas, dolor y éxtasis mezclados, hombres que me enseñaron que la entrega voluntaria podía ser más poderosa que cualquier obstáculo. Esa curiosidad secreta, guardada para mí misma, se encendió ahora con la idea de tener que enfrentar a este hombre que no conocía y que mi padre había elegido.
La anticipación y la ansiedad se mezclaban en un cóctel que me hacía temblar. Sabía que mi curiosidad, combinada con una necesidad de probar mis propios límites, me llevaría al borde. Y aunque no entendía del todo qué esperaba de este encuentro, un deseo extraño comenzó a crecer en mí: la idea de ser explorada, guiada, incluso dominada.
Mi corazón latía más rápido solo de imaginarlo. Sabía que cada paso hacia ese encuentro no sería solo un deber, sino un viaje hacia un terreno que siempre había deseado explorar, aunque no me atreviera a admitirlo en voz alta. Y mientras contemplaba el techo de mi recamara, entendí algo: no había escapatoria del deseo que ya había despertado dentro de mí.
Cualquiera hubiera pedido la intervención de su madre o de cualquiera. Mi caso es diferente. Mi mamá murió hace un par de años atrás gracias a su afición al alcohol; por otro lado, mi hermano mayor hizo todo lo que pudo para alejarse de la familia. No sé en dónde está ni qué hace, pero presiento que está mucho mejor que yo.
Volví a pensar en la maleta pequeña que tenía debajo de la cama. La usaba cuando quería escaparme por unos días. Dejaría a mi padre solucionar su problemita y yo estaría a unos cuantos kilómetros de allí... Hasta que me encontrasen, hasta que me volvieran a arrastrar a este pantano.
Así que deseché la idea. No tiene sentido huir cuando sabes que el pasado te alcanzará de alguna manera u otra.
…
Después de esa noticia, mi padre me dio una advertencia clara, como si temiera que su hija se saliera de control:
—Erik es un hombre de poder. Debes tener cuidado y procurar no exacerbar tus instintos rebeldes. A él no le gusta eso.
Permanecí callada, mirando al vacío. Tal vez todo esto era un sueño, uno muy malo, pensé. Pero esa ilusión se rompió de inmediato al darme cuenta de que no había nada irreal en lo que me decía. Era tangible, pesado y absoluto. Mi padre continuó como si yo hubiera aceptado la “misión” alegremente, pero por dentro sentía un nudo de resistencia.
—Tienes que hacerlo bien —advirtió—. De lo contrario nos podría ir mal.
Honestamente, me daba igual perder todo. Ese imperio que mi padre había construido con mentiras, chantajes y conexiones dudosas era un castillo de naipes. Sabía que en cualquier momento se desplomaría.
Me levanté de la mesa y fui a mi habitación. Encendí un cigarro, uno de mis mentolados favoritos, y abrí la laptop. Esperé unos minutos, sintiendo que cada inhalación calmaba la ansiedad y aceleraba mi curiosidad. Ya había terminado el segundo cigarro sin siquiera darme cuenta.
Con cierto temblor en los dedos, escribí el nombre de Erik Reed en el buscador. Lo que apareció me dejó sin aliento. Una serie de imágenes de él en todas las formas posibles: acompañado por modelos y actrices de Hollywood, elegante y galante; solo, haciendo gestos calculados para la cámara; en fiestas exclusivas y reuniones de alto poder político.
Cada fotografía aumentaba la tensión en mi pecho. Erik no era solo un hombre importante; era un enigma con poder y peligro, un soltero codiciado según los tabloides, pero vinculado en la prensa de economía con negocios menos lícitos, susurros de redes que no se discutían en voz alta.
Una punzada de ira y frustración me hizo encender un tercer cigarro. Maldita sea, pensé. Mi cuerpo reaccionaba casi de forma automática ante la tensión, y no era solo nervios. La mezcla de miedo y anticipación despertaba algo oscuro y excitante dentro de mí, algo que no había sentido antes con claridad.
Seguí investigando y volviendo sobre las imágenes que más me impactaron. Alto, moreno, cabello corto casi rapado, ojos verdes penetrantes que parecían leerte el alma. Su estilo impecable, la seguridad absoluta en cada gesto. Una de las fotos parecía tomada a pocos metros de él, y no pude evitar imaginarme frente a frente con esos ojos que prometían control y autoridad.
Me pregunté si él sabía de este encuentro, si había hecho lo mismo conmigo. Si había investigado mi vida, mis fotos, mis recuerdos. Si sabía que mi madre había muerto y que mi hermano se había ido lejos. Si ya me había colocado mentalmente en su tablero, analizando hasta dónde podría dominarme, hasta dónde podría explorar mis límites.
Si no lo había hecho, aún podía correr con la suerte y liberarme de esta obligación. Pero algo en mi interior me decía que no sería tan simple. Había algo en Erik, en su mirada fija y en cada detalle de su presencia que prometía que el juego apenas comenzaba, y que yo no estaría lista para escapar ni un solo segundo.
Y mientras miraba la pantalla, la anticipación creció hasta convertirse en un fuego en mi interior: miedo mezclado con deseo, curiosidad mezclada con sumisión latente. Por primera vez comprendí que lo que estaba por venir no sería solo un encuentro de negocios. Sería un juego de poder, control y placer, y yo… estaba lista para dejarme llevar.