Llegamos a casa, Enrique nos dejó en la puerta de la mía despidiéndose de Natalia y después de mi con un abrazo y un beso en la mejilla, debo reconocer que Enrique a pesar de que nos conocemos desde niños y jugábamos juntos no lo veía con otros ojos más que un hermano mayor y ahora me siento mal intranquila que no se cómo expresar lo que siento, ha cambiado mucho, se ve más atractivo, más maduro, hay algo en el que me gusta, Pero que digo estoy de luto y no debo de pensar en otras cosas aún amo a mi Flavio, no debo traicionar su memoria.
Entro a casa y Nora me da una taza de chocolate, nos ponemos a platicar, Natalia ya le había adelantado a dónde habíamos ido.
—No es que me meta en sus cosas Laura, y se que amo y ama a su difunto esposo, pero es joven y bonita tiene que rehacer su vida, al señor Flavio no le gustaría que usted esté sola —me habla mirándome a los ojos y yo agacho la mirada sintiendo una lágrima salir de mis ojos —llore está en su derecho, desde que falleció el señor Flavio no la he visto derramar ina lágrima que haga sacar su dolor, se ha dedicado a mudarnos, resolver el problema de la textilera y su nuevo negocio, pero no ha tenido tiempo para usted —se que tiene razón Nora con lo que me dice, me llevo la taza a mi boca sorbiendo un trago de chocolate.
—No puedo, siento que si lo hago me voy a derrumbar y mi hija me necesita fuerte, necesita a su mamá —le digo con las lágrimas mojando mis mejillas —amare siempre a mi Flavio, no habrá nadie que ocupe su lugar, ese solo será para él —le digo y ella niega con la cabeza.
—No diga eso, ¿somos amigas verdad? —me pregunta y asiento —bien como amiga le digo, quítate esa careta de fuerte y una noche o un día entero rinde homenaje al señor Flavio, lloré, grité, amelo con todo su corazón, hablé con él y dígale cuanto lo ama y dele las gracias por amarla hasta su último suspiro, hágalo Laura por mi niña Natalia no se preocupe yo estoy aquí para cuidarla y a usted también —dice dándome un abrazo, ese abrazo de amigas que necesitaba, lloré en su hombro.
—tienes razón Nora, no me he dado el tiempo para hacer estás cosas, aunque siento que si lo hago lo voy a dejar ir y es lo que no quiero, quiero que el siga con nosotras cuidándome, cuidando de su hija, no quiero olvidarlo, no puedo —le digo levantándome y yendo hacia donde está la urna con las cenizas de mi Flavio —amor como hago, si tú eres mi todo —le hablo a la urna y Nora pone sus manos en mi hombro.
—No va a olvidarlo, al contrario Natalia es el vivo retrato del señor Flavio, en ella está su recuerdo, y ella es lo más valioso y el mejor regalo que le dejó, y además que él vive y vivirá aquí dentro de su corazón —me dice y me aferró más a la urna, la pongo en su lugar y me abrazo más a Nora llorando y sacando todo el dolor que traigo retenido desde la enfermedad de mi esposo.
—Vamos a descansar —le digo separándome de ese abrazo y camino a mi habitación secando las lágrimas que siguen saliendo de mis ojos.
—Yo limpio aquí y subo —me dice y se va a la cocina.
—Paso a la habitación de Natalia, ya está dormida, la arropó bien y le dejo un beso en la frente dándole las buenas noches.
—Buenas noches mami —me contesta entre dormida y sonriendo, le doy un abrazo y la vuelvo a acostar, saliendo de su habitación.
Pongo la bañera llena con mis esencias favoritas y sales, entro en ella y me quedo recordando todo lo que fue mi vida desde niña, la perdida de mi madre, a mi papá no lo conocí, no sé si aún vive o quién es, solo se que fue un amor fugaz de mi madre pero buen hombre, según mi abuela, llegó al pueblo y vivió por algunos años, conoció a mamá y se enamoraron, se fue con la promesa de regresar para casarse y sin saber que iba a ser papá, mamá lo espero y el ya no regresó, mi madre falleció con la esperanza de qué él volviera, pero no lo hizo hasta la fecha lo único que se de él es su nombre Ramon Fuentes mamá quiso ponerme su apellido, la muerte de mi madre dejo en mi un vacío, era una niña de cinco años y mi abuela se hizo cargo de mi hasta los diecinueve que también falleció dejando en mí un dolor y una soledad, ya había terminado la preparatoria y tenía una beca para estudiar en la capital,
La señora Soledad me animo a que me fuera, eso me iba a hacer sentir mejor y cuidaría la casa donde había crecido, no quería irme y dejar mis recuerdos aquí, entre ella y su hija me convencieron a irme, llegué a la capital a la residencia de la universidad donde viví unos meses, que a decir verdad solo la usaba para dormir, inmediatamente conseguí un trabajo de medio tiempo en una galería que me daba para vivir y pagar mis gastos de la universidad, tenía lo que me había dejado mi madre y mi abuela, compré un pequeño departamento y lo que sobre lo guarde para poner mi propio negocio que era mi sueño, hasta que conocí a Flavio una tarde que no fui a trabajar estaba en una banca de la universidad leyendo un libro, él se acercó y me saludó dejando ver esos ojos hermosos café que me hipnotizaron.