Me case enamorada de mi primer novio a los veinte años y el veintidós fue mi primer hombre y mi primer y único amor. vivimos felices por ocho años de matrimonio del cuál nació el fruto de nuestro amor mi hermosa niña Natalia, juntos trabajamos para darle a nuestra hija una vida en la si algún día llegáramos a faltar a ella no le haría falta nada.
No somos millonarios, solo nos defendíamos en medio de la sociedad con una pequeña empresa de textiles, Flavio un hombre que le gustaba los negocios, invertimos todos nuestros ahorros en esa empresa que sería el legado para nuestros hijos, si porque además de Natalia estábamos pensando en tener otro más, pero nos quedamos en el intento.
Un día todo cambio, un dolor intenso en el abdomen lo llevó a parar a una sala de urgencias del hospital, lo cual era el origen de un cáncer de colón, fue operado de emergencias y pasar por una serie de tratamientos como las quimioterapias y radioterapias que día a día fue consumiendolo, dos largos años luchando contra la muerte hasta ese día en que perdió la lucha contra esa horrible enfermedad.
Durante el tiempo que estuvo enfermo, me dedique a cuidarlo las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, trescientos sesenta y cinco días del año, tiempo que no tenía para hacerme cargo de la empresa por lo que cedimos poder al cargo de la administración de su hermano mayor que en ese entonces era el encargado de llevar el timón y no dejar que perdierámos lo único que teníamos, ya habíamos vendido alguna propiedades para cubrir los gastos de su enfermedad, su hermano se encargaba de todo, nosotros solo firmabamos los acuerdos de negociaciones o decisiones que se tomaban en la empresa, no teníamos cabeza para nada, más en centrarnos en que mi adorado Flavio se recuperará y tuviera una vida sana y viera crecer a su princesa como él le llamaba.
Todo fue rápido, los dolores eran fuertes, Flavio vivía sedado con grandes cantidades de morfina, estaba internado en el hospital conectado al oxígeno y suministrado de medicamentos.
—Mi reina, mi gran amor, te amo demasiado, gracias por darme lo más valioso de mi vida, gracias por estar a mi lado siempre —me habla con palabras entrecortadas y cansadas.
—No hables cariño, no te canses, estaré a tu lado siempre hasta volvernos viejitos y ver correr a nuestro nietos por toda la casa —le digo dándole un beso en la mejilla y tomando su mano —pronto estarás en casa, nuestra hija te espera —le sonrió y el también se le dibuja una sonrisa en sus labios.
—Traela, mi reina, trae a mi princesa, quiero verla, darle un beso de papi y quiero un beso de mi princesa —me dice y una lágrima se escapa de sus ojos, la cual limpio con mis manos dándole una caricia en su rostro pálido.
—Esta bien, le pediré a su Nana que la traiga para que puedas verla —le digo y tomo mi teléfono para hablarle a Nora y le pido que traiga a mi hija para que su papá la vea.
Seguimos platicando de nuestra hija, lo mucho que ha crecido con sus ocho años y como ama a su papá.
—¡Ahí está mi princesa!, —dice Flavio cuando escucha el toque de la puerta —¡papi! —dice corriendo mi Natalia hacia su papá.
—Con cuidado cariño, papá está delicado —le digo y ella se acerca dándole un beso —¿como te fue en la escuela mi amor? —le pregunto y su papá sonríe.
—Papi, mami me felicitaron por mis dibujos, la maestra dice que seré una gran diseñadora o arquitecta, pero yo quiero ser pintora como tú mamá —dice mi niña muy orgullosa —pero voy a estudiar mucho para hacerme cargo de la empresa de papá voy a diseñar grandes vestidos y muchos trajes para mí papi —habla con emoción de lo que quiere hacer de grande y su padre orgulloso a pesar de su dolor sonríe.
—Quiero un abrazo de mi princesa, porque cuando sea grande y famosa pintora o diseñadora de modas no me va a querer ni un poquito —le dice mi adorado esposo haciendo un puchero y Natalia lo abraza dándole muchos besos —Nunca dejes de sonreír princesa, cumple tus sueños, no dejes sola a mamá y prométeme que serás una niña que le hará caso a mamá, estén juntas las dos siempre, porque tú y mamá son mi todo —miro a mi esposo que habla con dificultad, sus lágrimas bajan mojando sus mejillas, besa a su hija y ella se aferra al cuerpo de su padre, la abrazo y le pido a Sofía que se la lleve, ella se despide de su papá con un largo beso en la mejilla que él disfruta cerrando sus ojos, después de que salió de la habitación Flavio me pidió mi mano.
—Nunca permitas que la dañen, protegela con tu vida, mi reina no me queda mucho tiempo —trato de callarlo pero me detiene poniendo su dedo en mis labios —se fuerte y valiente, se feliz vuelve a enamorarte, no te quedes sola mi reina te amo y te amare siempre no lo olvides, perdón por no cumplir nuestra promesa, perdón por dejarte sola al cuidado de nuestra hija, prométeme que serás feliz con nuestra hija y buscarás tu felicidad en un buen hombre, quiero irme tranquilo sabiendo que no vas a estar sola, prométeme amor mío, mi amor de juventud mi alocada niña de primavera —solo niego con la cabeza por lo que me dice y lo veo a los ojos que me piden que le responda.
—Vas a estar bien, no puedes dejarme cariño, juntos por siempre¿lo recuerdas? —le respondo y el niega entre dientes y con un hilo de voz vuelve a decirme.
Siento que el corazón se me parte en mil pedazos, mis manos tiemblan y las lágrimas me nublan la vista. Me acerco más a él, apoyo mi frente en la suya y le susurro entre sollozos.
—No digas eso, por favor… no me dejes, Flavio… no me dejes…
—Te amo… —Musita, cerrando los ojos, como si quisiera guardar en su memoria ese último instante de nosotros juntos—. Te amaré… más allá de la vida…
—pro.me.te.lo —no puedo, solo asiento e igual tomando su mano con mis dos manos le acaricio —te prometo que cuídaré de ella y seremos felices, nada le faltará no importa el sacrificio que haga —le digo siento que su cuerpo se relaja.
Lo beso con el alma rota, con todo el amor que tengo dentro. Él apenas puede responderme, su fuerza se va desvaneciendo, y su mano se afloja en la mía. Un pitido suave y constante, me arranca el alma.
—¡No! ¡No, por favor, Flavio! ¡Flavio, no! —gritó desesperada, sacudiéndolo suavemente, como si pudiera devolverle el aliento con mis ruegos.
Los médicos entran corriendo, intentan todo, pero ya no hay nada que hacer. El monitor se queda en ese sonido eterno, frío y despiadado.
Me desplomo sobre su pecho, como si el mundo se quebrara bajo mis pies. Natalia llora desde el pasillo, aferrada a Sofía, y yo solo puedo pensar en su última promesa, en sus últimas palabras. En su amor que aún me envuelve, aunque su cuerpo ya no esté.
Afuera el sol brilla, como si no supiera que mi mundo se ha apagado.