Prólogo — Lo que la sangre revela
“Tennessee Whiskey” en la versión rasgada de Chris Stapleton llenaba la sala. La guitarra lenta y el órgano suave palpitaban en los altavoces, envolviendo el ambiente con una calidez casi etílica, como si cada nota destilara bourbon añejo.
Mason se dejó caer en el sofá, los ojos entornados, mientras la voz grave acariciaba el aire y los violines de fondo ascendían, tensos, hasta rozar el techo.
Entonces apareció la figura que hacía que todo aquel blues cobrara sentido, Alexandria, emergiendo de la penumbra con el ritmo lánguido de la canción susurrándole al deseo.
Se despojó del abrigo de lana, y la prenda resbaló por sus hombros.
Su vestido n***o mínimo, abrazaba un cuerpo de líneas imposibles; la piel blanquísima, casi luminosa parecía cincelada en mármol nocturno.
Cabello rubio ceniza cayendo como velo de tinta, ojos azul hielo que hipnotizaban, labios de un carmesí que prometía el fin del mundo.
Ella se sentó a horcajadas sobre él, deslizándole las manos por la clavícula, por un instante, Mason sintió que su cuerpo entero era un altar y Alexandria, la diosa oscura que venía a reclamarlo.
Mason cerró los ojos, embriagado por el momento.
No vio cómo la pupila de ella se ensanchaba hasta devorar el iris ni el instante en que un fulgor plateado, apenas contenido, centelleó en la comisura de unos colmillos ávidos.
Al otro lado en la habitación Kyra empujó a Jacob sobre la cama de invitados.
Su aliento olía a ginebra y mentol.
Kyra lo empujó contra la cama y, sin darle respiro, empezó a besarle el cuello.
—Mmm… ¿ves? Sabía que lo querías —susurró ella, arañándole el torso allí donde la camisa se abría.
Jacob endureció la mandíbula. Su cuerpo reaccionó, pero su mente no.
—Kyra… espera un segundo —dijo Jacob, inclinando ligeramente el rostro, con la respiración entrecortada, no de deseo, sino de una incomodidad que le arañaba la nuca.
Ella se detuvo apenas un segundo, no por obediencia, sino por curiosidad, sus labios iban rozando su piel todavía húmeda por el sudor del bar.
—¿Para qué esperar? —sus dedos bajaron directos a su cinturón—. No viniste aquí a hablar, ¿cierto?
El sonido de la hebilla sacudiéndose le golpeó el pecho.
Jacob la tomó de las muñecas, firme.
—Para. En serio —su voz tembló apenas, como si la culpa le empujara desde dentro. La piel de Kyra, tan caliente y cercana, solo le recordaba lo fría que se había vuelto su relación con Miranda.
Kyra lo miró, incrédula.
—¿Qué te pasa? —le rozó el pecho con el cuerpo, presionándolo aún más—. Estabas muy dispuesto hace un momento.
Él tragó saliva.
La voz de Miranda repicó en su cabeza como un martillo.
¿De veras vas a probar que no soy la única infiel en nuestra relación?
Jacob apartó la mirada, tenso.
—Esto… no se siente bien —admitió—. Es demasiado rápido.
Kyra entrecerró los ojos.
—Oh, por favor, no seas aburrido ahora —dijo Kyra, rodando los ojos mientras se apartaba apenas un paso, sus manos aún descansaban en su cintura como si esperara que él regresara por voluntad propia.
—Necesito aire —dijo él, retrocediendo—. Solo eso. —Su voz salió baja, tensa; una mano se llevó al pecho como si necesitara despegar de allí el peso de la culpa.
Ella chasqueó la lengua y cruzó los brazos, clavándole una mirada afilada.
—Claro. Vete. Haz lo que quieras —añadió, girando el rostro con un gesto teatral, aunque la molestia le tensaba los labios.
Pero Jacob ya se escabullía hacia la puerta, con el pulso inquieto y un mal presentimiento creciendo en el fondo del estómago.
Jacob avanzó sin encender luces; la penumbra le ofrecía un anonimato frágil.
Al fondo, la nevera lucía un brillo metálico, un faro tenue en mitad de la oscuridad.
Pero su codo golpeó un jarrón de cristal tallado, en el intento de atraparlo se rompió y un pedazo le mordió la palma izquierda, y de inmediato la sangre brotó en un hilo caliente.
—Demonios… —murmuró, apretando la herida.
Desde el sofá llegó un suspiro húmedo, seguido de un chasquido viscoso que heló el aire.
Cuando Jacob alzó la vista y distinguió, en el penacho azabache de la penumbra, una silueta arrodillada sobre Mason.
La falda negra subía como sombra líquida; el cuello del hombre pendía ladeado, abierto por una hendidura que chispeaba rojo oscuro.
La mujer alzó el rostro y el mundo se fracturó para Jacob.
Labios manchados de carmín y sangre fresca; venas azuladas surcando las sienes; ojos donde el azul se oscurecía, devorado por un abismo n***o.
Entre los labios emergían colmillos largos como agujas de marfil.
—¿Alexandria? —exhaló, sin saber si ese era realmente el nombre de aquella cosa.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, haciéndole temblar las rodillas.
Quiso dar un paso atrás, pero sus piernas no respondieron, una parálisis helada lo aferraba al suelo, como si la mirada de aquella criatura hubiera arrancado su voluntad desde las raíces.
Ella no contestó.
Aspiró, y su pecho se arqueó con el aroma de la sangre que manaba de la mano herida de Jacob.
El resonar de su pulso retumbaba en las paredes, un tambor ancestral que desataba algo primitivo en ella.
Alexandria solo sonrió.