1. Un mal día
Capítulo uno
Un mal día
¿Qué puede ser peor? ¿Despertarme tarde por culpa del estúpido despertador para ir a trabajar, o que el chofer de un coche maneje como “Rápido y furioso” y me salpique de lodo mientras voy corriendo para que mi jefe no me despida? Pues eso mismo me pregunto yo. Voy tarde, mi ropa está hecha un asco y para rematar, la cafetería donde le compro a diario el café a mi jefe hoy decidió no abrir. De esta me despiden y juro que me vetarán para que no trabaje en otra empresa de por vida. Creo que mi día no puede empeorar, pues hoy no me puede pasar nada peor.
Llego a la recepción de Weyler’s Industries y saludo a Hannah, la recepcionista; quien es mi única amiga dentro y fuera de la empresa.
— Hola, Hannah; adiós, Hannah —le digo apurada.
Subo el ascensor rezando por que el jefe hoy también se haya retrasado como en uno de esos días en que decide darle mimos a su "encantadora mujer". Se nota el sarcasmo, ¿no?
Y como si mis dioses no me escucharan, lo primero que observo cuando se abren las puertas del ascensor, es a mi jefe rodeado de otros señores, a quienes reconozco como algunos de sus socios, delante de mi escritorio. El sonido del ascensor capta su atención y todos se giran a la misma vez. Luego, me escrutan con la mirada y siento mis mejillas sonrojarse; no me gusta ser el centro de atención.
— Vanessa, ¡pero qué diablos te sucedió! —me pregunta Peter Wells, uno de los socios de mi jefe con el que tengo un poco de confianza.
— Nada, señor Wells; una mala mañana —le respondo.
— Pero niña, estas hecha un asco, un cerdo tendría mejor aspecto que tú —y ahí estaba la víbo... mujer de mi jefe.
— Perdón, señora Weyler. Es que un coche pasó y me dejó en este estado, pero no se preocupe, en un segundo lo arreglo —le respondo con la educación que mi madre me enseñó, ignorando su comentario.
— Señorita Anderson, vaya a recomponer su estado y vuelva enseguida a su puesto de trabajo y cuando vuelva, la quiero en mi oficina —me dice tan fresco como una lechuga mi jefe, sin darse cuenta del estrago que eso crea en mí.
— Sí, señor —es lo único que digo antes de retirarme al baño a intentar arreglar mi aspecto.
Al llegar al baño me encuentro con Hannah.
— Hola otra vez, Hannah —le digo nada más la veo.
— Hola, Vane. ¿Qué fue lo que te paso? Estás... —y ahí se queda por unos segundos, que parecen horas, observándome como si fuera bicho raro.
— Anoche me acosté de madrugada, esperando a que Tony llegara a la casa. Se me olvidó poner la alarma y me desperté súper tarde. Y antes de que me preguntes, estaba trabajando y no de juerga —le digo cuando la veo poner su cara reprobatoria, no se llevan para nada bien y no sé por qué.
Hannah es prácticamente mi única amiga y él es el hombre con el que voy a pasar el resto de mi vida. Me gustaría que al menos se trataran, se llevaran bien, pero bueno, no puedes tener todo en esta vida. Ella siempre me ha dicho que Tony es un bueno para nada y eso no es cierto; es verdad que ha estado muchas veces sin trabajo, pero él se esfuerza por buscar. De hecho, ya encontró uno, lleva un mes y medio trabajando en un Bar Snack´s, el cual no recuerdo su nombre.
» Además, cuando iba llegando a la empresa, un imbécil al cual le regalaron el carnet de conducir, pasó como un relámpago y me llenó de lodo —le sigo contando.
— Joder, mujer; qué mañanita. Y de seguro te encontraste con la bellísima mujer de tu jefe cuando llegaste y tu día mejoró un montón —me dice ella, con su usual sarcasmo escondiendo su sonrisa detrás de su mano.
— Sí, me dio una calurosa bienvenida —imito su tono.
— Te intenté avisar, pero pasaste por delante de mi escritorio como si tuvieras un cohete en el trasero —me dice burlándose una vez más de mí. ¿Es que no se cansa? —Bueno, dejemos la charla e intentemos arreglar este desastre para que no te despidan hoy, aunque ambas sabemos que eso no va a pasar; eres la consentida del jefe —me dice y yo solo ruedo los ojos.
Entonces, nos ponemos mano a la obra. Con algunas toallitas desechables y agua intentamos remediar el desastre, pero después de unos minutos, nos damos cuenta que es imposible.
— Vane, es imposible arreglar esto. Creo que esta ropa no servirá para más nada. Aunque ahora que lo pienso bien, creo que tengo algunas mudas de ropa guardadas en una bolsa en mi escritorio, de una vez que me quedé en casa de Timi y la dejé ahí para alguna escapadita —agrega pícaramente. Timi es el follamigo de Hannah, es el jefe de personal; es muy educado, pero demasiado mujeriego. Creo que por eso este par no han formalizado.
— Ooh, Hannah, ¿pero a qué estás esperando? Búscame esa ropa rápido antes de que el señor Weyler me mate —le digo prácticamente echándola del baño.
—Ok, ya voy, ya voy. Ve quitándote esa ropa que enseguida vengo.
Me empiezo a desvestir tratando de no caerme, ya que el piso está lleno de lodo y agua de cuando intentamos quitarlo. Lo siento por el personal de limpieza. Juro que si tuviera con que limpiarlo, lo hacía; pero a los materiales de limpieza solo tienen acceso los que se dedican a ello. Logro quitarme todo, solo me quedo con mi ropa interior de encaje n***o…
¡¿A quién engaño?!
Con el apuro de la mañana me puse mi braguita de algodón de zanahorias y el horrible sujetador que me regaló Tony. Uy, lo amo tanto, pero tiene un pésimo gusto para la ropa.
Aún no puedo creer que me vaya a casar con el chico que conocí en Royal Club. Cuando lo vi, solo me pareció un rollo de una noche; pero cuando me sacó a bailar y vi esos ojos color miel que te hacían querer empalagarte de ella, se me olvidó lo del rollo de una noche. Empezamos a salir. Tiempo después, me pidió ser su novia y por un momento pensé que era muy pronto. Pero la muerte de mi tía —mi segunda madre— me hizo cambiar de parecer. Ese trágico día donde sentí que se me iba el mundo, lo único que me brindo absoluta tranquilidad fueron esos ojos color miel. Así que me refugié en él y su aura de paz. Me fui acostumbrando a su compañía, sus mimos, sus abrazos y hasta ahora no creo haberme equivocado en mi decisión.
Llevamos siendo novios cuatro años y hace apenas dos semanas que me pidió matrimonio y gustosa dije que sí.
El sonido de la puerta me saca de los pensamientos.
—Menos mal que llegas, te demoraste un montón —digo mientras me giro, pero...—. ¡Aaaah! —es lo primero que sale de mi boca cuando veo a un hombre parado detrás de mí, observando mi cuerpo en ropa interior.