NARRA VALENTINA.
¿Cuánto dolor puede soportar una persona sin romperse? ¿Qué sucede luego de un corazón roto?. ¿Cuál es el límite que puede sobrevivir un alma con tanta pena?.
Tenía respuestas para todas aquellas preguntas, pero no por sabiduría, sino más bien por experiencia. Toda mi vida la viví en la completa carencia, cuando era niña vivía en la pobreza extrema a tal punto que tuve que buscar refugio en lo que hoy se había convertido en mi hogar. Cuando fui adulta tuve lo suficiente como para subsistir, sin embargo, cuando la conocí a ella todo en mí se sintió vacío, pero fue solo cuando la besé y la hice mía, que por primera vez me sentí completa. Sin embargo, lo arruiné todo, fue mi propia alma quebrantada por su pasado la que arruinó todo el presente que había construido con ella y ahora mismo tendría un futuro sin ella.
Anoche me peleé con Juliana y prácticamente la obligué a irse, no sé por qué lo hice, tal vez fue el dolor lo que me obligó a alejar a lo único bueno que había tenido en toda mi vida, quizás fue el temor de que ella descubriera quien era realmente lo que me llevó a romper nuestro corazón y ahora mismo me encontraba nuevamente carente y vacía como siempre lo estuve.
Mi nombre es Valentina, toda mi vida la he vivido como se me ordenó. Siempre fui obediente a cada mandamiento y demanda que se me dio, pero todo cambió cuando me enamoré y todo lo que pensé que era la verdad absoluta simplemente se desvaneció. Y ahora no solo me encontraba sin su amor, sino que también sin aquello que fue mi sustento por años, mi Fe.
Me puse de pie, caminé hacia el espejo y me observé fijamente mientras me quitaba el pijama. Las palabras que la noche anterior había disparado contra Juliana volvían a mi mente con intención de dañarme, cerré mis ojos con fuerza esperando el impacto, pero luego de un tiempo los abrí solo para volver a observar mi reflejo intacto, creí que en mi rostro habría lágrimas, pero no fue así, incrédula toque mis mejillas solo para comprobar que no había derramado ni una lágrima por ella. Comencé a pensar en la idea de que no la vería nunca más, en la sensación de no tenerla en mis brazos nuevamente, eso sin duda debía provocar algo en mí, pero me equivoque, ya que nuevamente al observar mi rostro noté la triste realidad. Ver mi reflejo y sentir que no era yo quién me veía, era confuso, torturante y al mismo tiempo paralizante. Creí que alejarme de Juliana me rompería en mil pedazos, sin embargo, ahora mismo nada podía hacerlo, ningún recuerdo podía herirme, ninguna culpa podría afectarme. Nada me haría llorar, ya que tristemente “nada” era lo que sentía justo ahora.
Sé que tal vez pensarán que es mi culpa, que aquello es algo que provocó, pero la verdad es que solamente pasó, en algún momento mi verdadero yo luchó una batalla que simplemente perdió.
En completo silencio me dirigí hacia la ducha, el agua fría erizo mi piel, pero no me molesté en regular la temperatura porque estaba tan fría como aquellas gotas que caían sobre mí. Quería llorar y lo intenté con todas mis fuerzas, pero no pude. Me arrodillé sobre el suelo mientras el agua no dejaba de atacarme, deseaba que cada gota que se derramaba fuera más grande que la anterior, de tal forma que una simple gota inundara el lugar, solo así tal vez logre sentir el placer de tener el agua sobre mi cuerpo.
Mi mirada se centró en la puerta, algo en mí esperaba que tal vez ella entre y me abrace, pero supe que no sucedería. No la merecía, no merecía su tacto, su toque, no merecía su calor. No merecía a nadie ni a nada.
Es irónico que mis pensamientos me hayan dañado tanto en el pasado, pues ahora mismo no los oía, sin embargo, nada era tan ensordecedor como el silencio que la ausencia que había en mi mente.
No sentir no te da ningún beneficio, ya que era similar a la sensación de estar en medio de una guerra, con miles de personas disparando, corriendo por sus vidas y en el instante en que decido correr de pronto mis sentidos desaparecen, el sonido de los proyectiles disparando que tanto me asustaban ahora mismo no podía oírlos. No podía oír, ni ver nada y aquello me inquietaba, pues no sabes como defenderte de un enemigo que no puedes ver.
Esta sería mi vida ahora.
Como un fantasma caminé hacia el comedor y sin observar a nadie tomé asiento. El establecimiento era enorme y había muchas voces a mi alrededor hablando, sin embargo, todas pasaban desapercibidas para mí.
Revolví la taza de té que traía en mis manos, aún estaba llena y supongo que así se quedará, ya que el hambre no era una necesidad que tenía ahora mismo. Podía ver el humo saliendo del interior de mi taza, aquello me hacía ver la gran temperatura que tenía, sin saber por qué puse mi mano encima de él, el calor me quemaba apenas un poco, es por eso que metí uno de mis dedos en aquel líquido, el cual rápidamente me quemó. El dolor me hizo sentir finalmente algo, algo físico, algo real y aquello era lo que en mí escaseaba. Estaba introducida en una especie de nube la cual parecía detener todo a mi alrededor y quitarle su brillo, en mi nube la gravedad era mucho más lenta, mis pasos por ende también lo eran y cada uno de mis gestos y sentimientos estaban ocultos en este mundo interno en que me había introducido, no sé bien cómo entre y mucho menos sé cómo salir.
–Es mucho más rico si lo bebes – dijo una voz a mi alrededor distrayéndome, rápidamente alejé mi dedo desde adentro de la taza y lo cubrí con mi otra mano. La piel estaba completamente roja. No estaba siendo masoquista, mi deseaba producirme dolor de manera alevosa, tal vez aquello sería mal visto por otros, es por eso es que me asuste con aquella voz, ya que pocos entenderían que lo que en verdad deseaba hacer era simplemente sentir.
–Deberías estar con las demás novicias – dije a aquella voz, la cual se trataba de Camila, quien se había acercado a mi mesa.
–Solo deseaba hacerle una pregunta –comentó ella buscando contacto visual conmigo, pero apenas si la observaba.
–Ahora mismo no tengo tiempo – respondí sin mucho ánimo, mirando nuevamente mi mano. Ella permaneció en silencio y creí que se había marchado.
–¿Sabes dónde está? – pregunto preocupada. – ¿Ella está bien? – insistió, me paralice por algunos segundos y simplemente olvide como respirar. Camila era amiga de Juliana y sé que su ausencia la inquietaba como a todos en el establecimiento. El problema con los secretos es que no duran mucho en la oscuridad y ahora mismo el mío comenzaba a salir a flote.
Tomé mi taza y me puse de pie. Salude cordialmente a los demás detrás de mí mientras caminaba fuera del comedor y tan solo continué mi camino sin decir una palabra. Al llegar a la cocina noté que Camila continuaba caminando junto a mí.
–Deja de seguirme – dije volteándome para enfrentarla.
–Solo quiero saber si mi amiga está bien y sé que tú eres la única aquí que puede responderme a eso – respondió ella. –Sé lo que ustedes hacían y estoy segura de que tú sabes donde está –me amenazó. Sentí mis piernas temblar con aquellas palabras. Cada noche Juliana huía hacia mi cuarto, ambas dormíamos juntas pesé a lo peligroso que aquello era y esa imprudencia podría contarme caro. Sobre todo cuando fuera de éste establecimiento no tenía un hogar, si alguien se enteraba sobre mi corto romance con la novicia, sin duda, me echarían a la calle.
–No sé nada sobre ella, y lo que creas saber de mí, puedo asegurarte que estás equivocada – me defendí rápidamente, dejé la taza sobre la mesada y me alejé tanto como pude, de hecho comencé a correr desesperadamente aunque ella no parecía seguirme, fue entonces cuando casualmente choque con alguien.
–Supongo que algunas cosas nunca cambian – dijo aquel hombre canoso, con ojos claros y una gran sonrisa contagiosa, quien siempre su presencia me traía alegría, pero hoy no sería lo mismo.
–Padre Camilo – respondí sorprendida. –¿Qué hace aquí? –pregunte.
–Primero me das un abrazo y luego me interrogas – respondió él extendiendo sus brazos hacia mí, miré hacia atrás para ver como Camila ya no me seguía y de mala gana abrace al anciano.
–Vine a hablar contigo – comentó Camilo en medio del abrazo, aquello me hizo terminar rápido el contacto para mirarlo fijamente a sus ojos. La realidad era que confesarme, tal vez sería mi último recurso, volví a mirar mi dedo, contemple la forma en la que me dolía y la manera en la que intentaba ignorar aquel dolor me hacía saber que no podía continuar de esta forma o que al menos debía intentar cambiar algo.
Quisiera admitir que la extrañaba, pero no podía ponerle un nombre a lo que sentía en mi interior, ya que era más bien la sensación de sentirme vacía por dentro y cada vacío poseía un “porque”, el más grande de todos se llamaba… Juliana.
Desvié mi mirada hacia la puerta del convento, ya que tenía miedo de hacer contacto visual con el padre, fue entonces cuando noté un vehículo estacionado en el frente, aquello llamó mi atención. No era un vehículo que había visto anteriormente, ya que se trataba de uno muy lujoso como para esta zona.
–Hermana Valentina, ¿me acompaña al confesionario? –preguntó aquel hombre intentando llamar mi atención, pero era tarde, ya que tenía mi mirada perdida en aquel vehículo, sin responderle, comencé a caminar hacia la puerta del establecimiento. De pronto una inquietud muy grande se apoderó por completo de mí. ¿Y sí, tal vez era ella?. Aquella pregunta me hizo correr con más fuerza hacia la puerta del lugar.
–Hermana Valentina, ¿qué sucede? –preguntó el anciano corriendo detrás de mí.
Pero cuando estaba a punto de llegar a la puerta, el vehículo arrancó a toda velocidad, dejándome en medio de la calle con el corazón a punto de explotar.
–¿Estás bien? –preguntó el cura frente a mí y por primera vez en mucho tiempo respondí con sinceridad.
–No – contesté mientras negaba y llevaba ambas manos a mi pecho. –No estoy bien –confesé.