William —¿Y no te parece extraño que justo ahora desaparezca tu coche? – preguntó Carlos. —Sí —admitió Nikita, pasándose una mano por la cara—. Me parece horrible. Me parece una pesadilla. Pero yo no tengo nada que ver. Os lo juro. No tengo ni idea de quién pudo llevarse el coche. Lo único que sé con certeza, es que tenéis que buscar a Abel Ron. —Su voz sonó de pronto más firme, más clara—. Si alguien tenía control sobre Ángel, era él. Solo él podría matarlo. No yo. Mientras Carlos interrogaba a Nikita, marqué el número de Santi. —¿Sí? —respondió con ese tono ligero que aún conservaba, incluso después de horas en la calle. —¿Cómo te fue en la boutique? —Algo saqué —respondió—. El dependiente se acordaba perfectamente de la maleta. Difícil olvidarla, según él. Roja, rígida, brillante…

