Mari Me senté. No porque me sintiera cómoda, ni lista, ni remotamente segura de lo que estaba haciendo ahí, sino porque mis piernas empezaban a flaquear. El inspector Morales —o como mi cabeza se negaba a dejar de llamarlo, el tipo del oso— me acababa de dar la bienvenida con la neutralidad de un robot. Ni una ceja levantada, ni un “te conozco”, ni una mueca sarcástica. Solo un “Tome asiento” perfectamente cortado a nivel profesional. Y yo obedecí. Éramos cinco en la sala. Tres hombres que no conocía, y William. Todos con mirada seria, con carpetas en la mano o el ceño fruncido, y yo… con la frente perlada de sudor, una libreta nueva y la sonrisa tensa de quien no sabe si va a tomar apuntes o a desmayarse en directo. —Como decía —retomó William, sin dirigirme más de una palabra—, la v

