Mari. El silencio en casa de William, cuando nos volvimos del trabajo, no era como otras veces. No resultaba incómodo, pero sí vacío. Un eco sutil se deslizaba por las esquinas, cargando el ambiente con una expectativa difícil de nombrar. Desde que estaba con él, me había acostumbrado a ese entorno suyo: austero, un poco caótico, pero lleno de amor. Sin embargo, aquella tarde había algo distinto. Algo más denso. Y no era por la ausencia de su madre. Era otra cosa… como si el aire mismo estuviera conteniendo la respiración, esperando que algo —algo inevitable— sucediera. Su madre se había marchado por la mañana al balneario, animada por la insistencia de Steve y ese cupón regalo que él mismo le había conseguido. Se fue con una sonrisa tímida y una maleta pequeña, como si aún no acabara de

