El tiempo pasó rápidamente, y las semanas se convirtieron en meses. Sara y Diego se volvieron inseparables. Compartían risas, secretos y preocupaciones. Aunque su amistad era fuerte, Sara empezó a notar algo diferente en sus sentimientos hacia Diego. Cada vez que él le sonreía, su corazón latía un poco más rápido.
Una tarde, mientras estudiaban juntos en la biblioteca, Sara se encontró distraída, observando cómo la luz del sol se reflejaba en el cabello de Diego. Intentó concentrarse en su libro de química, pero sus pensamientos volvieron una y otra vez a él.
—Sara, ¿estás bien? —preguntó Diego, rompiendo su concentración.
Sara parpadeó y se dio cuenta de que había estado mirando la misma página durante varios minutos.
—Sí, sí, estoy bien. Solo un poco cansada, supongo —respondió, tratando de sonar casual.
Diego sonrió y cerró su libro.
—Quizás deberíamos tomar un descanso. Vamos por unos cafés, ¿te parece?
Sara asintió, agradecida por la oportunidad de despejar su mente. Mientras caminaban hacia la cafetería, Diego empezó a hablar sobre el próximo partido de fútbol, pero Sara apenas lo escuchaba. Sus pensamientos giraban en torno a cómo había cambiado su relación con él.
—Sara, ¿me estás escuchando? —dijo Diego con una sonrisa, empujándola suavemente con el codo.
—Oh, lo siento, Diego. Estaba pensando en algo —respondió, sintiéndose un poco avergonzada.
—¿En qué estabas pensando? —preguntó Diego, con una mirada curiosa.
Sara vaciló. No estaba lista para confesarle sus sentimientos, pero tampoco quería mentirle.
—Solo en... en cómo han cambiado las cosas desde que llegué aquí. Me siento muy agradecida por haberte conocido —dijo, sintiendo que al menos era una parte de la verdad.
Diego sonrió y puso una mano sobre el hombro de Sara.
—Yo también me alegro de haberte conocido, Sara. Has sido una gran amiga.
La palabra "amiga" resonó en los oídos de Sara, provocando una mezcla de sentimientos. Sabía que valoraba su amistad con Diego, pero también anhelaba algo más.
En la cafetería, mientras disfrutaban de sus cafés, Diego empezó a contarle sobre una chica que había conocido en una fiesta el fin de semana anterior. Sara sintió una punzada de celos al escuchar cómo hablaba de la chica con entusiasmo.
—¿Crees que le gustas? —preguntó Sara, intentando mantener la voz neutral.
Diego se encogió de hombros.
—No lo sé. Es agradable, pero no estoy seguro de si siente lo mismo.
Sara forzó una sonrisa.
—Seguro que sí. Eres un gran chico, Diego.
Diego sonrió tímidamente.
—Gracias, Sara. Eso significa mucho viniendo de ti.
El resto de la tarde pasó en una mezcla de conversaciones y risas, pero Sara no pudo sacudirse la sensación de que algo estaba cambiando. Cuando finalmente se despidieron, se quedó mirando a Diego mientras se alejaba, preguntándose si él alguna vez vería más allá de su amistad.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Sara se permitió admitir lo que había estado sintiendo. Estaba enamorada de Diego. No solo era un gran amigo; era alguien que la hacía sentir especial, segura y feliz. Pero la incertidumbre sobre sus propios sentimientos y la posibilidad de que Diego no sintiera lo mismo la mantenían en vilo.
Sara decidió que, por ahora, mantendría sus sentimientos en secreto. No quería arriesgar su amistad con Diego, aunque su corazón anhelara algo más. Con el tiempo, esperaría a ver si sus sentimientos se aclaraban o si Diego llegaba a sentir lo mismo por ella.
Mientras cerraba los ojos, se prometió disfrutar de cada momento con Diego, sin importar lo que el futuro les deparara.