La primera semana de clases pasó rápidamente para Sara. Cada día, se sentía un poco más cómoda en su nueva escuela. Se sorprendió gratamente cuando notó que Diego parecía estar en todos los lugares donde ella estaba: en la cafetería, en la biblioteca, e incluso en los pasillos entre clases.
El viernes por la mañana, mientras Sara guardaba sus libros en el casillero, una voz familiar la saludó.
—¡Hola, Sara! —Diego se acercó con una sonrisa amplia—. ¿Cómo te ha ido esta semana?
Sara cerró su casillero y se volvió hacia él, devolviéndole la sonrisa.
—Ha sido una semana intensa, pero creo que ya me estoy acostumbrando. Gracias por tu ayuda el primer día, realmente me facilitó las cosas.
—No hay problema. Me alegra que estés adaptándote. —Diego se apoyó contra el casillero contiguo—. Oye, mis amigos y yo vamos a ir al parque después de la escuela. Jugamos fútbol y luego vamos por unas pizzas. ¿Te gustaría venir?
Sara dudó por un momento. Aunque se sentía más cómoda, la idea de socializar con un grupo nuevo le causaba un poco de ansiedad. Pero Diego parecía tan genuino y amable que decidió arriesgarse.
—Me encantaría —respondió finalmente—. Solo necesito avisar a mis padres.
—¡Genial! Nos encontraremos en la entrada principal después de clases.
El resto del día pasó volando. Sara se encontró anticipando el final de la jornada más de lo habitual. Cuando sonó la campana final, se dirigió a la entrada principal, donde ya esperaba Diego con un grupo de chicos y chicas.
—¡Sara! —Diego la saludó, presentándola al grupo—. Chicos, esta es Sara. Es nueva en la escuela.
Los amigos de Diego la recibieron calurosamente. Había algo en sus sonrisas y en su actitud relajada que la hizo sentir bienvenida de inmediato. Pronto, todos se dirigieron al parque cercano, bromeando y riendo en el camino.
En el parque, se dividieron en equipos para jugar un partido de fútbol improvisado. Sara, aunque no era muy buena jugando, se divertía mucho. Diego le mostró algunos movimientos básicos y la animaba cada vez que tocaba el balón.
Después de un par de horas de juego, todos se sentaron en el césped, agotados pero felices. Diego se sentó junto a Sara, ofreciéndole una botella de agua.
—Lo hiciste muy bien —dijo, dándole un codazo amistoso—. ¿Seguro que no eres una jugadora encubierta?
Sara rió, sacudiendo la cabeza.
—Definitivamente no. Pero gracias por la paciencia.
—Siempre —dijo Diego con una sonrisa—. Oye, después vamos a una pizzería cercana. Tienen la mejor pizza de la ciudad. ¿Estás lista para la mejor pizza de tu vida?
—Suena perfecto —respondió Sara, sintiendo una conexión creciente con Diego.
La noche terminó en una pizzería acogedora, con risas y conversaciones animadas. Sara se dio cuenta de que había encontrado un grupo de amigos que la aceptaban tal como era. Diego, en particular, se había convertido en alguien especial. Su amabilidad y su sentido del humor hacían que cada momento fuera más brillante.
Al despedirse frente a su casa, Sara se sintió llena de gratitud.
—Gracias por invitarme, Diego. Me divertí mucho hoy.
—Me alegra escuchar eso. Deberíamos hacerlo más seguido. —Diego sonrió, mirándola con calidez—. Que tengas una buena noche, Sara.
—Tú también, Diego. Hasta mañana.
Mientras Sara entraba en su casa, no pudo evitar sonreír. Había sido una semana desafiante, pero gracias a Diego y sus nuevos amigos, empezaba a sentir que había encontrado su lugar.