“Caminaba por un pasillo largo. Sin ventanas. Las paredes eran grises, húmedas. La luz no venía del cielo, sino de lámparas colgantes que chispeaban como si fueran a apagarse en cualquier momento. A cada paso, puertas de hierro se cerraban tras ella, sellando su destino. Nadie la guiaba. Y aun así, sabía hacia dónde iba. Una gran sala. Gente reunida. Voces. Murmullos de escándalo. ¿Qué estaba sucediendo? Frente a ella, un tribunal. El juez no tenía rostro. Solo papeles. Uno de ellos leía: —El tribunal concede la separación legal a Madame Deveraux. Bernadette parpadeó. Por fin… ¡Era libre! Lo que llevaba tiempo deseando, eso que anhelaba. ¿Ya lo tenía en sus manos? Sí… ¡Al fin! Por un instante, pensó que aquello era libertad y se puso feliz, tanto que no vio lo que venía. —Y con el

