Capítulo sesenta y uno: La mataste

1462 Words

El galope del caballo de Silas resonaba en el sendero, el viento helado de Évreux azotándole el rostro, el corazón latiendo con un pánico que no podía ocultar. La noticia de la muerte de Amélie, susurrada por el criado, era un filo que lo cortaba, una verdad que se negaba a aceptar. Llegó a la casa de los D’Artois, un caserón oscuro en la penumbra del amanecer, y desmontó, las botas hundiéndose en la grava. Tocó la puerta dos veces, los golpes resonando, la urgencia quemándole las manos. Una criad le abrió, pero Silas la empujó, su cuerpo irrumpiendo en el vestíbulo, el silencio roto por sollozos lejanos. —¿Dónde está? —gritó, la voz rasgada, los ojos grises buscando en la casa, recorriendo todo. Silas no esperó, subiendo las escaleras, los escalones crujiendo bajo su peso, siguiendo

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