La mansión Vernay, envuelta en la bruma del amanecer, parecía contener el aliento mientras los invitados se preparaban para partir.
La grava del patio crujía bajo las botas de los sirvientes, que cargaban baúles en los carruajes alineados frente a la entrada de mármol. El cielo, aún gris, apenas dejaba filtrar la luz, y el aire fresco llevaba el aroma de los lirios del jardín.
Lucien D’Artois, en levita azul, sostenía el brazo de Amélie, guiándola con cuidado hacia el carruaje principal, un vehículo n***o con detalles dorados. Amélie, en un vestido de viaje gris, el rostro pálido bajo un sombrero de plumas, caminaba con pasos inseguros, sus ojos azules esquivando las sombras, el terror de que Camille revelara su affair con Silas aún latiendo en su pecho.
Al llegar al carruaje, Amélie
