—Monsieur Enguerrand Delacroix, ¿acepta usted por esposa a Mademoiselle Claire, aquí presente? El salón estaba en completo silencio. Ni el leve suspiro de las damas rompía el aire inmóvil. La sala, pequeña pero espléndida, había sido adornada con ramos de peonías blancas y lirios silvestres que perfumaban el aire con suavidad. El notario, vestido con rigor y solemnidad, sostenía entre las manos el acta matrimonial con tinta aún fresca. Enguerrand, vestido con un frac oscuro, levantó el rostro y miró a Claire con fijeza. No parpadeó. Sus ojos eran tempestuosos, como siempre, pero su voz salió firme y clara. —Acepto. Claire no pudo evitar estremecerse. Su vestido era tan hermoso que con su primera entrada los pocos presentes se quedaron con la boca abierta y su futuro esposo no hizo más

