El aire fresco de la tarde aún rozaba su piel cuando Bernadette subió las escaleras hacia su habitación. El paseo por los jardines había sido breve, solo un intento de aplacar la agitación que la mañana le había dejado. Había algo nuevo en ella, algo que aún no sabía cómo nombrar, pero que la hacía caminar con más firmeza y mirar con más atención las cosas a su alrededor. Cerró la puerta con suavidad y cruzó la habitación en silencio. Se sentó junto al escritorio, retiró el tapete bordado que lo cubría y abrió el cajón donde guardaba el papel de correspondencia. Sabía lo que quería escribir. Lo había pensado durante todo el paseo. Tomó la pluma con decisión, mojó la punta en tinta y se inclinó sobre la hoja: Querido padre, Le escribo con el respeto y el cariño de siempre, esperando

