Lucien D’Artois se levantó antes del alba. El cielo aún estaba teñido de un azul profundo cuando encendió la lámpara de aceite en su habitación. La luz osciló sobre las paredes, revelando la maleta abierta junto al armario y el conjunto de ropa ya dispuesto sobre una silla. Había dormido poco, pero no le importaba. Esa mañana debía estar impecable. Se desnudó con movimientos lentos, casi ceremoniales, y entró al baño de mármol. El agua estaba tibia, perfumada con unas gotas de esencia de lavanda, tal como la prefería. Se sumergió en silencio, cerrando los ojos mientras el vapor envolvía sus pensamientos. No había dudas en su mente. El regreso al pueblo era necesario. Parte de su cierre a todo aquello, a ese lugar. Tras el baño, se afeitó con precisión frente al espejo. Escogió una cam

