El tintineo de los cubiertos se apagó, dejando un silencio que pesaba como el lino marfil sobre la mesa. Bernadette, con las manos temblando bajo el mantel, apretaba las notas ocultas en su manga, un refugio que se desmoronaba ante las palabras de Amélie. La risa de la invitada aún resonaba, un eco cruel que se sumaba al rechazo de Silas la noche anterior, a la puerta cerrada que seguía cortándole el aliento. Sus ojos verdes, fijos en el cristal tallado de su copa, evitaban la mirada de los demás, pero la presión crecía, un nudo que no podía deshacer con su silencio.
—Muéstralas —dijo Silas, su voz firme, pero con un reproche que le dolió más que la burla de Amélie.
Bernadette dudó, los dedos rozando la tela de su vestido. Con cuidado, extrajo las notas, pequeñas hojas dobladas que tembl
