La habitación era más cálida de lo que Bernadette había imaginado. Las paredes estaban cubiertas de terciopelo carmesí, y el fuego en la chimenea lanzaba sombras ondulantes sobre la alfombra bordada. Claire la ayudó a quitarse el abrigo y la acomodó en un sillón junto a la cama, mientras una criada del burdel —más joven, con pecas y los labios pintados de rojo— dejó sobre la mesa una bandeja de comida humeante. —Comed algo —dijo la muchacha con acento del sur—. Madame Vivienne vendrá a por vos esta noche. Claire la miró con recelo hasta que la puerta volvió a cerrarse. Se sentó al borde de la cama, rompiendo un panecillo entre los dedos, y le pasó un trozo a Bernadette. La joven no tenía hambre, pero mordisqueó por obediencia. El estómago era un nudo que ninguna sopa podía desatar. Caye

