La espera

1396 Words
No sabía a dónde se dirigían, ni siquiera si se dirigían a algún lado. Bien podrían estar encaminándose directo al infierno, descendiendo como descendió Dante, pero sin la ayuda de un Virgilio. Técnicamente conocía la dirección, pero no podía creerla. Conocía el lugar, pero no era este el que lo preocupaba. Sus pensamientos iban más allá. Volaban por lo sobrenatural del asunto. Todo, absolutamente todo, había perdido cualquier sentido que pudo haber tenido. Una historia anti climática que desafía lo absurdo. Inició como un viaje de pésame, continuó como una investigación ingenua, convirtiéndose en algo oscuro a medida que la noche se acercaba, hasta convertirse en un callejón desde donde lo observaban por enormes ventanas, burlándose de él. Empezó queriendo conocer la muerte de su mejor amigo y ahora iba hacia la supuesta sede de una supuesta sociedad secreta siendo guiado por uno de sus supuestos integrantes. De no haber sido por el miedo, se estaría riendo. De no ser real, estaría gritando. En cualquier momento despertaría, obviamente. En cualquier momento sonaría la alama y adiós a este sueño estúpido. Bienvenido, día normal. Bienvenida, realidad.            Antes de que lo despertaran miró por la ventana. El sol comenzaba a descender, pero esto se lo dijo más el instinto que la vista. Unas nubes oscuras, heraldos de su ánimo, empañaban el cielo con una amenaza de tormenta. Los vientos se apresuraban gritando groserías. Las primeras gotas no tardarían en caer, bombardeando la calle. El tráfico disminuía, las farolas se encendían. Y el ahí, preguntándose adonde lo estaban llevando. Preguntándose cuál sería su destino. Cómo terminaría todo esto. Porque de algún modo debía terminar. Así sea con una bala que termina con su acto. El avión partiría tarde o temprano. ¿Estaría él en su interior? Ahora, en ese preciso estante, no podía ni siquiera vislumbrar si al siguiente día estaría vivo.            Nathan se veía tan tranquilo que provocaba zarandearlo. Estaba sentado a su lado, viendo por una ventana con unos audífonos que sonaban más para afuera que para adentro, pues Ryan escuchaba perfectamente la música.            Cuando les dijo a él y a Richard la dirección, ambos se miraron las caras y acto seguido lo encañonaron. Fue como una de esas películas cómicas en donde atentan contra uno por decir un mal chiste. Nathan no bromeaba, desde luego, pero ojalá lo hubiese hecho. Maldita sea, debía ser un chiste. El juró por la vida de su madre que decía la verdad. No hubo más opción que creerle. Ryan hubiese preferido enterarse de que a la mujer le dio un infarto ese mismo día.            Richard iba al frente, conduciendo. No decía palabra. Nadie las decía. Cuando llegaron, Ryan creyó que en cualquier momento Richard pisaría a fondo y se alejaría como un caballo del edificio. Pero como la realidad es siempre más aburrida, lo único que hizo fue destrabar la puerta y apearse. Ryan y Nathan (siempre con su asquerosa cara de desinterés) se bajaron con él.            ⸻Llegamos ⸻exclamó el chico con una sonrisa.            Ryan alzó la mirada admiranda en todo su esplendor la alcaldía de la ciudad.            Tú te das cuenta de la naturaleza de la ciudad de Zerica cuando ves sus estructuras. Es una ciudad de negocios, muy exitosa y toda la cosa, pero con una grave escases de creatividad. Bien pudieron haber puesto un edificio cualquiera con una banderita encima y tal vez les hubiese quedado más original. En vez de eso los hombres de la ciudad prefirieron construir una copia bastante respetable del capitolio estadounidense. Con sus columnas y paredes blancas, su techo semicircular, su entrada al final de la escalera; toda la parafernalia necesaria. Quien quiera que fuera el actual alcalde de la ciudad debía de tener mucho ego o algún complejo que quería esconder.            Los tres hombres subieron las escaleras hasta llegar a la entrada. Los dos mayores estaban atentos a lo que hacía el más joven, pensando que tal vez pudiese escaparse o que todo fuera una burla.            Nathan tomó la delantera y caminó lentamente por la alcaldía. El recibidor era un vestíbulo de techos altos y paredes extensas que le quedaban demasiado grandes a la humilde recepcionista que los esperaba a un lado. En las paredes, cuadros de hombres elegantes, portando espadas que seguramente pertenecieron a la historia de la ciudad. Ryan no reconoció a ninguno. Continuó caminando detrás de Nathan quien saludó a la recepcionista con una sonrisa y atravesó una puerta a la siguiente habitación. Una sala de reuniones con una enorme mesa de madera en el centro, rodeada de sillas con estampados lujosos. Pasaron esa sala y llegaron al patio que le servía de centro a la construcción. Un laberinto de flores en el medio, rodeado de cuatro arboles cada uno en un punto cardinal. El chico dobló la derecha y subió unas escaleras hasta la siguiente entrada, rodeada de columnas blancas y con grandes ventanales a cada lado. Entraron en una especie de biblioteca con bar. Las paredes estaban forradas de estanterías repletas de libros. Pasadizos de conocimientos que se tejían entorno a las esquinas. El edificio era de tres pisos y en los pisos superiores eran lo mismo: más y más pasillos de libros. No le envidiaba nada a la biblioteca de Babel descrita por Borges; aquel mundo metafísico donde hombres encontraban la muerte mientras buscaba la gran verdad. En la planta baja, a la derecha, un hombre con el cabello corto y pegado a la cabeza como si fuera una calcomanía, le servía tragos a un grupo delante de él. Todos iban con traje y corbata, charlando animadamente. Un hombre con lentes leía solitario en un sofá en una esquina. Otro bebía café mientras leía el periódico. La sala estaba llena de muebles, sillones y mesas para sentarse, rompiendo el solitario encanto que las bibliotecas suelen crear.            ⸻Tendrán que esperar aquí ⸻les comunicó Nathan señalando un sofá.            ⸻¿Esperar qué? –saltó Ryan⸻. No te irás de aquí.            Ryan se acercó al chico y lo tomó de brazo con disimulo, agarrándolo por el codo, con cuidado de no alertar a los hombres en la barra. Le dio la impresión de haber visto moverse de un modo extraño al que leía a solas.            ⸻Relájate, no me iré. Este es mi lugar favorito ⸻alzó el otro brazo y le dedicó un saludo al grupo en la barra. Ellos le correspondieron.            ⸻¿Qué hacemos aquí?            ⸻Aquí nos reunimos            ⸻¿Quiénes?            ⸻¿Quién más? Pues los Kairos.            Ryan jaló al chico por el brazo, aunque este no parecía interesado en disimular, o bien no necesitaba hacerlo. El hombre solitario había soltado el libro y los miraba desde el sofá. Su cara quedaba oculta entre las sombras, pero Ryan hubiese jurado que no parpadeaba detrás de los anteojos.            ⸻¿Qué opinas tú, Richard?            Richard no había hablado desde que llegaran. Lo observaba todo con una expresión pétrea. Tenía los labios apretados y las manos en los bolsillos, donde seguro las apretaba también. Su expresión era fría, pero desprendía calor con su mirada, con su ceño fruncido, con su inclinación en la cabeza, ligeramente ladeada hacia abajo, como si odiara lo que viera.            Se giró hacia Ryan, lo vio un instante y se sentó con lentitud en una butaca.            Ryan se dio por convencido e hizo lo mismo. Al final, hasta Nathan se sentó.            ⸻Tengo muchas preguntas, niño.            ⸻Tenga paciencia que ya se resolverán. Hice una llamada y no debe de tardar en venir.            ⸻¿Quién?            ⸻Mi padre.            Ryan se exaltó. Había sido una trampa, ¿cómo no lo imaginó?            ⸻No quiero a tu padre aquí. No te conviene, niño. Tengo pruebas de que fuiste tú quien me atacó la noche pasada. No querrás que tu padre se entere            ⸻Uno: te estás lanzando un farol. Dos: probablemente me daría un premio. Tres: solo viene a responder tus preguntas.            ⸻Cuatro: Richard y yo nos largamos.            ⸻Yo me quedó ⸻anunció Richard con voz serena.            ⸻Pero, Richard.            ⸻Me quedo.            Ryan lo observó intentando descifrarlo. Richard veía fijamente al hombre que antes leía, y daba la impresión de que este lo leía a él también, como si fuesen dos viejos amigos intentando reconocerse.            Ryan se acomodó en su asiento. Hace tiempo que sólo se dedicaba a acomodarse y recibir lo que sea que le llegase.            ¿De verdad se creía esta cosa de los Kairos?            ¿Acaso tenían otra opción?
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