La mala idea

1403 Words
Ryan e despidió de los otros dos con otras palabras. Samuel aseguró que pondría al tanto de todo lo que habían averiguado a Richard. Este ni le miró cuando se sentó a escuchar al oficial. Ryan salió de la oficina sintiéndose terriblemente excluido y recriminándose por parecer un niño queriendo jugar con los chicos mayores. Salió al estacionamiento, se metió en su auto y condujo al hotel.             Al llegar, la contradicción de sus sentimientos le hizo arrojarse a su habitación y encerrarse con la actitud de un ermitaño. Sabía que después de tanto, había logrado conseguir algo. El mecanismo fue activado y la maquina ejercía su movimiento en avance. Ahora con un nuevo aliado, representando a uno que jamás esperaría, y tras una amenaza que temía, las ruedas comenzaban a girar por el sendero en el que se metió casi sin saberlo, aunque con una férrea esperanza que por fin le prometía dar frutos. No obstante, encontrarse fuera del carruaje que dirigía la odisea, le suministraba un vacío impotente de extraña frustración. En parte, su motivación recaía en el hecho de hacer algo por aquel amigo fallecido. Apoyarlo del modo que no lo hizo estando vivo. Pero esa motivación se iba al desagüe al entrar en la habitación, tan elegante y tan fría, y dedicarse a esperar como un espectador. Sin desearlo, volvía a ser un transeúnte más sobre la acera, un caminante anónimo, un sin nombre. Volvía a quedar en manos de otros, con un destino que se le escapaba. Nunca se creyó tan impaciente. Una infantil obsesión y un deseo de seguir poniendo de su parte era la única explicación para tan repentina amargura. ¿Y es que acaso no lo merecía? Quien se había arriesgado desde el comienzo, era él. Quien se encaró con Raquel Savelli, fue él. No eran deseos de gloria lo que le herían, sino la frustración del relevo. Comprender que ya poco o nada puede hacer, que en realidad no fue tanto lo que hizo y, cuando acude la llamada de lo importante, debe quitarse del medio.             ¿Acaso era una especie de complejo de inferioridad lo que le abordaba? Tal vez. Tantos días tratando de entender Hernán, nadando entre sus posibles pensamientos, pudieron haberlo ahogado en algunos de sus rasgos. Una posibilidad nada descartable.             También estaban las palabras de la mujer Savelli: “eres como él”. Otro depresivo más, otro posible s*****a. Si su vida hubiese sido diferente, al menos un poco más parecida a la de su amigo, ¿sería otro quien estaría enterrado? Tras lucirse como el pilar de la amistad, bien podría ser en realidad otro muro esperando quebrarse.             Raquel Savelli tenía una curiosa forma de meterse en la mente de otros.             Le estaba haciendo dudar de sí mismo, de quien creía ser.              No le sorprendió para nada que Hernán fuera un melancólico graduado. Si con una conversación, esa mujer te podía hacer sentir inferior; imagínate como sería criándote. Hablándote día tras día de las miserias de tu alma. Recalcando con esmero tus defectos e ignorando con descaro tus virtudes. La lluvia de insultos, la lluvia de ofensas, la lluvia de desdichas. Esa frialdad tan latente, como si fuera la esencia misma de su ser, escapándose el pragmatismo puro por sus poros. Miradas por la mañana de decepción, y de desprecio por la noche. Eso era lo que Raquel Savelli debía de ofrecerles a sus hijos cada segundo de sus vidas.             Hernán lo sabía. Más allá de su autocompasión y el sentido de la culpabilidad, el raciocinio le hizo ver la mala suerte que sobre él recayó el día que dios decidió ponerlo en el vientre de esa mujer. Debió de notar el efecto de ella sobre él, y debió de creer que ya era demasiado tarde para remediarlo. Hay un momento en los que la redención parece un mero concepto en el diccionario. Pero la salvación está latente en las venas de los allegados. Javiera y Rick, dos posibles víctimas más. Victimas que seguramente Hernán quería salvar, enfocándose sobre todo en su hermanito; niño perdido que le seguía los pasos en la villa de la tristeza, con el peligro de perderse en la misma cueva. Por eso quería salvarlo. De ella, de él, de ellos. Una última esperanza para un apellido marchito. Rick Savelli.             Pero terminó muerto.             Fallecido.             Caído.             Posiblemente asesinado mientras Ryan dormía cómodamente en su cama, acostado del mismo modo en que ahora yacía sobre la cama del hotel, viendo el techo ensimismado, cogitando sobre nada y sobre todo a la vez.             La noche llegó y se fue, y con eso apareció el siguiente día.             Ryan no recordaba haber dormido, no sabía si lo había hecho y no le importaba. Comió por compromiso ordenando el alimento directo a su habitación, y tras cumplir las formalidades del sistema digestivo, volvió a esa cama donde se le aceleraba el corazón, en contraste con su cuerpo adormecido.             Las horas eran minutos, los minutos eran segundos, lo segundos eran días y los días eran interminables. Esto es una ofrenda a la locura, por supuesto, ya que solo había transcurrido uno.             Pero en ese único día ya Ryan se preguntaba si debería estar haciendo algo más, alguna otra cosa. Del mismo modo no se le quitaba la sensación de que se le escapaban más detalles de los que pensaba. Ese extraño intercambio de miradas entre Richard y Samuel cuando se mencionaron los documentos, ¿ellos sabían algo que él no? Raquel jurando no haber asesinado a Hernán. El hombre que se le acercó a Rick. Tenía el presentimiento de que todo eso llevaba a una conclusión que se le escapaba brutalmente, y su impulso primordial era salir a buscar respuestas.             La puerta le llamaba a gritos, pero sin indicarle destino. Las luces del sol infiltradas a través de la ventana le anunciaban el día aun en su punto de ebullición, pero él no tenía modo de aprovecharlo. Ryan se levantó y camino en círculos. Fue el baño. Volvió a la cama. Volvió a levantarse. Volvió a caminar en círculos. Caminaba y pensaba. Pensaba y caminaba. No tenía nada que hacer, solo esperar. Esperar a que otros hicieran el trabajo, esperar a que otros lo resolvieran. Esperar.             Pero a la mierda con esperar.             No quería hacerlo. Quería salir, quería hacer algo. Intervenir en el destino de la incógnita. Seguir colocando en orden las piezas del puzzle. Pero su participación, aparentemente, ya no podía aportar más. Usado y desechado. Un supuesto adulto comportándose como un niño al que le han dejado fuera del juego de futbol. Intentó convencerse de que su instinto quería gritarle algo. No bastaría con esperar a que aparecieran esos documentos, se podían hacer otras cosas mientras tanto. ¿Cuáles? Vete tú a saber, pero j***r, algo habrá.             La idea de ir al Impact Joe a repartirle tiros a la diana cruzó por su mente como un relámpago que en un segundo se desvanece. Eso sería distraerse. No quería distraerse. Quería respuestas. Quería seguir buscándolas. Quería encontrarlas.             El relajo no era una opción.             Otro día pasó justamente igual que el anterior.             Tres comidas servidas y tres comedias ingeridas sin más presunción que alimentar un cuerpo humano.             El borde de la locura se veía demasiado cerca.                     Un aburrimiento que le toma de la mano a la desesperación.             Ryan no lo soportó más. Puede que quedarse en un solo sitio sea fácil, pero eso solo cuando no estas de pie sobre un caldero hirviendo.             Los objetos que había encontrado, los interrogatorios que había hecho, las teorías que había imaginado y las amenazas que había recibido; todos y cada uno de esos elementos eran puñales que lo insultaban por permanecer encerrado esperando avances ajenos. Distanciarse de una vivencia, de un recuerdo, cuando este está tan fresco, es como pretender arrancarte un tatuaje tirando de la piel.             No esperaría por Mcfly y Richard.             No entendía del todo el porqué de su estado. Sin preverlo se había obsesionado con aquello que al principio considero una tontería. Un juego que no quería jugar. Pero ahora estaba dentro, muy adentro y se negaba a quedarse en la banca.             Cuando el segundo día terminó y empezó el tercero, al no recibir noticias de sus compañeros, Ryan Mayz salió de su habitación del hotel, y, poco antes del mediodía, subió a su auto y se dirigió al único destino que se le ocurría.             No sabía que esa tarde le dispararían.
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