Capítulo 5

1237 Words
Capítulo 5 ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Punto de vista de Adrián‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Gabriella me está volviendo loco. Lleva dos semanas trabajando con mi secretaria y, al parecer, se llevan de maravilla. Se las escucha reír de vez en cuando. Nunca por mucho tiempo, claro, porque Lucrecia se calla al instante y Gabriella… me lanza sus típicas miradas desafiantes.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Llevo una semana sin tomar café. ¿La razón? La bruja le echa sal. Cada vez. Todo por una estupidez mía. Me dejé llevar por sus jueguitos y acepté una apuesta.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Seis días antes‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —¡Lucrecia, llámame a Gabriella! —esta mujer me va a matar.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Treinta minutos. Tardó treinta putos minutos en llegar a mi despacho.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —¿Estás haciendo las prácticas en otra empresa o en otro edificio, Gabriella? —gruñí. Esta mujer tiene el don de sacarme de quicio al menos diez mil veces al día.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —No sé a qué te refieres —dijo, sentándose con toda la calma del mundo mientras ponía los ojos en blanco.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —Gabriella, al menos intenta ser profesional. Aquí soy tu jefe.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —Todavía no, pero en un par de años me encantaría sustituirte —respondió con esa sonrisa provocadora que me saca de lugar. No pude evitar reír. Sus sueños de sentarse en la silla del presidente eran tan ridículos como encantadores.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Aunque dice odiar a mi familia, se concentra únicamente en llevarme la contraria a mí. Me intriga saber qué hice para ganarme tanto rencor.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —Si yo fuera tú, no me haría muchas ilusiones. No quiero verte decepcionada cuando tus sueños no se cumplan. Sería una lástima que te rompieras el corazón.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ No entiendo por qué cada vez que caigo en sus juegos verbales me dejo llevar. He despedido a gente por cosas mucho más insignificantes.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —No te preocupes por mi corazón. El que sufrirá al final serás tú.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —Sólo por curiosidad, ¿cómo planeas lograrlo? Aunque lograras un gran diseño, tendrías que competir conmigo… y yo no pierdo. Nunca.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Aurora me mantiene al tanto de todo lo que hacen los becarios. Sé que Gabriella tiene ideas brillantes, pero aún está muy lejos de la presidencia. Además, los accionistas deben votar los proyectos, y con mi familia como mayoría, sus chances son mínimas. —¡Ya veremos! Te voy a ganar y vas a terminar con un ataque de nervios.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Fue entonces que recordé por qué la había llamado.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —Necesito los papeles de la construcción del hotel en España. Tenías que haberlos entregado hace dos horas. ¿Dónde están? Me miró con fingida inocencia.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —Mire bien a su alrededor y los encontrará.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —Déjate de juegos y dime dónde están.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ —En el segundo cajón.‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ Abrí el cajón. Efectivamente estaban ahí. Pero algo más llamó mi atención. —¿Quién reorganizó mis cosas? No necesitaba respuesta. Su cara lo decía todo. —Estabas en una reunión y pensé que sería útil poner un poco de orden en tu despacho. Apreté las manos, intentando no explotar. —¡Lucrecia! Mi secretaria apareció en dos segundos. A diferencia de esta bruja, ella entiende de urgencias. —¿Por qué demonios la dejaste mover cosas en mi oficina? Lucrecia nos miró nerviosa. —Lo siento, jefe. Le juro que le advertí que usted odia los cambios, pero no quiso escucharme. Obvio que no. Esta mujer sólo se escucha a sí misma. Despedí a Lucrecia con un gesto y me volví hacia ella. —Quiero todo como estaba mañana. ¿Me oyes? Ella volvió a poner los ojos en blanco. —Cálmate. ¿Alguien te ha dicho que eres hipersensible con el orden de tu escritorio? Encima, gruñes a la gente. —No gruño. Sólo contigo hago una excepción. —¿Entonces por qué Lucrecia te tiene miedo? —No me tiene miedo. Me respeta. Tal vez no sepas lo que es, claramente es un fenómeno extraño para ti. —Claro que sé lo que es el respeto. Tú, en cambio, eres un hipócrita. Me criticas por dejarme llevar por las emociones en el trabajo y tú estallas cada dos segundos. —¿Hipócrita yo? —¿Y con quién más estoy hablando? Apuesto a que si tuvieras que ser amable con todos durante quince días, terminarías con una úlcera. —¿Quieres apostar? —Perfecto. Apuesto a que no aguantas dos semanas tratándome con respeto. —Aceptado. ¿Y tú qué ganarías? —Quiero que me asignen tareas serias. Ya basta de trabajos inútiles. Quiero demostrar que soy buena en lo que hago. —Un trato es un trato. A ver si aguantas quince días. —No te preocupes por eso —dijo, aunque parecía que las palabras le quemaban la lengua—. Van a ser dos semanas muy divertidas. Actualmente En retrospectiva, podrían haber sido dos semanas tranquilas… si no me hubiera olvidado de agregar una cláusula: no hacerme enojar. Este diablillo sabe explotar cualquier vacío legal. Será mejor recordarlo para la próxima. Por ahora, sólo me queda sobrevivir a esta maldita semana sin perder la paciencia con la pequeña terrorista que juega con mis nervios.
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