Capítulo 1

1521 Words
La selva es un hermoso espectro tenebroso, sombrío y a veces oscuro y otras cristalino. Se empina amenazante, sobre sus inmensos árboles que muestra atemorizante igual a poderosos tentáculos, intimidando y provocando pavor pero también tiene encanto y seducción, misterio e hipnosis. Sus frondosos ramales parecen fauces, colmillos afilados y hambrientos queriendo devorar a cualquier intruso que se atreva a cruzar sus fronteras de miedo pero igualmente cobijan animales con el arrullo de una canción de cuna. Chillan miles de pájaros y gritan los monos, como una melodía estridente, crispando los nervios. En esa marejada de gritos y miedo, de sombras sin luces y vacíos hambrientos, de belleza enorme y misteriosa, está Mayuya. Sus casuchas de palos se levantan tímidas y juntas en un descampado al lado de un bello manantial, chapoteando indiferente al pavor o curiosidad que provoca el sendero apartado, igual a una mirada seria y cancina pero también amenazante y tenebrosa. Fabiana Leclerc Dupont nació en Mayuya. Sus padres escaparon del bullicio de la ciudad, de deudas y rechazos de aquella sociedad incomprendida que desafiaron queriendo labrar una nueva vida, diferente a su natal Bélgica. Pero se estrellaron con más indiferencia, maltrato y a veces crueldad. Entonces decidieron sumergirse en ese mar verde de la selva, en busca del soñado edén que alimentaban en sus fantasías románticas, bajo la luz de las estrellas y luceros coquetos. Allí, en esa aldehuela, en medio de la selva intrincada, nació Fabi, al arrullo de grillos, el canto de pájaros y el chillido de monos. Llegaron a Mayuya pensando en El Dorado, pero en ese mar de árboles, pájaros y monos había tanto o más desconsuelo que en la selva de cemento que dejaron atrás. Y aunque en vez de indiferencia había curiosidad, la aldea estaba entrampada en el tiempo, ajeno al progreso, sobreviviendo a base de instinto y visitas cada vez más distantes de la modernidad. Para estudiar, Fabiana debía cruzar la selva por un sendero recortado, lleno de tierra y árboles endurecidos al tiempo y navegar en lancha hacia la ciudad que se alzaba siempre cruel e hipócrita recortado por dos ríos caudalosos, dibujando una v donde chapoteaba el agua, produciendo abundante chupina. Ya jovencita, solía comprar celulares a bajo precio y a sus padres les daba risa verla entusiasmada con su móvil pero en Mayuya no había wifi y menos señal ni cobertura. Tampoco electricidad. Los parlantes que traía bajo el brazo terminaban de adornos en los rincones de la casita que hicieron con palos, tablones y triplay que traían los mercaderes cada quince días cuando llegaban a la aldea en sus camiones, haciendo mucha bulla. Pero a Fabiana le encantaba Mayuya. Su sosiego, la simplicidad de su gente y compartía sueños de príncipes azules en brillosos caballos con las otras chicas de la comunidad. Con ellas iba a la universidad a cuatro horas en peque peque, un lanchón vetusto de madera con un motor oxidado que alborotaba a los delfines rosados que la saludaban sacudiendo sus narices en medio de la chupina de los motores y las hélices de las lanchas. Fabiana quería ser doctora y ayudar a los pequeñines de Mayuya, siempre tosiendo, mococientos y encogidos. -Les haré fuertes como los árboles-, les decía a sus amigas que reían festivas con sus anhelos aún tan difíciles y distantes. Fabiana era hermosa, además. Muy alta y delgada, de pelos dorados y mirada verde, curvilínea y llena de encantos, la fruta más codiciada de la selva. Muchos jóvenes llegaban en jeeps o motonetas para conocerla y tratar de conquistarla, pero ella estaba siempre absorbida en sus sueños y fantasías, de corceles medioevales, de viajes en nubes de algodón y dormir sobre el regazo de la Luna, sumida en poesías antiguas que recogía, siempre, de la biblioteca. Cuando trajeron el motor que dio luz y electricidad a Mayuya, fue la más alegre y alborotada de todas las chicas de la aldea. Corrió a su cómoda y cargó el móvil. ¡Funcionaba! y entonces descubrió que había buscador. Luego, al ampliarse la cobertura del wifi que tenía la ciudad, supo que había un mundo diferente de internet y magia que se alzaba, quizás, detrás de esos ogros enormes, guardianes sempiternos de Mayuya, que son los árboles. Su primer enamorado fue un joven brasileño que partía sus horas en trabajar en el mercado vendiendo abarrotes y las clases en la universidad donde aprendía botánica. Desde un comienzo ella le pareció maravillosa, hermosa, encantadora y mágica. Disfrutaba del dulce de sus besos y lo lozana de su piel, tersa y sus vastos campos tan divinos y sensuales. Pero duraron poco. Marcio quería casarse con ella, pero Fabiana quería labrar primero una carrera, ser profesional. Después se relacionó con Enrique, que vivía también en la ciudad y era dueño de varias lanchas. Sin embargo a ella no le gustaba su prepotencia, siempre mandón, queriendo imponerse sobre ella, mangonearla y hasta la maltrataba con palabras despectivas y de doble sentido, humillándola. -Hombres y mujeres somos iguales-, le reclamó cuando él se burló de sus sueños de ser doctora y le dijo que las mujeres solo sirven para dar hijos. -Tú solo eres buena para la cama y la cocina-, se mofó de ella. Fabiana lo dejó y nunca más volvió a verlo. Finalmente Roger, pero aquel era un mal recuerdo para Fabi. Una noche los perros ladraron aterrados y furiosos, alborotando a todo el pueblo. Varios carros llegaron a la aldea, con hombres armados de rifles y pistolas, rodeando las casuchas con luces potentes y aterradoras, gritando y amenazando. -¡La rebelión!-, gritaban remeciendo los palos y tablones. Pateaban las puertas y sacaban a los hombres y mujeres de los pelos y metiéndoles patadas a las costillas y rodillas. -Son terroristas-, dijo el papá de Fabiana atenazándola en sus brazos. Ella rompió a llorar asustada y temblando de miedo. Quemaron las casas y mataron pollos y gallinas. Se llevaron los sajinos y sachavacas que criaban, también la pesca del día y cargaron con el grupo electrógeno. También raptaron a cuatro amigas de Fabiana. -¡Aquí están los gringos!-, gritó uno. -¡Busquen a la chica rubia!-, ordenó otro. Fabiana le dijo a sus padres que huyeran. -¡Corran! ¡Corran!-, pidió aterrada, pero ellos los mataron a balazos antes que pudieran reaccionar. Los papás de Fabi cayeron de bruces, en grandes charcos de sangre, en medio de la casucha que ahora ardía presa del fuego. Las amigas sacaron a rastras de Fabiana. Pataleaba, lloraba y se revolcaba como culebra queriendo salvar a sus padres, pero ya todo era inútil. Luego de un rato se marcharon sumiendo en dolor y sangre a Mayuya, entre maldiciones de "no haber encontrado a la chica rubia". Fabiana no quiso ir más a la universidad y se encerró en su casucha que los vecinos lograron rearmar con mucho esfuerzo, dolor y pena por el asesinato de los padres de ella. Día y noche Fabi lloraba, sin cesar, pidiendo a gritos morirse, jalándose los pelos, sintiéndose hundida en las arenas movedizas del dolor y la angustia. ***** -¿Quién es?-, se interesó Luis Carbonel, mirando la foto de Fabiana en medio de la selva, apaga, entristecida, apática y sin vida, luego del censo quinquenal de las autoridades. Los médicos le ponían la vacuna contra el dengue con un cartelito que decía "salud para todos". -Es una joven que vive en Mayuya, dicen que está media loca-, le explicó Huberto Macedo, su asistente. -Oye, es bien bonita esta gringa-, sonrió Carbonel. -Es hermosa-, le dio la razón Macedo. Carbonel buscó un número en su celular y llamó a un tal Doroteo Quispe. -Aquí tengo algo que te puede interesar para tu concurso-, le dijo Carbonel y le mandó la foto por whats app. Luego colgó. Quispe se sentó en su silla y miró, al principio, con indiferencia la foto de Fabiana, y luego arrimó su móvil junto a un montón de papeles, cuando entró un sujeto alto y de mala cara, que miró con desprecio a Doroteo. -Oye pedazo de imbécil, le dijo serio, amenazante, golpeando la mesa, están que llaman de Bucarest, te mandé mensajes a tu número- Quispe se sintió sobrecogido. -Pero si acabamos de mandar cuatro mujeres de Mayuya- -No seas imbécil, es la chica que es hermosa, lee tus mensajes pedazo de idiota-, ladró una vez más el sujeto. -¿La chica que es hermosa?-, sobrecogió Quispe. -Tú no preguntes, tarado, cumple que se te ordena, mándame esa mujer-, insistió el tipo aquel enorme, amenazante, grosero y de mirada aterradora y dando un portazo, dejó con la duda pintada en el rostro de Quispe, con sus mandíbulas descolgadas. Doroteo tardó en recuperarse del pavor que le provocó el tipo gigante, se arremolinó en su silla, exhalando su miedo y luego vio su móvil para leer los mensajes que le habían mandado: urgente, chica hermosa, concurso belleza-, decían los textos repetitivos. Caviló un instante y luego jaló la foto que le mandó Carbonel. La miró con curiosidad. -Hermosa, murmuró sin saber lo que decía, una chica hermosa que irá a Lima, al concurso-
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